La presencia de la granadina Eva Carrasco, “La Yerbabuena”, prendió en Bilbo las ganas de degustar el baile flamenco más clásico y recio, con una exposición estudiada de los palos más castizos y embaucadores (toná, bulerías, granaina, seguiriya, soleá, tangos, etc.).
La describen como bailaora menuda de cuerpo poco atlético, brazos cortos y manos no especialmente flamencas. Pero Eva suple esas insignificancias a base de autoexigencia, con las viejas virtudes de la entrega y la naturalidad, la ausencia absoluta de artificios y teatralidad postiza.
El espectáculo se centra en su figura, pero ésta se ve complementada con elegancia por tres bailaoras y tres bailaores de calidad encomiable.
La atemporalidad del flamenco la siente Eva desde el viejo gramófono, cuyos surcos de pizarra le gritan que aquí los sonidos, los toques, los movimientos proclaman la expresión suprema del sentimiento íntimo sin normas ni medidas. Goza la granaina (palo libre y arrítmico) trenzando giros arrebolados con su bata de cola; expresa alma doliente en la soleá de Triana, desenvolviéndose con seco taconeo; coreografía el tránsito de los palos en original conjunción con el cuerpo de baile; su marido, Paco Jarana, compagina el ritmo de los toques tan varios y sin casi interrupción. En fin, un espectáculo logrado por la sencillez y tronío del conjunto. El público aplaudió cordial. -
OTXANDIO