«Ave María Purísima». Sin pecado concebida. ¿Qué hay de nuevo,viejo? ¿Qué te acomete? ¿A qué esa cara añusgada y ese rictus azogado, ein? Dime, hijo, ¿qué te mortifica? «Montenegro, padre. Me acuso de no estar a la altura de las circunstancias, de no saber mentir con la debida circunspección, de improvisar respuestas incomprensibles que acaban en anacolutos y litotes intolerables, de no seguir fielmente la máxima del jesuita Baltasar Gracián, que rezaba aquello de: ‘sin mentir, no decir todas las verdades’ que tan bien nos fue en el referéndum de la Alianza Atlántica, y que oraba: ‘OTAN, de entrada no’, excelente hipérbaton, aunque en Euskadi saliera mal e hiciera proferir a Enrique Múgica, en el aeropuerto de Hon-darribia, expresión tan inelegante como ‘¡vaya hostia que nos hemos dado!’, trocada, por arte de birlibirloque, alcachofa mediante, en un deportivo ‘hemos gana- do’.Yo, padre, no tengo ese temple, a pesar de mis tablas en ‘política’ y mi cara de cemento. A veces dudo de mi profesionalidad y me entra el llanto. Múgica es un vocacional que ama esta profesión, pero yo soy humano. Quizá no valga para esto. Mis padres eran trabajadores pero yo no me he desclasado ni me peino para hacer el ridículo, por cuanto me dejo dominar por el nerviosismo no más no sepa atacar el toro de Montenegro si alguien me pregunta si lo allí sucedido es comparable, que no equiparable, con la situación política de aquí, y usted ya me entiende. Yo, como sabe, soy del PSOE. Lidié lances como las reconversiones y los GAL y supe capearlos ganándome el sueldo honradamente. Pero lo de Montenegro me supera. Es una situación límite, que diría Jaspers. O un punto omega, que sentenciaría Teilhard de Chardin, que le sonarán a usted y sólo a usted. Me doy cuenta de lo hueco de mis sofismas al tratar de enredar lo evidente, o sea, que allí ha habido un referéndum y aquí no porque, mire usted, Montenegro no es el País Vasco. Esto es el abecé de la geopolítica, pero la gente es terca.

Yo, padre, estudié con los jesuítas y de ellos aprendí el casuismo, el probabilismo y el tuciorismo, así como la reserva mental ante peliagudas situaciones de conciencia. Siempre he sido un chico aplicado y obediente. Del gran capital aprendí a gestionar sus intereses haciéndole el trabajo sucio travistiéndome de socialista para mejor engañar a las masas. Incluso llegué a creerme mis propios trampantojos y trolas. He aquí mi mérito. Pero la cornada de Montenegro me vence. ¿Qué hago, míster?»

No solloces, López, digo Jáuregui, perdona: en tiempos de nubarrón, no hacer mudanza y mirar (y silbar) para otro lado. O sea, hacerse el loco. Y ello con pujos profesionales. Mírame a mí, aficionado, pringao. -