Karen MARON
BEIRUT
AAlahu Akbar, Alahu Akbar (Dios es grande)», repetía un taxista cuando un
sirio, un jordano y un libanés, que se dirigían hacia esta capital desde la
ciudad de Hims al norte de Siria, discutían enfáticamente sobre la
nueva guerra. De pronto, su furia se convirtió en lágrimas. El es testigo del
intento de los libaneses, después del noveno día de ataques israelíes, de
traspasar la frontera con Siria buscando refugio de la creciente ofensiva
militar.
Desde horas tempranas de la mañana, el puesto fronterizo de inmigración de Al Areeda en el norte del país se convirtió en unos de los pasos obligados para la evacuación. Decenas de vehículos de distintas marcas y modelos traspasaron los puestos de control y angustiados desplazados forzosos luchaban con las autoridades migratorias sirias por su visa.
Un vetusto Renault 11 con una familia numerosa competía con una lujosa y flamante camioneta Chevrolet Cruiser para lograr el anhelado cruce. Mientras la angustia reinaba en estos hombres y mujeres, centenares de extranjeros mucho menos preocupados abandonaban el país, pero éstos amparados por fuertes operativos de seguridad implementados por sus respectivos gobiernos.
En las seis horas de espera para lograr traspasar la línea siria, una decena de diplomáticos alemanes y más de 450 ciudadanos cruzaron la frontera por tierra hacia Damasco escoltados por fuerzas especiales de ese país. El germano Capitán Lerzner fue el encargado de tramitar los pases para sus compatriotas. Una hora más tarde un convoy compuesto por ciudadanos italianos y belgas que sumaban unos quince vehículos llegaron a las carreras desde Beirut y con protección motorizada, escapando del peligro de una ofensiva masiva después de que un camión fuera atacado por cuatro misiles israelíes en una carretera lindante a esta ciudad.
Asimismo, una ambulancia de la Media Luna Jordana intentaba cruzar la frontera hacia este país con el objetivo de brindar ayuda a los heridos. Asimismo, personal de Naciones Unidas en el lugar manifestaban su preocupación por la situación de los más de 30.000 desplazados internos.
Mientras los nervios crecían del lado sirio, en el check-point libanés la calma era inusual para un país atacado por una de las potencias militares más poderosas del mundo. Amables y acicalados funcionarios militares recibían con cordialidad a los taxistas locales que habían trasladado a sus compatriotas fuera del territorio en peligro y a la única extranjera, proveniente de Latinoamérica, que las autoridades sirias habían permitido pasar en horas.
La costera ruta del Mediterráneo, que se extiende desde la frontera hasta Trípoli, es lindante a las paupérrimas casas de los gitanos instalados a orillas del mar que limita con las también precarias viviendas de los palestinos refugiados. En Trípoli pueden verse las instalaciones del Ejército libanés completamente destruidas por el ataque aéreo sufrido dos días atrás que introduce en un mundo inesperado cuando el cielo se convierte en el infierno.
Todos estan tristes
Al llegar a la bella e imponente capital libanesa, la expectativa se centra en evitar los lugares que pueden ser atacados. Los ciudadanos se concentran en la estación de autobuses y en la puerta de lujosos hoteles, mientras la actividad comercial se concentró en el intercambio de divisas, la venta masiva de teléfonos móviles y de alimentos. Los libaneses coinciden que están todos tristes pero cuando los miembros y simpatizantes de Hizbula llaman a una guerra total, los libaneses cristianos culpan al denominado Partido de Dios por arrastrarlos a un conflicto que puede destruir nuevamente esta capital y extenderse en toda la región.
