ELA ha ofrecido datos que avalan la perdida de calidad en la sanidad pública vasca en los últimos años: reducción del gasto sanitario en relación con el PIB (hemos pasado del 4,2 en 1998 al 4,1 en los presupuestos de 2006, estando a la cola de Europa), plantillas cortas y cada vez más inestables (algunos cargos públicos han hecho alarde de las bondades de la «inestabilidad» en la Administración pública), trabajadores que ven cómo con el paso de los años (y una edad media en el sector de 50 años) se incrementa la carga de trabajo en muchas unidades, decisiones de privatizar asistencia... Y un Gobierno el vasco que, como si no pasara nada, cierra los presupuestos con superávit un año sí y otro también. No es preciso recurrir a la demagogia para concluir que los responsables políticos llevan años sin cumplir con su deber.
Siempre que ha sido necesario hemos denunciado los comportamientos desleales para con la sanidad pública que los hay, los intereses espurios y las derivas en la gestión que ponen en riesgo al propio sistema público. Denuncias sobre cómo se generan listas de espera por incompetencia en la gestión, sobre cómo se diluyen las responsabilidades, sobre cómo derivan asistencia sanitaria a centros privados; hemos afirmado que hay más preocupación por el número que por la calidad asistencial y hemos insistido en la dificultad de prestar buena asistencia con consultas masificadas. Es de esperar que en una sociedad democrática, ante críticas fundamentadas, se responda desde el gobierno de otra manera. No está siendo así.
Existen dos visiones ideológicas sobre la sanidad. La sanidad como negocio del que se puedan obtener importantes beneficios privados y la sanidad como derecho universal para el que la Administración pública debe garantizar su financiación y la prestación de los servicios. Los intereses privados exigen la liberalización (privatización) de servicios para hacer negocio, y la sanidad es un pastel sabroso que mueve mucho dinero. Esa privatización no se hace de la noche a la mañana. Se van dando pasos poco a poco. Un paso muy efectivo consiste en retrasar la asistencia a un enfermo para que pase a formar parte de una lista de espera de meses. Es una manera silenciosa de «animar» a esas personas a que contraten seguros privados de asistencia sanitaria. Obviamente no todos pueden hacerse un seguro privado. Y eso es precisamente lo que está sucediendo. En los países donde se ha hecho caso a las «estrategias de mercado» el resultado es socialmente mucho más injusto además de más caro (en EEUU se destina a sanidad el 14% del PIB y más de 45 millones de norteamericanos no tienen derecho a asistencia sanitaria). Es obvio que hay intereses para que la sanidad pública no funcione bien. ELA no está entre ellos.
Este Gobierno es responsable de colaborar con sus decisiones en que la sanidad pública no este hoy en condiciones de satisfacer las demandas existentes. Y no debería ser así.
El sistema sanitario público puede y debe. Pero creemos que es necesaria otra cultura política y de gestión de recursos. Política, porque políticas son las decisiones que vienen limitando irresponsablemente el presupuesto sanitario público. Y de gestión, simplemente porque es manifiestamente mejorable. El Departamento de Sanidad y su consejero han estado más preocupados por la propaganda que por sacar conclusiones que rompan inercias instaladas en el sistema. Nosotros opinamos que el sistema público puede y debe mejorar.
Osakidetza ha creado «juntas de participación» para ayudar a que sus decisiones no se cuestionen y adormecer al personal. Es la cultura «participativa» del departamento. Se informa sobre las bondades del contrato programa, sobre cómo se va a valorar con el sucedáneo de «carrera» que han impuesto, de que los usuarios han pasado a ser clientes... Un sistema en el que las críticas, que deberían interesar a cualquier organización, no tienen cauce de expresión. Se habla de «gestión horizontal» sin ninguna base real. No les interesa. Si tienes una idea, un proyecto, algo que ofrecer al sistema público puedes acabar en el ostracismo más absoluto. No existe interés en motivar a la gente. ¿Y qué es lo que quieren? Gente obediente que se deje llevar. Quieren eliminar todas aquellas críticas que puedan recordar elementos de ineficacia e irresponsabilidad política y de gestión.
Esa ineficacia es la responsable de una buena parte de las listas de espera. Las iniciativas que han puesto en práctica en los últimos años para reducirlas (productividad variable, autoconcertación y, la última, derivar actividad a la privada) o han sido un fracaso o se han basado en la renuncia a que sea el sistema público el que cumpla con lo que debe. Han creado una cultura perversa de incentivos. Es la Administración pública la que paradójicamente lanza mensajes de que es lícito cualquier forma de enriquecimiento, financiándolo en muchas ocasiones, desde las propias arcas públicas. En vez de abordar el problema en toda su dimensión, han hecho de la improvisación una manera de hacer política. A la larga algo mucho más caro y menos efectivo.
¿Es posible mejorar la gestión en la sanidad pública? Sí. Algunas medidas no cuestan dinero. Exigir el cumplimiento de horarios de trabajo, exigir gestión y responsabilidad en los servicios (es posible comparar servicios de una misma especialidad en distintos hospitales, de modo que, con la misma población asistida y el mismo número de médicos, en uno la lista de espera es de un mes y en el otro de un año), abordar la profesionalización y regulación de cómo se cubren las jefaturas de servicio (uno de los principales retos del sistema), abordar una política de negociación colectiva que deje de una vez por todas de jugar a corto, de generar agravios comparativos y que ordene los puestos de trabajo, los perfiles de los mismos, las retribuciones, la estabilidad y rejuvenecimiento de la plantilla del sector... Una política retributiva no significa sólo gastar más, sino acordar en qué se gasta. Eso no se está haciendo. Se crean de forma unilateral por la propia Administración conceptos retributivos que además de costosos son totalmente ineficaces (el caramelo de la carrera profesional no tiene ni pies ni cabeza). Para ELA prestigiar la negociación colectiva significa creer en ella, dedicarle tiempo, recursos, discutir y negociar. Dejar de imponer. El acuerdo que necesita la sanidad vasca requiere todo eso.
Estos últimos años han creído que o podían hacerlo solos o rompiendo las reglas de juego democráticas con acuerdos en minoría que no han abordado la raíz de los problemas. Si se siguen primando intereses políticos del corto plazo, es probable que repitan errores. No se equivoquen. No repitan el periodo 2000-2005. Así no se van a solucionar los problemas. Las movilizaciones que estamos realizando tienen para ELA un doble objetivo: Queremos mejorar la sanidad pública y las condiciones de trabajo de sus trabajadores. Las dos cosas se pueden. ELA emplaza a los responsables políticos de la Sanidad vasca a hablar en serio de todo ello. -