Era previsible que los enemigos del proceso de pacificación y de normalización política (los dos aspectos a la vez) en el País Vasco iban a ser muchos y de muy diversa calaña. Es evidente que no iba a ser ni un paseo de rosas, ni una operación placentera, fácil y rápida. Todos hemos expre- sado opiniones de este tipo, pero cuando se producen los hechos todos nos desequilibramos, perdemos el aliento, nos ponemos nerviosos, estamos a punto de perder la esperanza y la paciencia, y nos viene la tentación de echarlo todo a rodar; o sentimos el peligro de que todo se vaya abajo, el miedo a que esos enemigos lo impidan todo. Ese es precisamente el momento justo en que los que queremos a toda costa la paz y la normalización fortalezcamos nuestra decisión y sigamos con fuerza el camino ilusionante que nos hemos trazado.

A lo mejor el principal enemigo del proceso seamos todos nosotros, a pesar de nuestras palabras, por nuestra inoperancia y falta de compromiso, por nuestra impaciencia, por nuestra precipitación, por nuestra angustia que nos hace zozobrar. Hay que actuar con decisión para que no se frustre ni evapore el proceso, pase lo que pase.

Después de dicho todo esto, quiero indicar algo más concreto sobre esos enemigos que nos acechan, desde ETA hasta el Estado, pasando por todos y cada uno de los agentes del proceso.

ETA se puede cansar, es cierto, y sería una verdadera tragedia. Por parte del Estado y del partido que lo sustenta, a lo mejor su vacilación y su tardanza en hacer ya cosas concretas y tangibles, su palabrería confusa y a veces contradictoria, su persistencia en usar la violencia a todos los niveles, poner nerviosos a muchos, sobre todo si son inmaduros y precipitados, un tanto descabezados quizá, incapaces, acaso, de calcular el valor del proceso en sí, los peligros al respecto de sus dislocadas y alocadas acciones. El Estado y sus agentes todos no deben mecerse ya más tiempo en la ambigüedad, en la inacción, en la inconcreción, en la tardanza, en la represión, actuando como si nada hubiese pasado o nada estuviese en juego. El «sin pausas pero sin prisas» tiene un límite que hay que medir muy bien. Este es el principal enemigo del proceso, por sus inercias insufribles. Hay mucha gente que está sufriendo mucho, y continúa sufriendo. Y el proceso tiene que acabar ya con todo sufrimiento.

Están también los enemigos declarados del proceso, decididos a impedirlo y echarlo abajo a cualquier precio, a emplear para ello cualquier medio, por brutal que sea. Sabido es que son capaces de todo, y que están dispuestos a todo, si lo creen preciso. Hay que estar muy alerta. Están con ellos voceros como el Cardenal Cañizares.

En el otro extremo están personas poco equilibradas, capaces de hacer por su cuenta cualquier disparate, como ya hemos dicho antes. Hay que desautorizarlos con fuerza y rechazarlos con energía.

Y estamos todos los individuos y todo el espectro político entre esos dos extremos. A mí me da especial miedo el PNV, por sus muchos intereses y por su fuerza decisiva. Tanto personalismo, tanto afán de protagonismo, tanta desunión, tanto interés partidista, tanta falta de claridadŠ pueden degradar todo el proceso, impedir su comienzo o empantanarlo una vez que comience.

Veamos en serio cuál es la responsabilidad de todos. Prudencia suma, acción decidida para que la ilusión y la necesidad no se nos pudran. No defraudemos esta vez al pueblo. Sobra todo dogmatismo en cualquier cosa de que se trate. Por supuesto que todos tenemos que ganar, todos tenemos que perder algo, y acaso ceder en mucho. Si no tenemos todos en cuenta todo eso, y más, todo se nos puede venir abajo, y después pasarnos toda la vida tratando de dilucidar quién tuvo la culpa del hipotético desaguisado. -