Ha pedido el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, que interceda la Virgen de Begoña para que «los terroristas» pidan perdón por el daño causado a sus víctimas. Si viviera Telesforo no ocultaría su alegría. Por fin, diría, los fascistas nos van a pedir perdón por el inmenso daño que han causado a nuestro pueblo durante décadas. Lo haría, además, con aquella ironía fina, depurada, con la que era capaz de ridiculizar al más embrutecido de los fascistas.
No intentaré imitarle no por modestia sino por temor al ridículo y pondré negro sobre blanco las cuatro o cinco primeras ideas que ha despertado la intervención de Blázquez en una mente agosteña, relajada por las fiestas e ilusionada por el proceso que tantos y tantos vivimos con esperanza y emoción.
Primero: Blázquez, vestido de obispo, ha utilizado la autoridad moral de su mitra para insultar a los miles y miles de víctimas del fascismo españolista. Los fusilados, sus familiares, los presos durante décadas, los trabajadores machacados, los republicanos reprimidos, los expoliados, los torturadosŠ esperan que «los terroristas» les pidan perdón. Esperan en vano. Blázquez no se refería a eso.
Segundo: el concepto del perdón es tan vacuo que da grima ver cómo se emplea al modo de un ariete contra la paz. Nunca perdonaré. Así viva cien años, a los que tanto daño nos hicieron. Nunca, por ejemplo, a Garzón, a Aznar, al que mató a Josu, al que encarceló a mis compañeros y amigos por el terrible delito de escribir en libertad, a muchos otros. Nunca. Así pasen los siglos y mis cenizas descansen en un panteón de Bergara.
Tercero: Construir la paz no pasa por el perdón. Esa es moneda falsa. La paz será una realidad cuando ellos aprendan a respetar nuestros derechos. Aprenderemos a convivir con aquellos a los que odiamos. Y que, como han acreditado durante décadas con mucha violencia, nos odian. Nos soportaremos sin agredirnos y eso será la paz. Pedirnos que les perdonemos es mucho pedir.
Cuarto: ¿Quién debe pedir perdón? ¿El que disparó contra el pecho de Txiki y Otaegi o el que disparó contra Melitón? ¿El salvaje que saltó contra el pecho de Joxe Arregi o el que mandó a Carrero a visitar golondrinas? ¿El que ahogó a Zabalza o el que escaló el campanario del Buen Pastor para colocar una ikurriña?
Quinto: Blázquez, tal vez mal asesorado, ha dado rienda suelta al más nefasto de los discursos. Y, con él, ha puesto otra piedra en el engranaje que nos debiera conducir a la normalización y la paz. Por bienpensado, pensaré que lo ha hecho sin mala fe. Pero que quede claro que si alguien debe perdonar, somos nosotros: las víctimas. Y que, de perdonar, nada de nada. Aprenderemos a convivir. -