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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-04-24
Mikel Arizaleta - Traductor
¡Miserables!

«Per me si va nella città dolente./ Per me si va nell´eterno dolore./Per me si va alla perduta gente»

Fue a principios de los años setenta cuando visité el campo de concentración de Dachau, cerca de Munich. Los primeros campos de concentración se erigieron en Alemania en 1933. Uno de estos fue Dachau. Himmler no inventó los Konzentrationslager (KL o a veces KZ por su sonido más áspero) pero en manos de Heydrich y las SS se convirtieron en el capítulo más espantoso de la historia de Alemania, se llevaron a cabo atrocidades difícilmente imaginables: Lasciate ogni speranza voi ch’entrate!, ¡aban- donad toda esperanza, los que entráis!, figuraba invisiblemente sobre todos sus portalones de entrada y en la mente de sus guardianes la inscripción del infierno de Dante. La inscripción en Dachau era otra: «¡El trabajo hace libre!». «La mayoría de los experimentos con personas ­y también los más terribles­ tuvieron lugar en los campos de Dachau, Buchenwald, Sachsenhausen, Natzweiler, Ravensbrück y Auschwitz». En el campo de concentración de Buchenwald la SS (Schutz-Staffel=escuadra de protección, guardia negra de corps de Hitler) tenía una instalación de liquidación y su comando era designado con el número 99. Eran los verdugos. Todos los miembros de la SS del comando 99 recibieron la Cruz de Méritos de Guerra. En los campos de concentración entraron más de 7 millones de presos, los supervivientes apenas llegaron al medio millón. Se cumplió aquel famoso grito: Ave, Caesar, morituri te salutant!

Pero hay algo trágico en la historia de los campos de concentración alemanes, que aún si cabe me indigna más: nunca fueron bombardeadas sus zonas de comandancia, de jefes y tropas de la SS, su meollo de represión e infierno. Vivían en exquisitas villas de los alrededores y se conocía muy bien su ubicación, pudieron ser bombardeadas perfectamente pero nunca lo fueron. Sachsenhausen, Dachau, Buchenwald y Auschwitz fueron duramente atacados en 1944 y 1945 por la fuerza aérea aliada, por los norteamericanos y la Royal Air Force inglesa, pero siempre atacaron y destruyeron sólo las industrias de los alrededores, ¡no a los matones y verdugos de los campos! Y una terrible pregunta ha quedado escrita con trazo grueso en el aire de la humanidad: ¿por qué los aliados no destruyeron desde el inicio aquellos campos de exterminio y muerte, por qué siguieron conservando estos antros? ¿Acaso porque había judíos, gitanos, polacos, rusos, españoles republicanos, comunistas, anarquistas, homosexuales y también los aliados querían que murieran como gusanos y perros porque asimismo eran sus enemigos? No hay duda alguna que los aliados se frotaron las manos por la muerte y matanza de comunistas y rojos en la Segunda Guerra Mundial.

Pero Dachau sigue en pie porque existen gobiernos torturadores y matones, gobiernos manchados de sangre. Se hizo presente en el Chile de Pinochet y en la Argentina de Videla, en el Israel de Ariel Sharon, en el Guantánamo e Irak de Bush y es una realidad lacerante y de años en las comisarías de Franco, Juan Carlos, Felipe, Aznar y Zapatero. Una lacra de inhumanidad, que recorre desde años nuestra tierra con el apoyo de gobernantes, jueces, forenses y funcionarios. ¡Malditos torturadores! Son muchos humanos de corazón noble quienes esperan con una copa en la mano vuestra muerte, vida que es calvario para muchos. Vuestras manos de gobierno y justicia chorrean sangre, portáis en el corazón la maldad de los torturadores de la historia. De nuevo este año Torturaren Aurko Taldea nos presenta el “Tortura Euskal Herrian 2005”. Estremecedor, bestial, ¡grito de inhumanidad y barbarie desde las entrañas de un Estado! Toda una vida oyendo machaconamente la tortura de guardiacivil, policíagris y ertzaina, el grito lacerante del torturado y torturada, el silencio cómplice, el ascenso, amnistía y paga doble de torturadores por parte de un Estado, que condena el terrorismo de otros siendo él mismo terrorista, que enjuicia a otros para tapar sus crímenes de Estado, sus vergüenzas de juez y forense, que va de manso cordero cuando es lobo, que viste de pasarela de Cibeles y ratifica tratados de derechos humanos cuando por dentro es pus y mierda. ¡Y qué decir de ese largo silencio de los colegios de médicos ante unos forenses de tortura y muerte! ¡Malditos jueces, los de Hitler, los de Franco, los de Pinochet y los de ahora! Su silencio es un silencio a martillazos, es ratificación, colaboración y muerte. De nuevo un grito de dolor y denuncia deja su huella antes los jueces de la Audiencia Nacional: relatos estremecedores de Joxemari Olarra, Mikel Egibar y Nekane Txapartegi

Yo no quiero colaborar con la tortura, no quiero ser frente a ella como Franco, Juan Carlos, Aznar o Zapatero, tampoco quiero colaborar como lo hacen los jueces, los forenses, los ministros, los funcionarios, los políticos, los medios... y el alcalde de mi ciudad. No quiero colaborar con peros o silencios, yo quiero unir mi voz a los torturados y torturadas de la historia, de nuestra tierra de Euskal Herria. Yo maldigo a los torturadores y les deseo una corta estancia en la tierra. Hace muchos años que entre nosotros la tortura es una realidad sangrante, posibilitada por leyes parlamentarias de impunidad y utilizada como herramienta judicial por los tribunales. La tortura de nuestra tierra es una tortura de gobierno, de Estado, de clase dirigente, de magistratura, de funcionarios. Una herramienta de gobierno. Arregi, Lasa y Zabala, Zabalza, Kalparsoro... muertos en comisarías y cuarteles, más de 6.000 denuncias por tortura... ¡y ese silencio cómplice de los «aliados» de la humanidad y la decencia! Yo quiero unir mi voz a la de Unai Romano para condenar la barbarie de los magistrados cobardes y colaboradores de inhumanidad: «A través de mí se va a la ciudad doliente./ A través de mí se va al eterno dolor./ A través de mí se va al pueblo de los perdidos». También hoy, como entonces, los torturadores tienen sus «aliados demócratas», que en silencio se frotan las manos cuando son otros a los que se les tortura. Y precisamente el grito de los torturados y torturadas es quien graba en el frontispicio de la historia los nombres de los malditos torturadores de antes y ahora, de los miserables de la historia de la humanidad. Su grito de denuncia es termómetro en cada uno de nosotros. -


 
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