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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-10-24
Ramón Cotarelo - Escritor y catedrático de Ciencia Política en la UNED
La izquierda española y los nacionalismos

Se trata de reflexionar sobre la manifiesta división de la izquierda en España a lo largo de las fracturas nacionales. Las izquierdas en las tres nacionalidades llamadas «periféricas» tienen una clara tendencia nacionalista si es que no son directamente independentistas. La izquierda española, en cambio, salvo algunas excepciones, ha venido sosteniendo ser «no nacionalista» y mucho menos en el sentido del nacionalismo de casta, tradicional, cuya última manifestación fue el franquismo.

El «no nacionalismo» de la izquierda deriva del vetusto y venerable principio del internacionalismo proletario o de una especie de ilustrada prédica moderna sobre cómo la integración europea está acabando con los estados nacionales. Siendo distinto su origen, no lo son sus objetivos: la idea del «no nacionalismo» es oponerse a los nacionalismos periféricos de izquierdas. A éstos se les dice que son teóricamente inconsistentes, pues la izquierda no es compatible con forma alguna de nacionalismo o que son anacrónicos, por ir contra el espíritu europeo supraestatal del tiempo.

Para dar verosimilitud a su afirmación de no nacionalismo, la izquierda española echó mano hace unos años a un concepto que, a su entender, podría darle contenido: el patriotismo constitucional. La lealtad no se debía a la nación, concepto resbaladizo, etnicista y sospechoso, sino a la Constitución, esto es, a las reglas del juego civilizado que articulan una sociedad democrática. Tan resplandeciente le parecía el hallazgo que invitaba a las izquierdas periféricas a seguir su ejemplo.

Pero éstas no tomaron la senda constitucional, como Fernando VII. La Constitución no había generado la nación, sino que era la nación la que se dotaba de una Constitución. Una Constitución de la nación española en la que los nacionalistas periféricos de izquierda no se sentían reflejados. Y la cosa se puso ya imposible cuando el PP en su congreso de 2002, en plena borrachera de poder, decidió hacer suya la idea: «Entendemos el patriotismo constitucional como el vínculo democrático entre españoles, titulares en común de la soberanía, que agrupados en torno a las libertades de la Constitución forman una nación cívica y plural. Afirmamos que España es una nación plural», decía el señor Piqué, corredactor de la ponencia ideológica.

«Nación plural» es una contradicción en los términos. Sirve para disfrazar una intención impositiva de la nación española única sobre las demás. Así las cosas, el concepto de «patriotismo constitucional» era inutilizable para la izquierda, que se veía obligada a reconocer su nacionalismo. Pero lo hacía proclamándose heredera de uno liberal (los gramscianos lo radicalizarían en lo «nacional-popular») que ha estado siempre presente en nuestra historia, aunque generalmente sojuzgado y perseguido por el otro nacionalismo tradicionalista, autoritario, no democrático. La idea era que ese nacionalismo Guadiana liberal español sí tenía razón de ser y en él debieran confluir los nacionalismos periféricos de la izquierda.

La negativa de éstos a integrarse en el nacionalismo liberal de amplio seno liquida toda mixtificación y deja al desnudo la cuestión decisiva del debate, su elemento discriminante: el derecho de autodeterminación. Tal es el núcleo de la discordia. ¿Está la izquierda española dispuesta a reconocer el derecho de autodeterminación de vascos, catalanes y gallegos? A esta pregunta he visto muchas respuestas que, además, han variado a lo largo de los años, pero no es exagerado decir que, al día de hoy, la contestación es mayoritariamente que no.

Para justificar la negativa, la izquierda española dispone de una batería de argumentos que no ha lugar a analizar aquí pero sí pueden enumerarse. Se aduce que no existen los derechos subjetivos; que no hay un titular definido del derecho (pues no se sabe quién componga el «pueblo vasco» o el «pueblo catalán» y por qué no haya de ser sujeto el «pueblo ampurdanés» o el «pueblo alavés»); que, sean quienes sean los pueblos catalán, vasco, etc. ya se han autodeterminado como partes del pueblo español; que la autodeterminación es un derecho que dejará de serlo el día en que se materialice como independencia; y que no cabe reconocerlo porque España no sobreviviría a su ejercicio.

En muy buena medida, los derechos son decisiones políticas porque, aunque se hagan arrancar de la naturaleza humana misma, anterior a toda forma política (si eso tiene algún sentido), sólo se pueden ejercer como producto de una voluntad política. Habrá, pues, derecho de autodeterminación si existe voluntad política de que lo haya, pues las razones sustantivas en su contra no son determinantes. El problema es que no es lo mismo cuando uno recaba el derecho de autodeterminación para sí, para decidir sobre su integración en un orden político superior, que cuando hay que reconocérselo a otro que puede ejercerlo en contra de uno. Eso es más difícil. Por ello la izquierda nacionalista periférica es partidaria de la autodeterminación y la izquierda española, no.

La cuestión es si eso no es un error. No consigo comprender que la izquierda propugne una idea de nación que no sea voluntaria y sí impositiva y autoritaria. Que se haya dado en el pasado (baste revisar el patriotismo gran-ruso estalinista) y que se siga dando es obvio. Pero no menos erróneo. Una sociedad no puede ser libre si alguno de los elementos que la componen está en ella a la fuerza. Y la forma más segura de garantizar la voluntariedad de un acuerdo es que las partes tengan siempre el derecho de salir de él. Tal es mi idea de la izquierda: puedo ser (y soy) nacionalista de una nación que reconoce a sus componentes el derecho a separarse de ella.

El único argumento de cierto peso que parece haber en contra del reconocimiento del derecho de autodeterminación es la cues- tión de si su hipotético titular está dispuesto, a su vez, a reconocérselo a sus partes componentes contra él mismo. Pero ese es un asunto que compete a los respectivos nacionalismos «periféricos», no al español que, si es de izquierdas, partirá de una idea de nación española libre y voluntaria, garantizada por el derecho de autodeterminación de las partes que la componen. -

© “inSurGente.org”


 
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