Apesar de las dos copas de pacharán, Simón no durmió bien esa noche. Le costó conciliar el sueño y se despertó en innumerables ocasiones. Además, el golpe recibido empezaba a manifestarse: el costado le dolía una barbaridad. Después de la declaración policial tendría que ir al ambulatorio.La declaración se alargó hasta pasadas las diez de la mañana. Antes que él había declarado Huesitos y, al salir de la inspección se encontró con Josefo. Llegaba acompañado de Joakin.
Hombre, ya habéis llegado. Yo acabo de terminar.
Voy a acercarme un momento al ambulatorio. A la salida os espero en Ur Gain.
Hemos pensado comer todos allí, Miren y Mila van a preparar marmitako. Creo que
Huesitos ya ha ido para allí.
Una declaración tensa
Simón se despidió de Joakin y Josefo y se encaminó hacia el centro de salud. El costado le dolía cada vez más y la tensión vivida durante la declaración ante la Ertzaintza no contribuía a mejorar su estado.El comisario encargado de la investigación se mostró más serio que de costumbre. En algunos momentos, incluso, agresivo. No podía entender, o no quería, que los amigos de Josefo intervinieran en aquel asunto:
Ustedes lo que deben hacer es dejar a la Policía trabajar y dejar de jugar a los detectives. Lo único que hacen es obstaculizar y eso puede ser considerado un delito de obstrucción a la Justicia.
¿En qué hemos obstruido nosotros nada? Lo único que hemos hecho es tratar de ayudar a un amigo que está viviendo una situación dramática sin haber hecho nada para ello.
Se lo repito por última vez. La próxima ocasión tendrá usted que explicarse ante el juez.
Al pasar frente al K.O. vio a Huesitos en la barra, conversando con Eusebio. Entró a saludarle:
Hombre, Luis Mari. ¿Cómo ha ido lo tuyo?
Joder, ¡menudo chorreo me ha echado el ertzaina ese! Parecía que era yo el del cuchillo jamonero...
También a mí me ha abroncado. Además, me ha puesto tan nervioso que ya no me acordaba ni cuántos botes de pintura faltaban, ni en qué parte del desván estaban... Lo he pasado francamente mal. Y además, me duele el costado... no sé si me he roto una costilla o algo. Voy al ambulatorio.
Te acompaño. Luego subimos a la sociedad. Allí estarán las chicas y el pibe.
Sí, además Josefo y Joakin también irán allí cuando termine de declarar Josefo.
Y ese pobre, ¿qué va a declarar? ¡Si no estaba aquí cuando ha pasado todo! Lo de los polis es de traca. Parece que se entrenan para hacer y decir chorradas. Hala, vamos al ambulatorio que me estoy poniendo de una mala leche...
En el ambulatorio, el médico de urgencias no tardó más de cinco minutos en determinar el diagnóstico:
Habrá que hacer una placa, pero tiene toda la pinta de una fisura en una o dos costillas. Ahora le voy a poner una faja anatómica. Tómese estos antiinflamatorios y mañana por la mañana pásese por rayos con este volante. Luego se lo lleva a su médico de cabecera. Pero no se preocupe, no parece nada serio.
Simón hizo un esfuerzo y sonrió con una pizca de ironía:
Hombre, me dice usted que no es nada serio. Me caigo sobre un hombre asesinado, me pego un trompazo de cuidado y me rompo una costilla... algo serio sí que parece, ¿verdad?
En la sala de espera, Huesitos conversaba animadamente con el celador. El asunto que les ocupaba era el tema de conversación obligado en Uriondo y Luis Mari había decidido contar lo ocurrido a todo el que se lo preguntara. El secretismo, pensaba, era lo peor.
¿Ya has terminado? Eso es eficiencia.
Sí. Mañana tengo que volver a hacerme una radiografía, pero parece que es una fisura.
Los dos amigos se despidieron del celador y se encaminaron a la sociedad. Mila, Miren y Sergio ya estaban allí.
Bueno, ya hemos terminado. ¿Qué tal os ha ido a vosotros?
Régio, tío. Con estas dos profesoras terminaré por convertirme en el Argiñano argentino.
El marmitako estaba a punto. Un golpe de calor a última hora con el bonito mezclado con las patatas y asunto resuelto.
Joakin y Josefo tampoco tardaron mucho más en hacer acto de presencia.
¿Tú también has terminado? Bueno, la verdad es que poco tenías para contar...
Eso le he dicho al comisario, pero supongo que será normal tomar declaración al dueño de la casa donde aparece un cadáver.
Miren terció en la conversación:
Bueno, chicos. Habrá que cambiar de tema, ¿no os parece? No nos vamos a pasar el día hablando de ese pobre chico.
Miren tiene razón. Todavía es temprano para el poteo, así que podemos dar un paseo hasta Santa Ana...
Id vosotros si queréis replicó Miren. Yo tengo que ir a casa. He dejado todo sin hacer.
Xuxú, Simón, Josefo, Joakin y Huesitos también declinaron la invitación:
Mejor jugamos una partidita de cartas. Además, Simón no está para muchos trotes.
Y tú, Sergio, ¿te animas?
Bueno, un paseito no me vendrá mal. Además, yo no sé jugar al mus.
Mila y el argentino salieron en dirección a la ermita, pero al doblar la primera esquina, Mila le susurró:
Gotzon ha salido y no volverá hasta la hora de comer.
Al llegar frente al portal, bastó un pequeño gesto para que el argentino desviara la marcha. No hubo que esperar a llegar al segundo piso. Los vecinos del primero estaban de vacaciones y nadie más vivía en la casa. Mila se abalanzó sobre el joven nada más cerrar la puerta. Veinte minutos más tarde todo había terminado y los dos amantes abandonaban el edificio en dirección a la sociedad. Los cuatro hombres seguían allí frente al tapete. Simón había salido a la farmacia para comprar los antiinflamatorios.
¿Ya estáis de vuelta? ¿Habéis ido haciendo footing o qué?
No. Al final nos hemos quedado a tomar un café en el Itsasalde. Con este calor nos ha dado pereza caminar.
Habéis hecho bien. Eso de andar para no llegar a ninguna parte me parece poco serio.
Huesitos consultó el reloj y gritó:
¡Ordago!
¿Ordago? Pero si acabas de decirme que no tienes nada...
Son las doce menos cinco, Xuxú. Y el horario es el horario.
Mecagüen... no vuelvo a jugar contigo. Eres la pera...
(CONTINUARA)