La prensa de ayer estaba, la verdad, un poco pesada a cuenta del debate entre ZP y Rajoy en el Congreso español. Pasé sobre esas páginas con la gracilidad de una bailarina y me quedé, pasmada, en la Tercera del ‘‘Abc’’, allí donde Edurne Uriarte soflamaba contra las actrices que han tomado la iniciativa de las «rosas blancas para la paz».Reconocía Uriarte su derrotismo:«A medida que pasan los días se acrecienta mi pesimismo sobre la batalla democrática contra ETA». Y les echaba la culpa a los que apuestan por el diálogo por «la confusión moral con la que importantes sectores sociales han viciado quizá irremediablemente esta batalla».
El cabreo monumental de Uriarte aumenta a medida que escribe y al referirse a la iniciativa de las actrices españolas sentencia que «La han denominado Rosas blancas por la paz. Pero tan desorientadas están estas actrices sobre sus destinatarios, que más parecen rosas de la violencia». Ya se pone en plan tremebundo, ¿ven?
Y a renglón seguido les acusa con el dedo tieso:«el problema social que representan, es mucho peor. Es el de la escandalosa nivelación de los dos lados, la misma que siempre ha hecho el terrorismo y que ahora asumen tantos grupos sociales al calor del liderazgo de Zapatero. Son rosas cargadas de violencia moral e ideológica, de derrota democrática para una sociedad que no sólo ha tenido que soportar la dictadura terrorista sino que ahora debe asumir su discurso de la paz. Y ¿quizá sus planes de paz?». Fíjense que algunas, cuando oyen hablar de paz, casi enloquecen.
No le falta un toque teórico a su descarga:«lo más temible para la democracia es que todos estos pragmáticos y equidistantes ideológicos disfrazan su entusiasmo por el diálogo con los terroristas de altura de miras, de serenidad, y hasta de valentía. O de objetividad, de claridad de análisis, de capacidad para ver por encima de la pasión de las emociones. Han convertido la rebeldía en enajenación, y la resistencia en desvarío ideológico».
Y concluye hablando bien de sí misma, de los suyos, de los que quisieran tirar todo al traste. A eso le llama «claridad moral».
Y lamenta Edurne Uriarte que a esa virtud tan suya,
«ahora los pragmáticos la llaman ofuscación o extremismo». Pues va a ser que sí.
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