Allí estaban los veinticinco, rodeando a Vladimir Putin, como si fueran a intimidar a un tipo que estruja un imperio con la mano derecha mientras con la izquierda invita afectuosa-mente al rey de España a cazar osos amaestrados en estado de embriaguez. En estado de embriaguez los osos, que las informaciones de los diarios rusos sobre las peculiares cacerías de don Juan Carlos de Borbón nada dicen del consumo de alcohol de Su Majestad, monarca de todos los españoles por la gracia de Franco.
En fin, a lo que iba, que los veinticinco habían pensado una estrategia colosal para negociar con el ruso un compromiso en materia de gas, energía de la que la UE es ruso- dependiente al 25% según dicen. La estrategia fue la siguiente: rodearle y meterle miedo todos a una. Empezaron los primeros ministros letón y polaco con Chechenia y Georgia. Les siguió Josep Borrell mentándole la veintena de periodistas asesinados entre los cuales está la reciente muerte de Anna Politkovskaia, e inquiriéndole en suma si Rusia sigue siendo una democracia. El primer ministro danés y luego el sueco se unieron a la fiesta de los sermones aleccionadores en la que al final debió de participar hasta el camarero que traía los pinchos de huevas de beluga al Oporto.
Y llegó un momento en el que Vladimir Putin se hartó de huevas, y les espetó las verdades del barquero. Pero no todas. A Borrell sólo le echó en cara le corrupción de algunos alcaldes españoles, cuando podía haberse metido con filesas, roldanes, gales, torturas, linos, y no sigo que se acaba la columna. A Prodi, que no se sabe si llegó a decir esta boca es mía, le recordó que mafia es un vocablo italiano. Y así prosiguió en su verborrea del «y tú más», convirtiendo la cena en un lodazal de acusaciones.
Dicen que Putin no llegó a soltarle ninguna verdad a Jacques Chirac. No quería manchar a su amigo, ése que le colgó del pecho la medalla de la Legión de Honor. Pero no hizo falta ensuciarle su honor con ninguna acusación, el presidente de la República francesa se puso a la altura del barro él solito. Los derechos humanos son una cosa y los negocios otra, y aquí estamos para hablar de negocios, vino a decir Jacques Chirac. Dicen que una de las verdades del barquero es que «zapato malo más vale en el pie que no en la mano». Señor barquero, créame: aunque tengamos hecho el callo, con estos zapatos es preferible ir descalzo. -