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Raimundo Fitero

Perdón

 

La comparecencia sin preguntas de la triatleta Virginia Berasategi confesando que el positivo por EPO detectado en su última carrera era verdad, que usó sustancias prohibidas, abre una panoplia de dudas que mortifican desde hace mucho tiempo a muchos observadores. Después de aparecer negando la veracidad de su positivo, anunciando incluso que iba a solicitar un contraanálisis, ha decidido confesar, pedir perdón y con ello liberarse, comenzar una nueva etapa de su vida, estigmatizada, pero menos, al considerar, muy cristianamente, que una vez confesado el pecado, con la penitencia de los rezos, ya se vuelve al origen, a la pureza.

Indicando una vez más que esas comparecencias meramente declaratorias crean una malísima imagen para quien así abusa de los medios, sorprende por la cantidad de personas que la rodeaban. Familiares, amigos, implicados de diferente orden, políticos, lo que viene a ser un acto de asunción de culpabilidades compartidas. He escuchado con detenimiento todas sus alegaciones, en algunos pasajes me ha provocado conmiseración, pero su relato, que podría ser suscrito por decenas o centenares de deportistas profesionales, jóvenes que convirtieron una diversión, una actividad lúdica en una profesión, en donde se les exigía unos rendimientos por encima de lo normal, que acabaron utilizando productos que les ayudan a mejorar sus prestaciones a costa de su propia salud. Medicaciones prohibidas, socialmente estigmatizadas, pero que siguen funcionando, que se siguen utilizando, proporcionando. Y en el caso de esta mujer, usarla para la que ella calificaba su última carrera, su despedida, es todavía más incomprensible.

Como diría el rey del asunto, Lance Armstrong, «hay que ser muy idiota para meterse EPO ahora». Es cierto, los controles son exhaustivos, los laboratorios han alcanzado una fiabilidad muy alta y solamente escapan de sus estudios los nuevos y sofisticados productos, las nuevas combinaciones. Pero seguirán cayendo deportistas en los controles, seguirán negando, acabarán algunos confesando y pidiendo perdón. Y seguiremos algunos dudando sobre si estamos ante unos tramposos o unos adictos. Al producto o al éxito.

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