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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-03-24
Teresa Toda - Periodista
Información y responsabilidad

El anuncio de ETA de que, a partir de hoy mismo, se inicia un alto el fuego permanente pudo sorprender por la fecha, pero es evidente que no pilló desprevenido a nadie en el ámbito de los medios de comunicación. Quien más, quien menos, tirando de fundamento o más de intuición, se lo esperaba; habrá habido también, como no puede ser menos, quien tuviera datos muy fiables. Pero de sopetón, sopetón, no le cayó a nadie.

Los programas de horas de duración en radio y televisión, en los que se reunieron paneles de analistas, comentaristas, tertulianos y tertulianas, gentes sabihondillas y personas con la cabeza bien amueblada, así como personalidades políticas, no son fruto de la improvisación; estaban bien engrasados. Las incontables páginas de análisis y documentación de los periódicos de ayer revelaban también un trabajo previo considerable. Es más, en los circuitos mediáticos se sabía que todo el mundo tenía preparadas las cosas para el día ‘D’, al igual que algunos medios cercanos al Gobierno español habían publicado que el Ejecutivo tenía también preparados los pasos que dará a partir del comunicado.

Ayer había bastante asepsia en la mayoría de los titulares grandes y otros más interpretativos, como el propio de GARA o los que unían la declaración a la autodeterminación. De momento, estamos en pleno aluvión de valoraciones de agentes políticos y sociales, que proporcionan titulares por sí mismas, pero llegarán enseguida situaciones en que la información ­o su falta­ puedan dar pie a la especulación o la interpretación sesgada o incluso malintencionada.

Los procesos de resolución de conflictos son muy complejos y delicados. La información que generan es en ocasiones materia combustible, que mal gestionada puede llegar a dar al traste con un paso positivo o un acuerdo incipiente. No han faltado ejemplos de ello recientemente. A mediados de febrero, dos periódicos catalanes lanzaron «exclusivas» sobre la tregua que llevaron a que otros medios de Catalunya y de Madrid se sintieran obligados a contrarrestar con otras «exclusivas», y así se filtró, por ejemplo, el documento que mujeres parlamentarias vascas estaban elaborando o el trabajo conjunto de sindicatos vascos.

¿Qué se consiguió con ello, aparte de crear un revuelo informativo y social? ¿Ganar más dinero o, más bien, transmitir la impresión de que se tienen fuentes privilegiadas, de que se está cerca del fogón donde se está cocinando algo? ¿Y si con esas filtraciones y contrafiltraciones se hubiese abierto una fisura de desconfianza entre quienes estaban trabajando en la creación de la confianza y el asentamiento de los puntos de apoyo para los pasos posteriores?

La prensa tiene una gran responsabilidad en este proceso, como en cualquier proceso de resolución de conflicto. Lo negativo es que, en nuestro caso, se llega a este punto con buena parte de los medios de comunicación españoles, y algunos editados en Euskal Herria, claramente metidos en una trinchera desde la que disparan constantemente contra el «enemigo». Lo que no tiene nada que ver con que cada medio tenga su ideario, su línea editorial e ideológica. Eso es parte intrínseca de la libertad de prensa, de la libertad de expresión e información, del derecho de la sociedad a tener distintos puntos de vista informativos y opinativos, puesto que, en última instancia, los medios responden también a corrientes de opinión. Cierto que no en igualdad de condiciones, pues los grandes grupos comunicativos ­en nuestro caso ligados a grupos estatales­ gozan de un respaldo económico del que carecen otros, en nuestro caso, los medios abertzales. Es una situación paradójica, porque no se corresponde con el retrato sociológico y político de la sociedad vasca en su conjunto.

La labor de sintonizar a los medios de comunicación con los planteamientos del Estado y del Gobierno de turno de Madrid es algo que viene de muy lejos (de forma sistemática y admitida públicamente, desde la época de Corcuera y Vera), y ha tenido consecuencias nefastas, como la establecida tendencia a no contrastar no- ticias o valoraciones de «fuentes antiterroristas» o «fuentes de Interior» nunca identificadas, que jamás son desmentidas cuando se demuestran erróneas o falsas. Junto a ello, se ha incrustado en muchos medios la «información opinada», es decir, la redacción de noticias plagadas de calificativos y términos que introducen opinión.

Y qué decir de la facilidad y el desparpajo con que se insulta y descalifica a cualquier persona abertzale, la propia idea del nacionalismo no español, y no digamos a quienes son pasto de las ansias punitivas de la Audiencia NacionalŠ La crítica fundada y bien trabajada es una perla bastante difícil de encontrar en el espeso campo de la interpretación de la realidad vasca y del conflicto en las tribunas españolasŠ

Entramos en una nueva fase de un proceso en marcha. Los medios de comunicación no deberían sentirse, ni quedar, al margen de este proceso multifacético. Sería necesario que participen con responsabilidad. No jugando a la exclusiva ni la intoxicación; midiendo bien su poder y su incidencia. Son vínculos con una sociedad expectante ante el futuro, que no merece ser terreno para juegos de poder mediático-político.

No se trata de censura, autocensura, ni de exigencias a nadie. Se trata de responsabilidad colectiva, de recuperar un periodismo que contribuya a que la gente se llegue a sentir partícipe de lo que ocurre porque cuenta con buena información junto a buenos, y diversos, análisis y valoraciones. Hora es de saltar las vallas de las secciones de opinión y dar entrada en ellas a voces diferentes. Exige una actitud abierta por quienes las dirigen, de atreverse a publicar opiniones muy distintas de la propia. Seguro que éstas no ponen ninguna pega a aparecer en páginas poco habituales.

El Gobierno español tiene también su papel en este terreno. Al fin y al cabo, va a necesitar de los medios de comunicación para dirigirse a su base social, a las gentes del Estado español, para explicar, cuando proceda, sus pasos, para arroparse y blindarse.

La prensa vasca ha sufrido también mucho con el conflicto. Han muerto periodistas de los dos «lados», se han cerrado cuatro medios de comunicación ­“Egin”, Egin Irratia, “Ardi Beltza”, “Egunkaria”­; la libertad de expresión está llena de moratones. La nueva fase tiene que reflejarse aquí también. Ojalá seamos capaces de abrir un nuevo camino, de arriesgar por un periodismo comprometido con la construcción de todo un nuevo escenario en positivo. -


 
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