Ha muerto Jokin Gorostidi. Un militante de la izquierda abertzale con la hoja de servicios impoluta, un abertzale de entrega excepcional y un militante de la izquierda sin sombra.
Ha muerto cuando sólo faltan unas semanas para que recordemos a Jon Idigoras en el primer aniversario de su fallecimiento. Otro de los grandes.
En la hora de la muerte caben muchas reflexiones, cabe el elogio fácil al homenajeado y hasta la crítica lacerante a quien ya no puede defenderse.
Ni lo primero, por exagerado, ni lo segundo, por injusto, valen en este caso.
Para hablar bien, y mucho, sobre Jokin Gorostidi no es preciso refugiarse en el elogio cortesano. La «hoja de ruta» de su trayectoria vital está ahí, a la vista de todo el mundo. Y, sin quitar ni poner una coma, resulta en si misma un elogio a la persona.
En los oscuros años 60, cuando la mayoría silenciosa sufría con resignación no del todo injustificada la represión franquista; cuando los perdedores de la guerra sesteaban a la espera de tiempos mejores, un puñado de jóvenes tomaron la opción más difícil y se enfrentaron, con evidente desproporción de medios, a la poderosa maquinaria represiva del Estado. Entre ellos se encontraba Gorostidi. Y sobre ellos cayó y no sobre los que asistían como tibios espectadores la más feroz represión imaginable. Condenado a muerte, encaró con fuerza y dignidad el trance, y supo mantenerse firme en los mismos principios cuando los tiempos cambiaron y se abrió la posibilidad del acomodo.
Quedaron muchos en el camino. Los unos bajo las balas del poder y otros bajo los efectos somníferos del mismo.
A Gorostidi no le alcanzaron las balas del pelotón, pero tampoco cayó aturdido por la fragancia de la vida cómoda que ofrecía la Reforma del mismo fraquismo a quienes se integraran en el engendro postfranquista.
A Jokin se le vio de la mano de Itziar, junto a Monzón, en la Marcha de la Libertad, de regreso a Euskal Herria para proclamar que la libertad no se había vendido a precio de saldo en oscuros pactos madrileños. Y se le vió en la Mesa Nacional de Herri Batasuna, encarcelado junto a Santi Brouard, Jon Idigoras y Amuriza. Se le vió en mil aeropuertos, infatigable, asistiendo a los deportados vascos, y se le vio también visitando a Itziar encarcelada. Y, al final, en el banquillo de los acusados. Y todo ello, con una dignidad que impresiona. -