¿Recuerdan a Víctor Manuel Arbeloa? Fue clérigo, poeta, euskalzale, defensor de la unidad territorial de Euskal Herria, socialista... Ahora escribe en “Diario de Navarra” pestes contra todo lo que antes aplaudió.

Ayer publicaba un artículo titulado «Entre la esperanza y el fatalismo» en el que había poco de lo primero y mucho de lo segundo.

Decía el fatalista que «sabemos que esa ‘paz’ que se canturrea, se corea y se cacarea, no tiene nada que ver con el concepto hebraico-bíblico de paz, ni con el griego, ni con el latino, sino con el deseo vehemente de los independentistas de que ‘los dejemos en paz’, para dedicarse de coz y hoz a la conquista del poder en Euskalerría, como estos días no hacen sino repetir, con un tono, unas palabras y unas maneras, que más parecen condiciones de acostumbrados forajidos que renuncia de rendidos, y, menos aún, arrepentidos». ¿Y por qué es ilegítimo que unos aspiren a la conquista del poder y otros lo mantengan de por vida? ¿Acaso el poder es patrimonio de unos pocos?

Y sigue insistiendo el fatalista en que «la tregua parece otra vez tréguala, es decir, un rodeado chantaje; el lenguaje es más mentiroso que nunca; no se ve por ninguna parte señal alguna de arrepentimiento; no hay una palabra de excusa y mucho menos de perdón; sus objetivos excluyentes, con la conquista del poder como último fin, están todos los días, y provocadoramente, en primer plano». Servidora no ha escuchado ni una sola vez lo de la «conquista del poder», pero, insisto, si ése fuera el objetivo, ¿quién puede descalificarlo? ¿No es acaso ese, y no otro, el objetivo de todos cuantos obran en política? A algunos resulta difícil entenderles. O, peor aún, resulta demasiado fácil.

Lo que tiene claro Arbeloa es la identidad del enemigo a batir:«un nacionalismo fanático y cruel, adorador de la tierra y de la sangre, creyente devoto de leyendas, primitivo y predemocrático, enemigo telúrico de lo que llaman ‘democracia formal’, y que intenta desterrar al Estado occidental (no sólo al español) de sus predios acotados por el odio, la ignorancia y el complejo de inferioridad».

Repasen lo escrito y comprobarán quién ha llegado al punto de fanatismo propio del converso. Y es que las hemerotecas son muy traidoras y todo lo que escribió Arbeloa en aquellos años está impreso. -

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