Arantza Ozio - Miembro de Eguzki
Gladys del Estal, hoy
Un año más queremos recordar con cariño a Glayds del Estal, compañera a quien la Guardia Civil mató de un tiro en la cabeza el 3 de junio de 1979, cuando se encontraba sentada junto al puente del Ebro, en Tudela. Y volveremos a reunirnos para recordar a Gladys no como un mito o una mártir, sino como una compañera y, sobre todo, como símbolo de una lucha que hoy sigue plenamente vigente. Apelar a esa vigencia no es retórica, y basta fijarse en la razones que la llevaron a estar aquel día en Tudela, la nuclearización y el campo de tiro de las Bardenas, para comprobar que, 27 años después, siguen estando de rabiosa actualidad. En lo que a la nuclearización respecta, asistimos a una feroz campaña a través de la cual los mismos que hacen negocio con el petróleo nos quieren convencer de que, dada la creciente crisis que, por diversos motivos, afecta a éste, cada vez más caro, es preciso relanzar el uso de la energía nuclear con fines civiles (salvo en Irán, claro). Prefieren obviar que la energía nuclear no ha superado la prueba del mercado, porque cuando se dice que es más barata se oculta que los costes derivados de los residuos, para los que, no lo olvidemos, aún no existe solución, corren por cuenta del erario público. Dicen también, ecologistas ellos, que la energía nuclear contribuiría a paliar el efecto invernadero. Pero la ecuación «a más energía nuclear, menos gases de invernadero» es falsa, como lo evidencia el caso del Estado francés, el de mayor producción nuclear de la UE y, al mismo tiempo, el que más dificultades tiene para cumplir el protocolo de Kyoto. ¿Y qué decir de la seguridad? Es éste un asunto sobre el que prefieren pasar como de puntillas. Es verdad que no lo tienen fácil cuando acabamos de conmemorar el vigesimoquinto aniversario de la catástrofe de Chernobyl. Se defienden argumentando que aquello fue efectivamente algo lamentable, sí, pero del pasado. Además, era una central de la vieja Unión Soviética, y ya se sabe cómo funcionaba aquello; en «Occidente» no podría suceder. Y, sin embargo, sabemos que pudo y puede suceder. La historia de las centrales nucleares está plagada de accidentes que no podían suceder, entre ellos, uno anterior al de Chernobyl, el de Harrisburg, que hoy nadie parece querer recordar. Precisamente aquel accidente estaba en el origen de la convocatoria antinuclear internacional que el 3 de junio de 1979 llevó a Gladys a Tudela, donde en aquel momento existía un proyecto para construir una central nuclear en el soto de Bergara. Aquel proyecto, como el resto de los previstos en Euskal Herria, afortunadamente no llegó a materializarse. En efecto, tras años de lucha, nuestro país cerró la puerta a la energía nuclear y, sin embargo, ésta siguió colándose por la ventana, concretamente por Garoña, a media docena de kilómetros del territorio alavés y que, en caso de acci- dente, afectaría de pleno a Gasteiz e incluso a Bilbo y su comarca. Tras el reciente cierre de la central de Zorita, la de Garoña tiene el dudoso honor de ser la más vetusta del Estado español, la única que queda de las llamadas de primera generación. El PSOE, en la campaña electoral que llevó a Zapatero a la Moncloa, se comprometió a cerrarla, pero no da la sensación de que esté dispuesto a cumplir su palabra. Pero ya hemos dicho que fueron dos los motivos que llevaron a Gladys a Tudela aquel 3 de junio, la nuclearización y el polígono de tiro de las Bardenas. ¿Y qué pasa con el polígono? Pues que sigue al servicio de la guerra. Corren rumores, por supuesto desmentidos por el Gobierno español, de que últimamente han realizado prácticas de tiro con munición de uranio empobrecido. El tiempo se encargará de confirmarlos o desmentirlos. Lo cierto es que el polígono sigue siendo peligroso para la población, como lo demuestra el último accidente, uno más, registrado en abril, cuando un avión dejó caer un contenedor de dos toneladas de peso fuera del área de tiro. Cayó sobre un tendido eléctrico en Cascante y, aunque afortunadamente no hubo que lamentar víctimas, 4.400 abonados de la Ribera se quedaron sin luz. «¿Quién asegura que un día no harán blanco en los ho- gares?», cantaba Fermín Valencia. Pues se van acer- cando. El contrato de arrendamiento del polígono finaliza en 2008, pero todo apunta a que el Gobierno español, una vez más, obligará a renovarlo. Así es que no cabe ninguna duda de que sigue habiendo motivos para reunirnos y recordar a Gla- dys. Lo haremos este sábado como de costumbre, ante su monolito, al menos si es que el Ayuntamiento lo ha repuesto, tal y como ha prometido, después de que hace un par de meses lo retirara con motivo de las obras que está impulsando en el parque. En ese monolito pueden leerse unas palabras de la propia Gladys: «Oraindik zait ilusioa gelditzen». A nosotros también nos queda la ilusión, y volveremos a renovarla el sábado. -
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