Kepa Ibarra - Director de Gaitzerdi Teatro
El discurso real
La vecindad se levanta y el gran señor de la guerra no sabe cómo atajar tanta subversión y sobre todo tanta indecorosidad por el hermano que un día fue. No tiene inconveniente en provocar situaciones extremas y además osa distinguirse de todos aduciendo que los demás planifican democracias falsas, coqueteos con sistemas que ya no existen o que en sus currículos perdieron hasta el nombre.
Fidel, Hugo y Evo (parece ser que por este orden) dejaron de serlo hace tiempo y ahora son Castro, Chávez y Morales, para escarnio de los que todavía ven en las tríadas algún complejo y alguna fobia perdida de la infancia, que no han roto con esos complejos y andan despotricando contra todo lo que huela a norteño, inglés macarrónico y los Spurs victoriosos. Es como una maldición que persigue a quienes han osado levantar el dedo en una clase y aciertan respondiendo a la pregunta casi de formal casual, como pidiendo perdón por el atrevimiento, y de inmediato: «¡cállese!».
Lo peor de todo no es que a partir de este preciso momento se junten las hordas populares para reivindicar algo tan sencillo como que lo que en mi tierra existe mi tierra me lo pide, sino que además tienen la osadía de fomentar organismos comerciales y de auténtica autoprotección para competir (siempre con provocadora deslealtad) a los grandes emporios de la cosa transfronteriza. Otro gesto feo.
Los nervios empiezan a aflorar en todos los terratenientes que cotizan en bolsa y ya no andan a caballo, sino en mercedes, porque han entendido que algún chollo se les ha acabado y no saben a quién recurrir, si a los sicarios de la venganza blanca (ahogo económico, recorte comercial) o a los mismos estados que en definitiva parece que tienen intereses compartidos e incluso línea directa con la matriz del problema. Los ministerios se movilizan, las embajadas son un hervidero de llamadas telefónicas entrecortadas y apuradas, lo que en definitiva supone empezar a tener problemas multiplicados por tres o más (vaya usted a saber, que todo se contagia).
Me hace mucha gracia cómo los sesudos estrategas que abren sus mapas en las mesas oficiosas siempre se deben de andar preguntando hasta cuándo hay que soportar tanta desfachatez y tanto gesto de barriada, o por qué los Castro, Chávez, y Morales (Fidel, Hugo y Evo) se lían la manta a la cabeza y aparecen risueños y sonrientes, evaluando iniciativas tan básicas como imprescindibles para cualquier mente humana, cuando además se contagian de un espíritu tan emprendedor como adolescente, que acaban con los nervios de cualquier dirigente corporativo, mientras el resto de los humanos nos hacemos unas risotadas solidarias con ellos y sus circunstancias.
En esa zona contagiosa, los jefes de lo global dan la sensación de que se acaban mirando en el espejo cóncavo (que diría Valle Inclán), viendo deformaciones políticas no deseadas, gestos provocativos de difícil digestión, fisuras en lo correcto y deseado, creo que hasta llegando a verse atrapados en algún momento por un pequeño complejo de inferioridad cuando los amigos del pueblo llano exigen, piden, derogan leyes extrañas que secularmente tienen el apellido «expolio», y mirándoles a la cara esperando una respuesta tan política como básica. Ante todo este despropósito, sólo les queda apartar la mirada y forzar una sonrisa poco saludable. Intuyo que hay un entramado de higiene mental en este tipo de iniciativas populares que echábamos en falta hace muchísimo tiempo, porque a la postre siempre hemos entendido que cualquier iniciativa contestataria no era más que un sueño muy localizado y fácilmente identificado que los poderosos cercaban convenientemente para dejarlo como algo anecdótico y fuera de lugar en un mundo políticamente profesionalizado. Se aislaba el foco crítico, se le daba un tratamiento prioritario (Cuba ha sido cuna y referente), y se implantaba una teoría exclusiva sobre el principio y el fin del sistema a anular. Cuando el cerco se rompe, cuando los consanguíneos se alían y cuando los frentes comienzan a expandirse de forma casi epidémica, el asunto comienza a hacerse serio, la capacidad de inventiva se diluye y los que firman y confirman son precisamente los que antes con el hambre agudizaban el ingenio y con sus recursos alimentaban otras barrigas.
Reconozco que profeso una admiración profunda por este tipo de político directo, un poco contumaz en verbo, libre de ataduras subyugantes, y que es capaz de modelar un lenguaje desde lo mordaz, lo ligero de alforjas y lo profundo en contenidos básicos. No previe- ne ese peligro latente que siempre acecha al que juega con fuego (real), porque mantiene en su estructura personal lo que la estructura social de su pueblo demanda y desea ejercitar. En el discurso compartido de Evo, Fidel y Hugo se admiten socios, no expoliadores, se admiten propuestas compartidas y no propuestas monopolizadoras, se admiten amigos y no ejecutivos con cara de póker. Y se admiten sugerencias.
Me estoy imaginando a los magos de la pizarra geoestratégica tejiendo un sinfín de hilos extraños tendentes a desestabilizar patrones de juego, provocar colapsos financieros, ejecutar deudas bancomundialistas y fomentar la duda y el desasosiego en quien tiene que comer todos los días y pesa sobre él un embargo letal. Ante tanta artimaña posible sólo nos queda volver a la sonrisa cómplice, al juego de lo que es posible y necesario para respetar la voluntad de los pueblos, sean Hugos, Fideles o Evos sin amaestrar en el gran tablero donde dominan los facinerosos. En eso estamos. -
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