Es simplemente una tradición televisiva. Aunque nos cuenten que es algo que en el pueblo ha ido engordando, lo cierto es que la tomatina de Buñol solamente tiene sentido desde que las cámaras de televisión intervienen y amplifican esta burrada popular. Hemos visto hace unos días cómo hay otro lugar en el que hacen lo mismo pero con uvas. En Haro lo hacen con vino. En un lugar castellano con agua. ¿Dónde lo hacen con melones? Uno tiene la sensación de que se trata de hacer algo que pueda salir en la tele. Y como casi todo sale en la tele, aunque sea en la tele local, cuanto más grande sea el absurdo de la supuesta tradición, más posibilidades existen de que se vaya redifundiendo por las televisiones de más alcance, hasta que llega a las de Japón o EEUU, y es entonces cuando se ha conseguido el impacto suficiente para usar toneladas de tomate en un acto entre gamberro y lúdico.

Aquí, el resquemor es que esta concentración de seres humanos se hace alrededor de un producto de la huerta como el tomate al que algunos sentimos veneración biológica, genética, alimentaria y gastronómica. Un alimento básico, una fuente de salud. Sobre pan, en gazpacho, en sopa, en zumo, solo o con compañía de vodka, frito, en ensalada, picado en trozos irregulares, en lonchas, en círculos o en conos, con aceite y vinagre, acompañado de embutidos, encurtidos, salazones o huevos, para desayunar, almorzar o cenar. El tomate, incluso con esos híbridos transgénicos criados bajo plásticos que podemos comer todo el año, me produce un placer inenarrable, me conecta con todos mis ancestros, por lo que al verlo utilizado como arma, me da acidez de estómago y pensamiento.

Hay un programa que lleva el nombre del tomate hasta el absoluto. Que es su logo, su nombre de reconocimiento principal y del que hay un anuncio publicitario en el que se nos asegura que todas las bondades del tomate se encuentran en eso que se llama ketchup, asunto que no estoy por discutir, aunque estéticamente me desenchufe de mis pasiones y gastronómicamente solamente sea un pecado que esporádicamente cometo, siempre en aliño de otro barbaridad de consumo. ¡Viva el tomate! ¡Abajo la tomatina! -