Javier Retegui Ayastuy - Presidente de Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos
Hacia una reconversión social
La decadencia de una sociedad comienza cuando el ciudadano se pregunta: ‘¿Qué va a pasar?’, en vez de preguntarse ‘¿Qué puedo hacer yo?’». Esto que enunciaba hace casi treinta años el prestigioso ensayista y europeísta suizo Denis de Rougemont en un libro significativamente titulado “El porvenir es cosa nuestra”, pone el dedo en la llaga sobre parte de nuestros problemas actuales.Formamos parte de una sociedad satisfecha y con un elevado nivel de vida, pero quizá no del todo consciente de lo que está pasando ni de sus consecuencias a futuro. Mientras disfrutamos del presente beneficiados de una prosperidad nunca antes conocida, hablamos con cierta ligereza de los problemas que están cuajando y que hipotecarán el mañana de nuestros hijos y nietos, y frente a los que demasiadas veces preferimos pasar por impotentes antes que arrostrarlos directamente. Como el ciudadano del que habló De Rougemont, en nuestras conversaciones habitualmente sale el tema ¿qué va a pasar?, pero raras veces planteamos la cuestión en activa y nos preguntamos ¿qué podemos hacer nosotros? Este acomodamiento a la fatalidad que se ha ido apoderando del cuerpo social es síntoma de una decadencia, dulce si se quiere, pero decadencia al fin y al cabo. Sin embargo el momento actual es, más que oportuno, históricamente clave para una reacción que nos sacuda de la indolencia y ponga freno a este negativo deslizamiento. No podemos quedarnos «a verlas venir» cuando nos estamos asomando a un tiempo de profundas transformaciones que apremian a respuestas renovadas. Corremos el riesgo de perder en breve la posición conquistada por el esfuerzo de generaciones, a menos que sepamos llenar la idea del bienestar que se ha ido tornando fofa y crepuscular con valores de dinamismo, de conquista colectiva del día a día, de acción competitiva. Recuerdo que José Mª Arizmendiarrieta, fundador del movimiento cooperativista, solía señalar que toda acción humana, cualquiera que sea su naturaleza y ambición, lleva impresa su «fecha de caducidad». Al modelo de desarrollo que ha estado vigente durante los dos últimos siglos y que ha sido fuente de nuestro crecimiento económico y de progreso social, también se le va acercando la fecha de caducidad (todos los indicativos así lo evidencian: insostenibilidad global del modelo, nueva distribución geo-espacial del desarrollo con la emergencia de nuevos países como actores productivos, etc...). A esta crisis de paradigma externo se le añade otra de orden interno. Desde la segunda mitad del siglo XX en el ecosistema vasco se ha produ- cido un cambio cultural profundo que ha afectado a valores y a instituciones que secularmente funcionaron como aglutinantes sociales. A resultas, la comunidad en valores se ha debilitado, y con ella los ideales que incitan al sacrificio y al esfuerzo colectivo sobre los que se cimentó buena parte de nuestros logros. Así como en los años 80 y primera mitad de los 90 superamos una reconversión industrial casi angustiante y logramos darle la vuelta al declive económico con resultados más que brillantes, ahora nos vemos ante la necesidad de una nueva reconversión, esta vez social, que tendrá una doble dimensión: reconversión económica, buscando la competitividad global y nuestra inserción plena en la sociedad del conocimiento; y reconversión de principios y de valores solidarios. Me parece que el momento que vivimos es el idóneo para plantearnos este impulso, ahora que la sociedad vasca acaricia la ilusión de una convivencia en paz que permitiría reorientar preocupaciones y energías hacia nuevos retos sociales de importancia. La reconversión de la que hablo pasa, incuestionablemente, por mudar la actitud reactiva con sensación de impotencia en otra proactiva. La proactividad no significa otra cosa que dejar de ser esclavos de lo externo para convertirnos en seres conscientes, activos, libres y decididos que generan nuevas oportunidades de futuro. Actitud proactiva, pues, que es premisa, no sé si suficiente pero en todo caso necesaria, para los profundos cambios estructurales que se nos plantean. ¿Y cómo llevaremos a efecto esta reconversión que ha de ser compartida y asumida socialmente? La sociedad vasca es rica en instituciones avanzadas de reflexión, investigación, innovación y análisis, punto de apoyo para transformaciones del calado que precisamos. Nuestro déficit, si acaso, está en su atomización, en su desconexión, en el «individualismo institucional» que históricamente nos ha aquejado. Esto se subsana apelando a instituciones transversales que impregnen y transmitan las orientaciones y principios derivados de la visión prospectiva generada en los diferentes foros sociales. Junto a esta tarea de «polini- zación» de los mensajes precisamos de una comunidad más interconectada reticularmente que, manteniendo toda la vitalidad y el potencial de la acción in- dividual, responda globalmente a aquellos estímulos orientadores. El empeño que planteo no es pequeño y necesitará de todas las fuerzas. En lo que me afecta, considero que la contribución de Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos puede ser relevante por tratarse de una entidad transversal, pluriterritorial y formada por personas unidas por su amor al país, así como por la excelencia intelectual de muchos de sus miembros. Revelándonos contra la abulia del «¿Qué va a pasar?», desde Eusko Ikaskuntza hemos empezado ya a preguntarnos «¿Qué podemos hacer nosotros?», y hemos puesto en marcha Proyectos Especiales Pluridisciplinares, como el referido al Desarrollo Sostenible, que están implicando a gran número de personas y agentes sociales. Una de las conclusiones es que, para transformar las actitudes caducas, deberíamos empezar por cambiar nuestro modo de pensar. Esto es lo primero que podemos hacer y en ello estamos comprometidos. -
|