El 12 de julio de 2006 es la fecha de inicio de lo que se viene llamando el «conflicto de Líbano de 2006». La razón esgrimida por Israel para atacar Líbano de la manera por todos conocida fue una operación de Hezbola en la que ocho soldados israelíes fueron muertos y dos fueron capturados. El pretexto para la invasión, por lo tanto, era la liberación de los dos soldados capturados por Hezbola. A su vez, la operación de Hezbola llevaba el nombre de «operación promesa verdadera», en referencia a la promesa de capturar soldados israelíes para canjearlos por presos libaneses.
En junio de 2006, un cabo del Ejercitó israelí fue capturado por milicias palestinas en la franja de Gaza despertando otra salvaje operación militar israelí contra la población de la franja de Gaza.
Las milicias palestinas que capturaron al cabo israelí emitieron comunicados explicando que el militar sería liberado a cambio de la excarcelación de las presas palestinas (alrededor de 75 mujeres) y de los menores de edad palestinos retenidos en centros de detención (unos 450 palestinos menores de 18 años a fecha de hoy según la ONG Defence for Children International).
Como parte de la operación de castigo israelí contra la franja de Gaza el Ejército israelí se dedicó a capturar a miembros de Hamas, la fuerza política con mayor respaldo entre la población, incluyendo a parlamentarios, ministros del Gobierno palestino y al presidente del Parlamento.
Está claro que la cuestión de los presos es de una importancia vital tanto en el conflicto palestino-israelí como en el que enfrenta al estado sionista con el Líbano. No es más que una arista de un conflicto con multitud de vertientes, pero me- rece que lo tratemos, aunque quede en breve repaso y nos dejemos mil cosas en el tintero. Israel mantiene a decenas de libaneses encerrados, algunos llevan en cárceles israelíes desde la época de la ocupación de una «franja de seguridad» en el Líbano meridional, desde hace ¡casi 30 años!
Actualmente hay más de 9.000 presas y presos palestinos en condiciones pésimas (en Israel es legal «alojar» hasta a veinte personas en una celda de 4x5 metros) muchos de ellos heridos o enfermos y sin tratamiento médico, sin visitas debido a que a sus familiares se les niega el permiso necesario para viajar a las cárceles; incluso las visitas que la Cruz Roja Internacional trata de organizar se encuentran a menudo con obstáculos insalvables. Todo ello además, teniendo en cuenta que, de estos presos, sólo una quinta parte esta condenada (sin entrar a describir las escandalosa manera en que se desarrollan los juicios).
Baste recordar que desde el principio de la ocupación israelí en 1967 más de 650.000 palestinas y palestinos han pasado por las cárceles y centros de detención israelíes, es decir, alrededor de una quinta parte de la población de los territorios ocupados, (o un 40% de la población masculina), para darnos cuenta de la magnitud de la cuestión.
Los datos son apabullantes. Sin embargo, es preciso ir más allá de los números y buscar los motivos y los efectos de estas situaciones. ¿Qué quiere decir esto? Los estados opresores requieren rehenes políticos para condicionar a la población. No es una mera amenaza de represalias: «si luchas por tus derechos irás a la cárcel»; se trata de chantajear a todo un pueblo mediante la detención y encarcelamiento de centenares, miles de personas.
Y qué decir de la ocupación militar, la interferencia en la vida diaria de Palestina mediante los registros, cacheos, puestos de vigilancia, el muro de la vergüenza, o simple y llanamente, los ataques contra todo lo que se mueva en los territorios ocupados. O de la constante amenaza militar a toda la población del Líbano, que es dolorosamente consciente de que sus pueblos y ciudades pueden ser arrasados en un abrir y cerrar de ojos por la potencia militar asistida por occidente «para mantener la estabilidad» de la zona.
Es sabido que estos aspectos, la ocupación militar, la existencia de presos, son consecuencia de un conflicto irresuelto. Un conflicto que pivota sobre la cuestión fundamental del reconocimiento de la soberanía de los pueblos árabes (Palestina y Líbano en el caso que nos ocupa) de su derecho a vivir en su tierra y a decidir cómo quieren gobernarse. A falta de razones, Israel recurre a la fuerza.
Estos aspectos nos recuerdan otro conflicto irresuelto, con proporciones menos abultadas, pero más cercano, aquí mismo. El conflicto entre Euskal Herria y los estados español y francés pivota sobre el reconocimiento del pueblo vasco y de su derecho a decidir cómo quiere gobernarse. Los estados español y francés, para obstaculizar el trabajo político de quienes vemos la necesidad de un cambio político profundo, basado en el derecho a decidir de los y las ciudadanas, a falta de razones recurren a la fuerza.
El recurso a la fuerza se expresa en la conculcación del derecho de reunión, manifestación, libre expresión o sufragio; se expresa en la ocupación policial y militar de pueblos y barrios, en la tortura, en las razzias policiales o en la continuada existencia de cientos de rehenes políticos vascos en las cárceles francesas y españolas. Personas que los estados quieren utilizar como instrumento de chantaje contra esta sociedad. La ocupación y la política carcelera son obstáculos para que esta sociedad se pueda pronunciar libremente sobre su futuro. Y así no hay solución duradera posible.
Las situaciones concretas son diferentes, las cifras dispares, pero la militancia del movimiento antirrepresivo vasco podemos identificarnos con los anhelos de paz, de amnistía y de libertad de palestinos o libaneses.
Estamos convencidos de que la manera más efectiva de luchar por un mundo más justo es empezar por el solar propio. El internacionalismo comienza en casa. Y la solidaridad entre los pueblos no tiene fronteras.
Creemos que quienes estamos por la desmilitarización de Euskal Herria, por el regreso a casa de presas y presos, de exiliados y exiliadas y por la superación de las causas que originaron el conflicto, no podemos sino solidarizarnos con los pueblos palestino y libanés. Creemos también que no se puede ver lo que allí ocurre y obviar lo que sucede aquí mismo. -