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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-31
Martin GARITANO
En busca de Miguel, el de Landatxo
La vida sigue igual (XXXIX)

Pasada la una del mediodía, Mila se unió al grupo. Gotzon, anunció, llegaría más tarde porque había ido al taller a cambiar una de las ruedas al camión.

­Cada vez salís más tardeŠ

­Pero salimos, Huesitos, salimos. Que no es poco para el día después de la romería..

­En eso llevas razón. Yo pensaba que estaría solo todo el día.

Cuando llegó Gotzon la conversación tomó otro derrotero. El camionero traía novedades:

­Me acaban de decir en el taller que la Ertzaintza ha ido a Landatxo con una orden de registro.

­¿A Landatxo? ¿Al caserío de Miguel?

­Sí, pero parece que él no estaba. Estaba sola la mujer y una de las hijas.

­Y, ¿qué buscaban?

­No sé. En el taller no sabían nada más, pero hay un meneo policial de cojones por aquella zona. Si no he visto quince coches patrulla, no he visto ninguno.

A Simón, la preocupación se le reflejaba en el rostro. Miguel era el único que, además de él mismo, tenía llave de la ermita de Santa Ana. Y esta orden de registro no podía ser ajena a aquel asunto. Por otra parteŠ ¿Miguel?. Lo conocía desde hace treinta años y sólo podría destacar sus virtudes.

­¡Joder con el casero! Un beatorro de cuidado y, mira, en qué asunto estará metido.

Simón quiso zanjar el asunto:

­Xuxú, no seas bocazas. Todavía no sabemos nada, o sea que no vamos a juzgar a Miguel. No seamos más papistas que el Papa.

Mientras los demás salían del Gureak camino del Itsasalde, Simón se dirigió a la casa parroquial. Quería saber de primera mano lo que había sucedido.

No tardó en ponerse en comunicación con Landatxo. Lurdes, la mujer de Miguel, respondió a la llamada. El tono de su voz delataba la angustia que sentía:

­Sí, sí. Están aquí. Han venido con un papel del juzgado para registrar el caserío y están poniendo todo patas arriba. Yo no sé qué es lo que buscan.

­¿Y Miguel? ¿Dónde está?

­Pues no sé. Ha salido por la mañana temprano. Le han llamado por teléfono y ha dicho que iba a hacer un encargo y que vendría a mediodía, pero no ha regresado aún. Yo no sé qué es lo que va a pasar, SimónŠ

­Lo primero es localizar a Miguel y buscar un abogado. Voy a llamar a uno que conozco en Eibar, él nos dará una idea de lo que hay que hacer. Mientras tanto, vosotras, tranquilas. Cuando haya terminado el registro, venid al pueblo. Me gustaría charlar un rato. Y cuando vuelva Miguel, que me llame sin falta.

Eran ya las dos del mediodía cuando Simón abandonó el despacho parroquial en busca de los amigos. A esa hora los localizaría, a buen seguro, en el K.O. Esa ­pensó- era la virtud de la rígidas normas que había impuesto Huesitos a la cuadrilla.

Frente a la barra de Eusebio, el resto de los amigos discutían sobre la noticia que había traído Gotzon.

­A mí ese tipo no me ha gustado nunca. Muy santurrón, muy santurrón, pero yo ya sé en que locales me lo he encontrado...

Huesitos calló al ver entrar al cura.

­Atención, con la Iglesia hemos topado. ¿Se sabe algo más, Simón?

­Pues no mucho más. Miguel ha salido por la mañana a cumplir con un encargo y los ertzainas siguen registrando el caserío. Por la tarde trataré de localizar un abogado que les asesore. La pobre Lurdes está asustada.

­Vaya lío. Por cierto, yo no he preparado nada en casa, así que Gotzon y yo nos quedaremos a comer por aquí. ¿Alguien más se anima?

Xuxú negó con la cabeza:

­Nosotros nos vamos a casa. Todavía me queda graduación de la juerga de ayer, así que hoy toca formalidad. Unas vainas con patatas y... siesta. Además, mañana tengo que ir a Bilbao para todo el día, así que tengo que descansar.

Miren miró de reojo a Sergio.

el menu del dia

Sergio y Simón se apuntaron a comer un menú del día. El cura quería estar a pie de calle por si se producían novedades en Landatxo. Eusebio, atento a la conversación de los únicos clientes que había en el bar, matizó:

­Pues si queréis comer aquí, os tendréis que dar prisa porque mi mujer quiere cerrar la cocina y marchar a Mendaro a visitar a una prima suya...

­Y, ¿qué tienes para comer? porque si no me gusta, me voy al Itsasalde a comer un plato combinado.

­¡Vas a comparar tú un plato de esos con la menestra que ha preparado Mari Carmen...!

­Eso es otra cosa. Si hay menestra...

­Hala, tomaros un pote en el Gureak y os pongo la mesa para dentro de veinte minutos. Pero no os retraséis, ¡eh!

En el camino al siguiente bar, Miren y Mila se despegaron del grupo por indicación de la primera.

­¿Ya sabes que el argentinito...?

­¿Qué le pasa a Sergio?

­Nada, pero le ha pasado. No ha pasado la noche en la casa de Simón. Ese se te va a escapar...

­¿A mí? Pero si no tengo ningún interés especial.

Miren sonrió.

Kokoloko fue el encargado de aportar nuevos datos sobre el caso de Landatxo:

­Dicen que Miguel se ha escapado y que la Ertzaintza le busca por orden de un juez de Bergara. Y dicen que el asunto está relacionado con el francés aquel que apareció degollado en la ermita.

Simón no ocultó su enfado:

­Dicen, dicen... ¿quién dice? Eso es hablar por no callar. Hasta que no aparezca Miguel y hable el juez, no se sabe nada. Y con asuntos tan delicados es mejor callarse. No se puede difamar con tanta alegría a las personas. Miguel es un buen hombre. De eso no me cabe ninguna duda.

Y, sin embargo, Simón empezaba a albergar dudas sobre el cuidador de la ermita. Todo era tan extraño...

De vuelta al K.O. Eusebio les esperaba con la mesa puesta y una cazuela rebosante de la exquisita menestra que preparaba su mujer.

­Saca vino del bueno, Eusebio, que este manjar no se puede estropear con Viña Arcada...

­Cada día eres más morrofino, Gotzon ­protestó Huesitos- Aquí transijo, pero en el txikiteo ni se te ocurra.

Simón, en un gesto inusual, bendijo la mesa. Contestó Huesitos:

­In nómine menestrorum...amén.

El cura sonrió con pocas ganas. -

CONTINUARA


 
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