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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-04-24
Veinte años del accidente nuclear mas devastador
El escape nuclear de Chernóbil sigue matando
Un 26 de abril de 1986 la central nuclear de Chernóbil protagonizó el escape de energía nuclear más grande jamás conocido. Han pasado 20 años y el ataúd que sella aquel núcleo donde se desató la explosión no impide que las consecuencias sigan siendo visibles en la zona y entre quienes vivieron y viven hoy allí.

La vida de decenas de miles de niños y niñas ucranianos, algunos de los cuales nos visitan cada verano gracias a la solidaridad de muchas familias vascas, se vio marcada hace ahora veinte años por unos «átomos para la paz» que, como bien apuntó el eminente físico austríaco Robert Junk, «en nada se diferencian de los atómos para la guerra». Ellos, y sus mayores, fueron las víctimas inocentes de uno de esos desastres humanos que marcan la historia trágica de nuesta existencia en este planeta. Como lo fue la erupción del Vesubio, como lo fue el estallido del Krakatoa, como lo fue el terremoto de 1960 en Chile o el devastador tsunami en el sudeste asiático, el accidente nuclear de Chernóbil está grabado en nuestra memoria de desastres.

El próximo 26 de abril se cumplirán dos décadas de aquella insensatez humana. Hoy, justo cuando la energía nuclear parece ganar dudosos enteros como garantía de cumplimiento del Protocolo de Kioto contra el calentamiento global acelerado del planeta, nos seguimos preguntando si la terca historia corre el riesgo de repetirse.

Era la noche del 25 al 26 de abril de 1986. Un error humano, el mal diseño del reactor y la realización de un experimento de seguridad. Todo se confabuló. Eran la una y veintitrés minutos de la madrugada de aquel sábado, cuando en el reactor número 4 de la central ucraniana de Chernóbil (entonces dentro de la Unión Soviética) se desató el mayor accidente nuclear de la historia junto a las tragedias de Hiroshima y Nagasaki. No en vano, se emitió 200 veces más radiactividad que la liberada en las bombas nucleares lanzadas por los «yankies» sobre las dos ciudades japonesas en el año 1945.

Se detecta dos dias despues

El desastre se había desatado, pero aún deberían pasar dos días para que el miedo cobrase vida en toda Europa. El accidente no fue detectado fuera de las fronteras soviéticas hasta el lunes, 28 de abril, sobre las nueve de la mañana, en la central nuclear sueca de Forsmark, unos 100 kilómetros al norte de Estocolmo, donde los contadores registraban unos niveles de radiactividad superiores a lo normal.

Cuando, como medida cautelar, se hicieron mediciones de radiactividad de la ropa de los trabajadores, se vio con sorpresa que todos contenían niveles radiactivos entre 5 y 15 veces superiores a los normales. Pero en ninguna planta sueca ni finlandesa había escape alguno. Ni siquiera los sismógrafos habían detectado una posible prueba armamentística nuclear soviética. Pero la radiactividad seguía allí.

Un análisis meteorológico retrospectivo para determinar de dónde podía provenir aquella nube radiactiva descubrió que casi con total seguridad tenía su foco en alguna de las centrales soviéticas instaladas en Ucrania. ¡La radiactividad había viajado casi 2.000 kilómetros sin ser detectada!

Lo que en principio se pensó que podía ser un escape propio ­algo a lo que apuntaban incluso las primeras noticias de las agencias de prensa­, se constató que venía del exterior. Las evasivas iniciales fueron la respuesta de las autoridades soviéticas, hasta que doce horas después de la alarma en Forsmark, el Consejo de Ministros de la URSS hacía público un comunicado por televisión. En el programa de noticias «Uremya» (El tiempo) el presentador leía, a las 21.02, una lacónica comunicación oficial: «Ha ocurrido un accidente en la planta de energía de Chernóbil y uno de los reactores resultó dañado. Están tomándose medidas para eliminar las consecuencias del accidente. Se está asistiendo a las personas afectadas. Se ha designado una comisión del gobierno». Sin más detalles. Por fin, el 14 de mayo, el entonces secretario general Mijaíl Gorbachov decidió leer un extenso y tardío informe en el que reconocía la magnitud de la tragedia.

Los liquidadores

En la web de la asociación Ecologistas en Acción se encuentran datos como éstos y otros que describen los momentos iniciales del desastre en la propia planta ucraniana: «Un minuto despues de iniciarse el incendio, la alarma sonó en el cuartel de bomberos que estaban de retén en la unidad número dos. Se enfundaron sus trajes y se dirigieron al grupo siniestrado. El espectáculo que presenciaron resultó dantesco. La instalación estaba envuelta en llamas gigantescas. Se inició así una lucha heróica que había de prolongarse durante tres o cuatro días para apagar el incendio y evitar que el fuego se propagara hasta la unidad tres de la central nuclear».

Según comentó después el diario ‘‘Pravda’’, «la lucha contra el infierno resultó titánica. Los bomberos se hundieron con las botas en el asfalto de la central, que se había vuelto una masa movediza. Algunos permanecieron durante horas sobre el techo de la central intentando detener el fuego que ya había llegado al techo del reactor número tres. Sometidos al calor, al humo asfixiante y a las altas dosis radiactivas aguantaron más allá del heroismo e impidieron que la tragedia adquiriera proporciones mucho mayores. Su valor va a costarles la vida a los aguerridos bomberos».

A juicio de Ecologistas en Acción, «no hay nada de exagerado en este relato. Como todo el mundo ha reconocido después, el arrojo de los bomberos y algunos técnicos de la central nuclear en los primeros días que siguieron al accidente impidió que la tragedia fuera aún mucho mayor. Ellos son la gran mayoría de los algo más de 300 afectados agudos por la radiactividad, 32 de los cuales murieron antes de finalizar 1986». El accidente y consiguiente incendio mataron a 31 operarios y bomberos a causa de la elevada dosis de radiactividad.

Dos días después, el resto de Europa conocía la noticia. En la región afectada comenzaron a preparar la evacuación de la ciudad de Prípiat y de un radio de 10kilómetros alrededor de la planta. Esta primera evacuación comenzó al día siguiente de forma masiva y se concluyó 36 horas después. Hicieron falta más de 1.800 vuelos de helicópteros, que lanzaron toneladas de materiales para frenar la combustión del grafito.

Divergencia de cifras

La evacuación de Chernóbil y de un radio de 36 kilómetros no se llevó a cabo hasta pasados seis días del accidente. Para entonces ya había más de 1.000 afectados por lesiones agudas producidas por la radiación. Su impacto también lo sintieron unos 600.000 «liquidadores», los militares, obreros, ingenieros y voluntarios movilizados por toda la URSS para sofocar el incendio, limpiar los escombros y construir el sarcófago de hormigón que selló el reactor reventado.

La radiactividad no respetó los límites de la denominada zona de exclusión: Naciones Unidas calcula que el área contaminada radiactivamente fue de 160.000 km2, lo que equivale a casi un tercio de la extensión del territorio del Estado español o al tamaño de Holanda. ¿Las consecuencias? Lo cierto es que finalmente se dice que han sido menores de las inicialmente pronosticadas, pero demasiados niños y adultos de entonces y de ahora las siguen padeciendo.

En abril del año 2000, coincidiendo con el decimocuarto aniversario del accidente, la ONU publicó un informe donde se recapitulaba sobre sus devastadoras consecuencias. El número de personas afectadas en las repúblicas de Bielorrusia, Ucrania y Rusia se calcula en más de 7 millones, 3 de los cuales son menores. Todavía vivían 1,8 millones en zonas fuertemente contaminadas por la radiactividad. Los muertos por la catástrofe se cifraban en 165.000 y se admitía que su número seguirá creciendo durante años. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) calculaba que se producirán, sólo en territorio de la que fuera Unión Soviética, más de 500.000 muertes cuando hayan transcurrido 25 años de la catástrofe.

Aunque el número de leucemias detectadas es más bajo de lo que se esperaba, la incidencia de cáncer de tiroides en niños menores de 14 años había doblado ya en ese año 2000 la cifra prevista para el actual 2006, que es cuando se esperaba la incidencia máxima. Entonces había ya 380.000 niños afectados.

Sin embargo, un amplio estudio posterior, presentado en setiembre del pasado 2005 y respaldado por la propia OMScomo el informe definitivo (‘‘Chernobyl´s Legacy: Health, Environmental and Socio-Economic Impacts’’ (“El legado de Chernobyl: Impactos sanitarios, ambientales y socioeconómicos”), minimizaba con mucho los efectos. Tanto que levantaba críticas de organizaciones ecologistas contrarias a la energía nuclear. Dicho documento reconocía el legado terrible de aquel suceso, pero no tanto como se había dicho.

La frase de uno de sus autores, el doctor Burton Bennett, presidente del Foro de Naciones Unidas sobre Chernóbil, lo resume: «Fue un accidente muy grave, con importantes consecuencias para la salud, especialmente para los miles de trabajadores que estuvieron expuestos en los primeros días a dosis muy altas de radiación, y los otros miles de personas que contrajeron un cáncer de tiroides. En general, no hemos encontrado efectos negativos profundos en la salud del resto de la población de las zonas circundantes, ni tampoco una contaminación generalizada que siga suponiendo una amenaza sustancial para la vida humana, salvo en algunas zonas excepcionales y restringidas».

Dicho informe apunta datos como que «la mayoría de los habitantes de territorios contaminados recibieron dosis de irradiación corporal relativamente bajas» o que en la mayoría de los cinco millones de personas residentes en las zonas contaminadas, «la exposición no excede de los límites de dosis recomendados para el público en general», aunque reconoce que unas 100.000 personas siguen recibiendo dosis más altas.

En síntesis, que este cuestionado informe afirma que los muertos totales y los que se producirán a futuro no superan los 4.000 de las 600.000 personas que en total se dice se vieron directamente afectadas por la radiactividad.

Un documento que quiere sellar esta catástrofe como se hizo con el propio reactor dañado. Grupos como Greenpeace lo rechazaron de inmediato. Acusaron directamente al Organismo de la Energía Atómica (OIEA), uno de los participantes en el estudio, de «intentar minimizar el impacto de la mayor catástrofe nuclear de la historia. Se trata de un nuevo paso en la campaña global de promoción de las centrales nucleares».

Un estudio de Los Verdes europeos que se ha dado a conocer estos días, titulado ‘‘El otro informe de Chernóbil’’, revela que el 40% del suelo de la UE sigue contaminado por aquel escape, ya que, según afirma, la mayoría de aquel veneno nuclear acabó fuera de la Bielorrusia, Rusia y Ucrania. Habla, incluso, de 30.000 a 60.000 muertes por aquel escape radiactivo.

Finalizada la construcción del sarcófago que cubre el reactor accidentado, en noviembre de 1986, Chernóbil siguió produciendo energía durante catorce años más. En octubre de 1991 un incendio obligó a cerrar el reactor número dos, mientras el número uno lo fue en 1996. La clausura del tercero y último reactor tuvo lugar el 15 de diciembre de 2000.

El aniversario de aquella explosión en Chernóbil se antoja una buena ocasión para despejar de una vez por todas el baile de cifras y consecuencias, en mitad de un renacimiento del debate mundial sobre lo nuclear. «En el libro de la avería de Chernóbil apenas hemos conocido las primeras páginas», ha afirmado Rebecca Harms, parlamentaria europea por Los Verdes, al señalar que todavía es imposible valorar todas las consecuencias de la catástrofe y advertir contra los intentos de dar carpetazo a la tragedia. «El átomo pacífico a cada hogar», reza todavía hoy un letrero descolorido en una de las plazas de la ciudad fantasma de Pripiat. Irónico. -

GASTEIZ


 
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