El argentino abandonó la casa parroquial en el mismo momento en que Gotzon se dirigía a la cita con su tío. Mila se levantó, se duchó y esperó, desnuda, tomando un café en el salón de la casa. Pocos minutos más tarde sonaba el timbre. La intuición no le había traicionado. Simón y sus acompañantes aparcaron el coche frente a la ermita. Xuxú montó la escopeta y la cargó con cinco cartuchos de postas. -Con esto me siento más tranquilo ¿Vosotros no?
-Yo estaría más tranquilo si, además de cargarla, le pusieras el seguro. A ver si se te va a disparar...
-Siempre llevó el seguro puesto, Luis Mari. Más miedo me da Gotzon con ese machete.
-Lo compré en Cuba, cuando fuimos Mila y yo de viaje de novios.
-Bueno, aquí no se trata de empezar ninguna batalla contra los fantasmas. Sólo tenemos que mirar lo que hay, hacer unas fotografías y llevárselas al juez Cañizo. Luego, que se encargue él.
En la ermita nada parecía haber sido tocado desde la víspera. Las tablas de la tarima del confesionario seguían apiladas y el túnel mostraba su negra boca en el suelo de la caseta. Simón enchufó un potente foco que bajaron con la ayuda de una cuerda hasta el fondo de la galería y, con la linterna colgando a modo de bandolera, inició el descenso.
En la sala, mejor iluminada que la víspera, los cuatro amigos se dispusieron a hacer inventario. Simón tomó asiento frente a la mesa y desplegó un folio:
-A ver. Id diciendo las cosas que encontráis. Haré una lista y se la llevaré al juez.
Los tres hombres se afanaron en el registro de la estancia. No encontraron nada que no hubieran visto en la primera visita hasta que, cuando se disponía a marchar, Huesitos apuntó el haz de luz de la linterna a un rincón que había quedado sin registrar:
-Mirad ahí. ¿Qué es eso?
-Parece una libreta.
Simón se hizo cargo del cuaderno. Lo abrió y empezó a leer las primeras páginas. Estaba manuscrito en francés y el sacerdote conocía bien el idioma. Estudió en París.
Las anotaciones correspondían a fórmulas químicas, empleadas tal vez en el ‘corte’ de la cocaína. No conocía todos los términos del escrito, pero algunas palabras le llevaron a esa conclusión. En la última página, una anotación de otra naturaleza le llamó la atención:
-Mirad lo que pone aquí: «Luis, jueves 17. 16:00. 7 Kg».
-Y eso, ¿qué coño quiere decir?
-Pues no lo sé, Luis Mari. Sé lo mismo que tú. Pero hoy es día 17 y a las cuatro de la tarde, el francés debía encontrarse con un tal Luis para algo que tiene que ver con siete kilogramos. No me preguntes más.
Gotzon intervino:
-Pues la derecha será largarnos de aquí ahora mismo y regresar a las cuatro de la tarde. Lo que tenga que sonar, sonará a esa hora.
Los cuatro estuvieron de acuerdo. Taparon la boca del túnel con los tableros arrancados la víspera con el picachón y regresaron a casa. Eran las seis y media de la mañana.
Al entrar en casa, Gotzon se sorprendió por la luz encendida en su dormitorio. Al salir de casa, Mila se había quedado dormida y no era de las que madrugan. Cerró la puerta sin preocuparse por el ruido del golpe y se encaminó al dormitorio. Mila se había percatado del regreso de su marido. Abrió la puerta del dormitorio y la cerró tras de sí:
-¿Qué haces, así, desnuda, y con la luz encendida a estas horas?
-Vete a la calle. Luego hablaremos...
-Hay alguien ahí adentro, ¿verdad? Déjame pasar.
-Por favor, Gotzon. Sal a la calle. Luego hablaremos. Te tengo que dar una explicación.
Gotzon sintió que el mundo se derrumbaba. Sabía que había un hombre en su cama y, además, sospechaba quien era.
-¿Me estás poniendo los cuernos y encima quieres que me vaya para que termines con toda tranquilidad?
-No es eso, Gotzon. Vete a la calle, por favor. Ya hablaremos con más calma.
Al llegar al kiosco, Gotzon no podía disimular las lágrimas. Juanjosito no quiso decir nada al respecto:
-Andas temprano. ¿A trabajar?
-No, qué va. No podía dormir y he preferido salir a por el periódico que dar vueltas en la cama.
-Pues toma el periódico y si quieres un café, sírvete del termo. El K.O. no abre hasta las siete y media.
-Se agradece la invitación, pero prefiero dar un paseo.
Gotzon abandonó la plaza en dirección a Santa Ana pero, en el último momento, dobló la esquina y se sentó en un banco desde el que dominaba la puerta de entrada a su casa. Cinco minutos más tarde, el argentino salía del edificio. Miró a izquierda y derecha, no vio a nadie y se dirigió, a paso ligero, a la casa parroquial. Gotzon decidió subir a casa. La conversación con Mila no podía demorarse. En la casa parroquial, Simón se sobresaltó al ver entrar a su sobrino:
-¿De dónde vienes? Pensaba que estabas en la cama.
-He salido a dar un paseo, tío. Me he desvelado y...
El cura miró con aire severo al joven:
-Tú sabrás lo que haces, Sergio, pero algún día de estos tendremos que hablar en serio. Has venido aquí a encauzar tu vida, no para echarla a perder.
-Mañana, tío. Mañana. Ahora voy a ducharme.
Mila se acababa de vestir cuando Gotzon volvió a entrar en la casa. -
(CONTINUARA)