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Gara > Idatzia > Euskal Herria 2006-07-31
Cuando en las aulas vascas imperaba el nacional-catolicismo
Con el alzamiento franquista, el euskara desapareció de las aulas, las Escuelas Rurales se convirtieron en Escuelas Nacionales y el nacional-catolicismo marcó las directrices del profesorado y alumnado. Hilario Murua, doctor en Teoría e Historia de la Educación, ha analizado cómo fue aquella enseñanza primaria.

Religión, prohibición de hablar en euskara e imposición de castigos, incluso físicos, para quien lo hacía, la obligatoria presencia en las aulas de los retratos de Franco, la Santísima Virgen y, en algunos casos, de José Antonio Primo de Rivera, la colocación de crucifijos, la casi total desaparición del personal docente en época de la República y su sustitución por profesores llegados de provincias limítrofes con Euskal Herria... Es el panorama que presentaba el sistema educativo vasco en los años posteriores a la guerra del 36 y en las décadas del franquismo. Bajo el título de “El magisterio y la enseñanza primaria en Gipuzkoa, 1935-1975”, Hilario Murua, licenciado en Pedagogía y doctor en Teoría e Historia de la Educación por la UPV, ha analizado, a lo largo de 800 páginas, los entresijos de la educación impuesta por Franco.

Una de las primeras medidas que adoptó el dictador fue la supresión del Concierto Económico en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Ello provocó, tal y como señala Murua, «una fuerte pérdida del poder económico, sobre todo, de las diputaciones de Gipuzkoa y Bizkaia, que repercutirá directamente en la enseñanza primaria».

Hasta 1936, gran parte de la enseñanza en Gipuzkoa estuvo bajo el control de la Diputación, pero con el golpe de estado de Franco las Escuelas Rurales pasan a convertirse en Escuelas Nacionales, que serán directamente controladas por el entonces Ministerio de Educación Nacional. Como es sabido, el Ejército sublevado intentó por mil vías «eliminar el euskara de la sociedad», si bien, a posteriori, todos su esfuerzos tuvieron un efecto boomerang.

«Una gran cantidad de euskaltzales y los hijos de inmigrantes que habían llegado a Euskal Herria a finales de los 40 y principios de los 50 emprendieron una lucha por re- cuperar el euskara. Hay un auténtico ejército de andereños y maixus que desempeñará una labor encomiable y militante».

Se inicia la depuracion

La «depuración» fue una de las obsesiones del régimen franquista. Este control se dejó sentir desde los primeros meses del alzamiento. Una de las primeras medidas fue el fusilamiento de la mayoría de los profesores republicanos. Los que no murieron tuvieron que partir al exilio y quienes se quedaron fueron «depurados».

Finalizada la guerra, «se produjo una llegada masiva de militares con mínimos conocimientos y de gentes próximas a la Iglesia que también carecían de los estudios suficientes».

Principalmente, procedían de Burgos, Logroño, Valladolid y Zaragoza, y la media de edad superaba los 50 años. «Era un profesorado totalmente adepto al régimen, mal pagado, con grandes penurias económicas». Y, por su supuesto, desconocían el euskara. «Cuando llegan a las nuevas Escuelas Nacionales, se dan cuenta para su sorpresa de que el alumnado no sabe el castellano. Ante esa situación, aplican el castigo conocido como ‘el anillo’; es decir, cuando oían a alguien hablar en euskara, bien en clase o bien en el recreo, le colocaban un anillo. Si este alumno escuchaba a otro en euskara se lo ponía y así hasta la finalización de la jornada o semana. A quien tuviera el anillo le imponían un castigo que podía ser económico o físico, o le obligaban a limpiar la escuela», explica Murua. «¡Estamos hablando de niños con edades inferiores a los once años!», resalta. Estas medidas represivas trajeron consigo que «la juventud e infancia vasca rehuya o rechace su propio idioma, y la creación de delatores».

Ejemplo de la prohibición es el bando emitido por el gobernador de Bizkaia y Gipuzkoa el 7 de diciembre de 1936 para que «desaparezcan los signos nacionalistas». Decía lo siguiente: «Se advierte a todos los guipuzcoanos que en un plazo de 48 horas han de suprimirse de los rótulos, carteles y anuncios de k, tx, b etc. con que han violado los nacionalistas el glorioso idioma español bajo la multa de 500 pesetas por primera sanción». Murua añade que «en su manía persecutoria y obsesión se prohibió poner nombres de euskara e, incluso, combinar los colores de la ikurriña».

Imagen de una aula tipica

Una aula típica de la época combinaba elementos del llamado nacional-catolicismo. Aparte de tener un encerado y una pizarra, a la derecha e izquierda tenían que figurar los retratos de la Santísima Virgen y Franco, también el de José Antonio Primo de Rivera en muchas de ellas y un crucifijo. Todas estaban presididas por la bandera española y, en el mejor de los casos, solía haber una pequeña estufa. Las clases de las niñas normalmente estaban adornadas con flores. El material escolar consistía en un libro-cartilla que servía para estudiar todas las asignaturas: matemáticas, lengua, historia, geografía, «formación del espíritu nacional», religión...

Salario de un maestro

Tal y como explica Murua, los salarios eran muy bajos: «Cualquier otro funcionario como un policía o un guardia civil cobraba un tercio más que un maestro». Aunque insuficiente, percibían cierta cantidad para la adquisición de una vivienda.

«En Gipuzkoa ­agrega­, el asunto se complicaba porque siempre ha sido un territorio especialmente caro en materia de vivienda. En 1965, por ejemplo, les daban 303 pesetas cuando un piso de alquiler costaba de media 2.500 pesetas».

Ante esta situación, «buscaron una pequeña trampa». Una vez finalizada la jornada lectiva, daban clases particulares, rebautizadas como «permanencias». Si bien no eran obligatorias, eran de «asistencia recomendable». La mitad de las ga- nancias iban a parar al bolsillo del maestro y la otra pasaba a engrosar las arcas ministeriales. Otra de las actividades extraescolares que realizaban era la administración de viviendas y empresas. «En lugar de preparar las clases, se dedicaban a llevar la gestión de esos pequeños trabajos», manifiesta.

El papel de la iglesia

«Dios, patria, hogar» es el tríptico que crea el nacional-catolicismo para la mujer. «Estarán limitadas para una gran cantidad de actividades y a las que querían estudiar les obligaban a la realización del Servicio Social. No hacerlo suponía que no podían estudiar ni sacarse el permiso de conducir ni entrar a trabajar en determinados centros», detalla Murua, que remarca «el sucio papel de la Iglesia». «Cuando a primeros de este año veía las movilizaciones de Madrid en las que la Iglesia, de la mano del PP, salió a la calle en defensa de sus propios intereses, me recordaba un poco lo que sucedió en 1936. A lo largo de la tesis hemos podido comprobar cómo algunos curas van con la pistola en el cinturón y se dedican a ejecutar personas», denuncia.

Al hilo de esto, cita unas declaraciones de José Permatín, uno de los ideólogos del nuevo régimen y autor en 1938 de la obra “Qué es lo nuevo... Consideraciones sobre el momento español presente”, donde reflexiona sobre lo que debía ser el Estado español una vez que el golpe militar hubiera triunfado. Decía Permatín que «la nacionalidad española se hallaba fundida con un ideal católico, que el fascismo era la fusión de la Nación y el Estado; por consiguiente, si España había de ser nacional y había de ser fascista, el Estado español había de ser necesariamente católico».

Murua matiza que «no toda la Iglesia fue así. Dentro de la vasca hubo un sector que fue castigado por el régimen por no asumir sus postulados». Recuerda que «a finales de 1970, una serie de curas vascos escriben un manifiesto en favor del euskara, lo que supone que muchos sean castigados».

Una de las dificultades con las que se ha encontrado a la hora de realizar esta tesis ha sido «la negativa por parte de la Iglesia a darme información sobre la enseñanza privada que hubo en Euskal Herria en aquella época. Argumentan que no hay datos sobre los colegios y el profesorado». Ello, subraya, «no nos permite dar una imagen global de lo que fue la enseñanza». Por contra, agradece «la oportunidad, el apoyo y orientación que el Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la UPV y mi director de tesis me han dado para investigar este campo que, en cierta manera, he vivido». -

DONOSTIA



Los meritos militares y a favor del regimen
El profesorado de la II República «desapareció por completo», siendo sustituido por personas adeptas al régimen cuyos estudios no sobrepasaban el Bachillerato, por religiosos y militares. En la escala de valores, establecida en una or- den ministerial del 30 de marzo de 1943, primero se tenían en cuenta los méritos militares (estar en disposición de la «Laureada individual» o ser voluntario en la División Azul) y lue-go los contraídos a favor del Movimiento; como por ejemplo, ostentar un cargo, haber sufrido «prisión durante el dominio rojo sin haber obtenido la condición de ex cautivo», ser «viuda de un asesinado por los rojos o muerto en campaña», ser «huérfano de asesinado por los rojos o muerto en campaña», haber «pasado de la zona roja a la nacional» o haber sufrido la «destitución durante el dominio rojo». Los méritos a favor de la enseñanza ocupaban el tercer lugar. También se valoraba ser «cabeza de familia numerosa».

Murua subraya la falta de interés del régimen por la enseñanza, que «la delega en la Iglesia», produciéndose «continuos enfrentamientos entre la Falange y la Iglesia».

Esta última resulta «la gran vencedora, sobre todo porque cuenta con el apoyo expreso de Franco». En manos de la Falange quedará «la Formación del Espíritu Nacional y la educación física». La coeducación quedará suprimida y la enseñanza será diferente dependiendo del sexo.


 
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