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Gara > Idatzia > Iritzia > Ezbaika 2006-06-15
La ciudadanía vasca ante el derecho de decisión
Más allá del derecho

Me contaron hace poco el siguiente cuento: «Un agente de aduanas estaba convencido de que determinado camionero era contrabandista. Cada vez que pasaba la frontera le ponía el camión patas arriba, pero a pesar de contar cada vez con métodos de detección mas sofisticados no conseguía pillarle nada que fuese ilegal. Así, hasta la víspera de la jubilación. Ese día abordó al camionero y le dijo: ‘mira, mañana me jubilo y te prometo que lo que me digas quedara entre nosotros, pero es que necesito saber qué contrabandeas, si no, reviento. El chofer sonrió y le contesto: camiones».

Muchas veces, y ésta es una de ellas, me da la impresión de que a las izquierdas vascas a veces nos ocurre lo que al aduanero. Nos empeñamos y enredamos en la conquista de los derechos formales mientras el tema del poder se nos pasa por delante como al aduanero el camión. Me explico.

No se trata de minusvalorar los derechos formales. En el pasado, las izquierdas radicales hicimos mal en menospreciarlos bajo la acusación de que tales derechos (por ejemplo, los democráticos) enmascaraban el poder real de la burguesía. Resultó que en los países donde se presuponía que el poder lo tercian los trabajadores mediante la dictadura del proletariado, lo que había era la más obtusa y burda dictadura de unas burocracias sobre quienes se afirmaba que gozaban de todo el poder. Quienes durante años sufrimos la dictadura franquista (en aquel caso burguesa) valoramos lo que valen los derechos tales como la libertad de expresión, asociación y, en mayor medida, el de decisión. Todo es importante, pero poder decidir es mas importante que poder expresarse o manifestarse.

Se trata, pues, de interrelacionar derechos con la capacidad de su ejercicio práctico en toda una serie de aspectos que nos afectan como pueblo y como ciudadanía; como clase social no detentadora de los medios de producción; como genero y como individuos.

Lo he dicho tantas veces que tengo la sensación de repetirme como un papagayo. Creo que Euskal Herria tiene derecho a autodeterminarse, a decidir por sí misma su futuro. El cómo ya es harina de otro costal, pues intervienen factores tales como sus posibilidades en el tiempo y el espacio (en dependencia de sus realidades administrativas y la voluntad de la población que puede no siempre ser la misma en todos los sitios, y con ello me estoy refiriendo a lo relativo a Iparralde, CAV y Comunidad Foral).

Creo además que ello es bueno para todas las partes. En primer lugar para el Estado español (y francés), que de esta forma se democratiza, aceptando un principio impecablemente democrático cual es que nin- gún estado (nacional o plurinacional) se considere dueño y soberano de un territorio independientemente de su población. Y a los vascos jamás se nos ha permitido decidir en ese sentido. En segundo lugar, para la propia Euskal Herria, que debe aplicar el mismo criterio en su interior, conformándose como nación soberana sin ingerencias externas, pero sin imposiciones internas. Es imposible un marco de decisión de ámbito vasco-navarro o de Euskal Herria (el ámbito cultural es otra cosa) sin el libre consentimiento de todas sus partes, lo hagan al unísono o por separado. En suma, un pueblo que decide libremente separarse o mantener unido a otros al hacerlo de forma democrática avanza en su cohesión interna.

Pero, volviendo al inicio, todo este esfuerzo por deshilvanar la madeja conceptual tejida en torno al conflicto nacional tiene el peligro de un río revuelto donde la ganancia la están sacando sólo algunos y algunas. Y es que el poder evoluciona muy rápido en estos tiempos. Es distinto en la era de la globalización que en la de los buenos tiempos de los estados nacionales. Hoy los que deciden de verdad se camuflan (los verdaderos poderes fácticos) o nos enredan pidiendo en nuestro nombre un poder de decisión que en realidad es sólo para ellos.

Constituciones nacionales y supranacionales reconocen derechos que antes sólo se asignaban a minorías privilegiadas, tales como el derecho a la vivienda, el trabajo, la salud, la enseñanza... Mas no se materializan o lo hacen de forma muy insuficiente, sin las consiguientes transformaciones en el orden social, político y económico. Es decir, ya no hablamos de derechos, sino de poder. De poder hacer.

Un estado independiente o asociado bajo la férula imperialista, un gobierno corrupto, es posible que no permita a sus gentes vivir en la tierra que se supone le pertenece. Un país en teoría desarrollado, y que conforma parte del mundo rico, puede tener en su interior inmensas bolsas de pobreza, y a una ciudadanía autosatisfecha pero que no ejerce ninguna capacidad de decisión mas allá de los breves periodos electorales, y de aquellas maneras además.

Sólo una ciudadanía autoorganizada, socialmente activa, movilizada en torno a unos derechos plausibles puede aspirar a decidir de verdad (digo aspirar, que lo consiga depende de la correlación de fuerzas sociales) sobre algo en concreto. Yo quiero decidir como parte de un pueblo, como clase, como individuo. Quiero un autogobierno que responda a nuestras necesidades, que en buena parte son las mismas de toda la humanidad.

En medio de la polémica sobre el poder de decisión, el autogobierno, etc. constato que desde Bruselas, Madrid, París, Gasteiz e Iruñea, gobiernos plegados a los dictados neoliberales, se nos está impidiendo decidir sobre cosas fundamentales para el presente y el futuro de nuestros pueblos, vasco, español, francésŠ Se nos está impidiendo debatir y decidir sobre la organización del territorio, las infraestructuras, la construcción de viviendas, el medio ambiente. No es cierto, que falten viviendas. Sobran. Lo que ocurre es que están mal repartidas. Hay que expropiar, o cargar con impuestos que obliguen a su alquiler o venta a precios asequibles. Es falso que falte dinero para gastos sociales. Se gasta en lo que interesa a unos pocos y, además, quienes más tienen más acumulan en detrimento de la mayoría. No es cierto que las infraestructuras viales sean insuficientes, lo que ocurre es que el transporte está orientado en una sola dirección y debilitado en el resto. Citaría muchas cosas sobre las cuales hay que tomar decisiones de signo contrario a las que están tomado las clases dirigentes y sus políticos.

Es la hora de decidir no sólo si queremos estar juntos o separados de España y Francia, sino también cómo queremos vivir en Euskal Herria. Decidir en política social y económica. En medio ambiente y ordenación del territorio. No sólo abertzalismo, no sólo democracia formal, también democracia social.

Hace falta distensión en unos terrenos, pero en otros, disenso y mas caña. La apisonadora del sistema nos va aplastando, y dentro de veinte años vaya a saberse qué país tendremos, qué país habremos dejado a nuestros descendientes. Sobre eso hay que decidir, también.

Insisto. Derecho a decidir, autogobierno pleno. Pero ya es hora de discutir y decidir sobre lo que de verdad importa: educación, política lingüística, vivienda, sanidad, transporte, medio ambiente, ordenación del territorio, igualdad entre los géneros, etc.

Todo esto pasó por mi cabeza mientras portaba la pancarta contra el TAV. -


 
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