Comenzaba esta jornada con la mala noticia de la suspensión del concierto de Birelli Lagrene, el más destacado continuador de la tradición del jazz manouche y una de las presencias, a priori, más atractivas del festival. En su lugar escuchamos al Crimson Jazz Trío. Ian Wallace a la batería, Mathias Aspelin al piano y Tim Landers al bajo refrescaron la memoria de una época en la que muchos músicos de rock progresivo tomaron y adaptaron técnicas del jazz, mientras los de jazz hacían lo propio con el rock. Los antiguos miembros de King Crimson recrearon melodías conocidas con gusto, bien construidas improvisaciones y excelente feeling cara al público.

En la plaza de la Trinidad, Chano Domínguez nos mostró su ambicioso proyecto “New Flamenco Sound”. El suntuoso sonido de texturas superpuestas, casi orquestal, que nos propuso, dejó poco sitio al flamenco en sí mismo, como no fuera para el somero acompañamiento de palmas y algún tema a dúo entre Chano y Blas Rivera. Además de nuevas versiones de temas antiguos, ofreció muestras de su nuevo disco. Se diría que el pianista intenta dar un salto cualitativo asumiendo distintas influencias: desde la música de las big bands contemporáneas hasta la recreación de la música antigua. En la consecución de este empeño, el timbre brillante de la trompeta de Diego Urcola y la agilidad improvisadora del nuevo fenómeno del saxo alto, Llibert Fortuny, fueron una eficaz ayuda. De la misma manera, Marina Albero con el exótico salterio ayudó a evocar viejas tradiciones.

A continuación acaeció la fiesta Flecktone. Una experiencia por la que debemos pasar apreciemos o no la propuesta de Bela Fleck. De alguna manera, el futuro del jazz lo dirimen grupos como el de este revolucionario del banjo, que asimilan y utilizan con absoluto desenfado todo tipo de ritmos e influencias. Oímos country, blue grass, atisbos de música étnica, y también jazz. Aunque tamizado por la fusión electrónica simbolizada en Víctor Wooten y Future Man. Ambos enfervorizaron al público más joven, si bien sus exhibiciones de virtuosismo llegaron a ser reiterativas. Aun así, un repertorio equilibrado y una brillante puesta en escena ayudaron a cuajar un estimable concierto.

En su lugar, nos encontrábamos la actuación de la Wiesbadener Juristenband, una agrupación de exjuristas alemanes, antiguos miembros de las más altas instancias del poder en su país. Temiendo el contagio legalista, huimos espantados. Siempre nos quedará la duda de si su antigua condición de gerifaltes del estado facilitó a estos carcamales su nueva “carrera” como músicos. -

Javier ASPIAZU