Gaizka UNZUETA
Chechenia: ¿volver a empezar?
El autor, estudioso de la cuestión chechena, analiza la situación creada tras la muerte de dos referentes de la resistencia. Sin obviar el duro revés para ésta, rechaza el triunfalismo del Kremlin y apunta a una posible consolidación de la opción más nacional y menos islamista de la guerrilla.
La reciente muerte de dos importantes referentes de la resistencia chechena en el corto espacio de tiempo de un mes ha sacudido la escena política del Cáucaso norte y, por extensión, de la Federación Rusa. Casualidad o no, ambas muertes, la del presidente de la clandestina República de Chechenia-Ichkeria (RChI), Abdul-Khalim Sadulayev, y la del conocido líder guerrillero, Shamil Basayev, se han producido poco antes de la cumbre del G-8 en San Petersburgo, lo que ha provocado la consiguiente aparición de un victorioso Vladimir Putin en la foto de los máximos dirigentes mundiales. Atendiendo al guión triunfalista presentado por el mandatario del Kremlin a comienzos del presente año, en el que prácticamente daba por finalizada la campaña antiterrorista en Chechenia, así como a los posteriores análisis de los observadores rusos, el escenario recuerda al vivido tras la muerte del anterior presidente de la RChI, Aslán Masjadov, en marzo de 2005. También entonces los voceros del Kremlin vaticinaron el fin de la guerra y, posteriormente, se encontraron con un repunte de la actividad armada en Chechenia y distintos focos de insurgencia coordinados entre sí en la práctica totalidad de las siete repúblicas del norte del Cáucaso. Es obvio que la guerrilla chechena ha sufrido un serio revés, pero, por las características del propio movimiento armado checheno y su tradicional tendencia a la fragmentación, la resistencia podría, en cierto modo, incluso verse favorecida por el nuevo escenario. Con el ascenso de Dokku Umarov a la presidencia de la RChI parecen apreciarse síntomas de un cambio de discurso que, aunque es improbable que haga variar la línea trazada por el Kremlin encaminada a aplastar militarmente a la insurgencia, sí puede ser válido para alcanzar la necesaria unidad en las filas de la propia resistencia chechena. En ese sentido, tanto el ex-presidente Sadulayev, pero especialmente Basayev, eran, cada uno en su ámbito, dos elementos que de alguna manera hicieron el juego más fácil a los rusos y provocaron disensiones nunca ocultadas entre los insurgentes. En el caso de Sadulayev, su pasado como presidente del Tribunal Supremo de la Sharia, las extensas referencias al Corán en sus comunicados y, principalmente, su idea de crear una especie de confederación en el Cáucaso septentrional al estilo de la Unión Europea, rompían el discurso de anteriores líderes y lo hacían aparecer, en opinión del periodista Andrey Babitsky, como un «musulmán romántico e idealista». Ese perfil islamista del ex-presidente y su trayectoria fueron el argumento esgrimido por el aparato de propaganda del Kremlin para desprestigiar al líder de la insurgencia y relacionarlo insistentemente con el islamismo internacional y el wahabismo.
La figura de Basayev
Shamil Basayev, por su parte, generó un sinfín de contradicciones entre las filas de la insurgencia, principalmente desde su participación en el levantamiento islamista de Daguestán que dio origen a la segunda invasión rusa en 1999. A su indudable capacidad de organizar militarmente las operaciones en las dos campañas bélicas se contrapuso su excesivo protagonismo, lo que le llevó a dirigir por cuenta propia las dramáticas acciones del teatro Dubrovka o de Beslán. Dichas acciones le llevaron a ser condenado públicamente por la presidencia de la RChI y no hicieron más que aumentar de manera creciente el desprestigio de una causa que, tiempo atrás, aun con la boca pequeña, la UE, e incluso la administración norteamericana, vieron con buenos ojos. Dokku Umarov, el nuevo presidente de la RChI, es un líder diferente. Su pasado como comandante de campo con larga experiencia en la zona sur de la república chechena se entronca con líderes de las características de Dudayev o Masjadov, pero lo alejan de la retórica más islamista. Su primer comunicado oficial citando el deseo de hacer valer el tratado de paz firmado por Yeltsin y Masjadov en 1997, vuelve a situar el discurso en unos parámetros de los que quizá nunca debió salir; más presentables ante la comunidad internacional y, al menos a primera vista, más realistas. El cambio de registro, situando la autodeterminación de Chechenia como objetivo principal, así como la consigna a sus representantes en el exterior de intentar contrarrestar la propaganda que relaciona la lucha chechena con el fundamentalismo, parecen indicar un giro y un loable intento de llevar la dirección de la resistencia a unas coordenadas diferentes a las de esta última fase del conflicto. Su idea de que para los chechenos «primero es la libertad, no la yihad», parece indicar que los sectores de la resistencia con un discurso de tinte más «nacionalista», como el Ministro de Exteriores en el exilio, Akhmed Zakayev, quien recientemente ha hecho una nueva oferta de paz previa a la reunión del G-8, podrán moverse con más comodidad que antes al no tener que estar distanciándose continuamente de las sangrientas acciones cometidas por el admirado pero, quizá más temido, Shamil Basayev.
Escenario abierto
El escenario norcacucásico ha variado notablemente desde la Primera Guerra Chechena (1994-96). Umarov no es sólo el presidente de la RChI, sino también el líder de los musulmanes levantados en armas en todo el norte del Cáucaso, quienes ya le han jurado su alianza. El Frente Caucásico creado por Maskhadov, reforzado por Sadulayev y ampliado por el mismo Umarov en fechas recientes, se antoja más un recurso táctico y un instrumento operativo para aliviarse de la atosigante presión militar rusa que una vía para crear un Califato del norte del Cáucaso tal y como defendía Basayev. Umarov se muestra más pragmático y, desde luego, más cercano que su predecesor, Sadulayev, al discurso de sectores más amplios de la sociedad chechena. Queda abierto, por tanto, un nuevo escenario donde personalidades como el responsable del Ministerio de Información de la RChI, Movladi Udugov, o colaboradores de Basayev como Musa Iskiev o Supiyan Abdualev, más proclives a romper con Occidente y a luchar por un estado islámico en todo el Cáucaso septentrional, podrían haber quedado descolocados. El futuro dirá si, a diferencia de los anteriores presidentes chechenos, todos ellos asesinados por los rusos, Umarov consigue llevar a buen puerto las ansias de paz y libertad de un pueblo brutalmente castigado por un largo conflicto.
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