Las dioxinas y furanos se forman de manera espontánea en los procesos industriales en los que intervienen el cloro (producción de PVC, plaguicidas...) y durante los procesos de combustión.

La principal fuente de emisión atmosférica de dioxinas son las incineradoras de residuos peligrosos, de residuos domésticos, hospitalarios, y el uso de residuos peligrosos como combustible alterno en hornos de cemento.

Las dioxinas y furanos son muy tóxicos, son activos fisiológicamente en dosis extremadamente pequeñas; son persistentes, es decir no se degradan fácilmente y pueden durar años en el medio ambiente. Son bioacumulables en los tejidos grasos de los organismos y se biomagnifican, esto significa que aumentan su concentración progresivamente a lo largo de las cadenas alimenticias. Por su persistencia pueden viajar grandes distancias siendo arrastrados por las corrientes atmosféricas, marinas o de agua dulce y durante la migración a larga distancia de los organismos que los han bioacumulado.

La principal vía de exposición de las dioxinas y furanos para los seres humanos es la ingestión de ali- mentos contaminados especialmente carne y productos lácteos. La presencia de dioxinas y furanos en estos alimentos se debe a que el ganado consume forraje vegetal contaminado con estos compuestos bioacumulados en los tejidos grasos y leche de los animales, provenientes principalmente de la deposición y transporte atmosférico a grandes distancias desde las fuentes de emisiones a la atmósfera. Otras vías de exposición importantes incluyen el consumo de pescado contaminado directamente por las descargas de dioxinas y furanos o por el depósito en aguas superficiales a partir de la atmósfera (ríos, embalses...) y también la inhalación directa en lugares próximos a las fuentes de emisión atmosférica.

La exposición a las dioxinas puede comenzar desde la concepción. Es durante el desarrollo del feto donde la exposición puede ser mayor y los efectos más dañinos, pasando de la madre al feto a través de la placenta, pudiendo tener efectos negativos en el desarrollo neurológico, reproductivo y en el sistema inmunológico. Esto último puede propiciar que los niños contraigan más fácilmente enfermedades infecciosas como bronquitis y auditivas.

La gencia de Protección Ambiental de EEUU clasifica las dioxinas y furanos como probables carcinógenos humanos, y la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer, que forma parte de la Organización Mundial de la Salud, ha clasificado la dioxina no ya probable sino seguro carcinógeno en humanos. Otros efectos crónicos que puede provocar la exposición a dioxinas en la vida adulta de los humanos incluyen la alteración de funciones inmunológicas y endocrinas».

Hasta aquí y resumido uno de los muchos informes suscritos por científicos e instituciones mundiales expertos en la materia. No he encontrado en las docenas de informes que he consultado ninguno que niegue la peligrosidad de las emisiones de dioxinas y furanos.

Es necesario, desde mi punto de vista, informar a la ciudadanía de las consecuencias que instalaciones de este tipo pueden tener en los seres vivos. Si se decide desde el poder político como así parece por las declaraciones en los medios de comunicación, incinerar los residuos, debemos conocer el más que posible tributo que vamos a pagar por ello. ¿Quién se va a responsabilizar de lo que ocurra?

Respecto a los pronunciamientos de algún político sobre la «aceptación del principio democrático», ¿es tolerable cuando se pone en riesgo la salud de la población sin que a ésta se le dé opción a pronunciarse? ¿No es una irresponsabilidad proponer alejar la instalación de los núcleos urbanos e instalarla en el medio rural, precisamente donde se producen los alimentos? Lo que no nos llegue por el aire, nos llegará en forma de productos contaminados (carne, leche, frutas, verduras, hortalizas...).

Creo que hay razones sobradas como para reconsiderar la opción incineradora y buscar entre todos otras soluciones menos agresivas, que con seguridad las hay. -