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Gara > Idatzia > Mundua 2006-04-24
Haití, en perspectiva histórica
La entrevista que en su reciente visita a Cuba concedio el popular presidente electo de Haiti, Rene Preval, a las periodistas Rosa Miriam Elizalde y Arleen Rodriguez Derivet es un buen motivo para mirar la realidad haitiana desde una perspectiva historica.

Preval puso el dedo en la llaga sobre dos temas cruciales: el precio que han hecho pagar a su pueblo a lo largo de dos siglos tras su revolución antiesclavista y lo que está pasando con la ayuda internacional destinada al país más pobre de nuestra región; dos asuntos estrechamente interrelacionados.

Haití, dijo el mandatario, «ha sido víctima desde su nacimiento de un complot internacional porque resultaba un mal ejemplo para los poderes internacionales, interesados en que nos quedáramos tranquilos como esclavos». El intelectual de Trinidad-Tobago CLR James en su imprescindible libro ‘Los jacobinos negros’ sintetiza así el significado de la revolución haitiana: «La transformación de los esclavos, de temblar por cientos ante un solo hombre blanco, en gente capaz de organizarse a sí misma y derrotar a las más poderosas naciones europeas de su día es una de las grandes épicas de la lucha y las conquistas revolucionarias».

La primera revolución social triunfante en América Latina hizo de Haití un faro de la libertad a fines del siglo XVIII y principios del XIX. No sólo conquistó la emancipación de los esclavos, sino que lo convirtió en el primer Estado independiente de la región y el primero en aplicar una radical reforma agraria. Napoleón, quien había restaurado la esclavitud después que ésta fue abolida por la Convención, definió de esta manera el peligro que entrañaba el movimiento antiesclavista en la colonia francesa: «La libertad de los negros, si es reconocida en Saint Domingue y legalizada por Francia, será por todos los tiempos un punto de unión para todos los que buscan la libertad en el Nuevo Mundo» y acto seguido envió contra ellos al mariscal Leclerc al frente del mayor contingente militar que había atravesado hasta ese momento el Atlántico. Leclerc murió en Haití, y como antes el comandante británico Maitland y sus 15.000 hombres, llamados por los señores esclavistas de la más rica dependencia colonial de entonces, los franceses terminaron rindiéndose a los haitianos. Haití fue bloqueado, aislado y hostigado sin piedad por las potencias de la época, pero aun en esas circunstancias, el presidente Petion entregó a Simón Bolivar refugio, amistad, armas, navíos y sabios consejos que le permitieron reiniciar con éxito su epopeya sudamericana.

Al final París logró, con el apoyo de EEUU, imponer durísimas «reparaciones» a Puerto Príncipe, que desangraron su hacienda pública en el siglo XIX, argumentando las pérdidas económicas que la rebelión había ocasionado a sus ciudadanos. Al despuntar el siglo XX Washington intervino militarmente en la nación fundada por Louverture, arrasó con su economía y la enjaezó en su sistema neocolonial. Hoy Haití es en América Latina el más descarnado ejemplo de cómo las democracias occidentales han basado su opulencia en el saqueo despiadado, la imposición de la pobreza y la degradación del medio ambiente en los países del tercer mundo.

La ayuda internacional, que supuestamente recibiría Haití tras el golpe de Estado organizado por El Elíseo y la Casa Blanca contra el presidente Aristide, brilla por su ausencia. Preval afirmó: «El tipo de ayuda que necesitamos es como la de Cuba. Esta no es una ayuda en la que se habla de donar 1.300 millones (de dólares), que luego se esfuman, sino una (...) que verdaderamente ayuda a nuestro pueblo a salir de la pobreza y de todos sus males». Elogió los distintos programas de colaboración cubana en la agricultura, la acuicultura y la industria azucarera; en particular las becas para más de 600 jóvenes haitianos para formarse en la isla como médicos y la labor desarrollada en su patria por más de 400 galenos cubanos, quienes han dado millones de consultas, hecho que ha descendido dramáticamente la mortalidad infantil y materna. «Para los haitianos ­resumió­ después de Dios están los médicos cubanos». -

© “La Jornada”


 
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