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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-10-26
José Miguel Arrugaeta - Historiador
¿Nucleares? No, gracias

El tema va cobrando actualidad de la mano de dimes y diretes sobre si Irán tiene derecho a enriquecer uranio y proyectar una central nuclear o la supuesta amenaza a nuestra seguridad por el hecho de que Corea del Norte desarrolle un arsenal nuclear para su defensa. Está claro que la «preocupación» de las grandes potencias expresa más la defensa a ultranza de pertenecer al club de los privilegiados que poseen todo tipo de armas de exterminio y cantidades apreciables de centrales nucleares, y sobre todo el monopolio de esa tecnología, que velar por nuestra existencia; y a mí, aunque los grandes medios y organismos internacionales insistan, me preocupa mucho más la cercana Garoña, el potencial nuclear francés o las centrales de nuestros vecinos españoles que proyectos en países de lejanas geografías que parecen querer jugar un peligroso ajedrez geopolítico.

Se nos plantea la falsa disyuntiva de decidir si Corea o Irán tienen «derecho» a desarrollar sus programas, mientras se nos esconde el hecho de que Israel, mucho más cerquita de nosotros, posee doscientas de esas terribles armas sin control de nadie, y la certeza de que las utilizaría sin vacilar si se sintiese amenazada; o que Pakistán y la India, que han mantenido tres cruentas guerras en apenas 50 años, desarrollan temibles arsenales con la complacencia de esas mismas «preocupadas» potencias encabezadas por los EEUU.

Por si esto fuera poco, la Agencia Internacional de Energía Atómica nos acaba de aclarar que al menos otra treintena de países tiene capacidad tecnológica y material radioactivo para construir armas nucleares, sin duda tela por donde cortar, así que podemos ponernos a discutir quién tiene derecho y quién no, y para hablar claro, también podríamos debatir si para tener esa posibilidad hay que ser amigote, pongamos, de China, Rusia o los EEUU, o se puede ir por libre.

En cualquier caso, no parece que las amenazas económicas o de agresiones preventivas sirvan para doblegar la voluntad política de estos supuestos disidentes nucleares, que a la larga sólo buscan incluirse en el grupo de países intocables.

La respuesta de que todos tienen los mismos derechos en asunto tan delicado es no sólo de sentido común sino de justicia básica, si se tiene en cuenta que es imposible medir la confiabilidad en su no uso por parte de los gobiernos, o prever la estabilidad política o social de cualquier país por siempre, y para ejemplo baste decir que el único país que ha usado estas armas en conflictos, incluyendo versiones de uranio empobrecido para obuses, es precisamente EEUU, que es quien más reclama a los demás.

Otro aspecto, tan importante como el del armamento, y que va cobrando actualidad al calor de las coyun- turas internacionales, es el uso de esta tecnología para la generación de electricidad: según la Agencia Internacional, 26 de estas centrales estaban en construcción a inicios de este año, y vengo observando como aquella amenaza, en forma de centrales nucleares, vuelve a nuestras vidas sin despertar por el momento mayores alarmas sociales; no puede sino preocuparme leer cada vez con más frecuencia análisis de especialistas justificando la necesidad de esta energía ante el hecho cierto de que los combustibles fósiles deben agotarse en unas décadas, o viendo como en el ámbito europeo el asunto comienza a entrar en la agenda de los políticos y planificadores.

La energía nuclear apenas tiene 63 años de vida y su etapa de mayor expansión fue entre 1965 y 1985, años en que proliferaron docenas de proyectos de este tipo de la mano de las grandes empresas eléctricas. A partir de mediados de los 80 la energía nuclear pareció dejar de ser una opción ante la impresionante oposición social que generaron, los problemas tecnológicos que arrastraba, las grandes inversiones que requerían para ciclos de vida realmente cortos y los enormes problemas de seguridad, entre otros aspectos.

Sin embargo, a pesar de aquel parón, este año estaban en funcionamiento en el mundo la friolera de 443 reactores en 31 países; curiosamente, los mayores productores de energía nuclear del mundo son los que más bloquean esa opción a los demás (EEUU, Rusia, Francia, Japón, Alemania y Corea del Sur).

Para las generaciones que no tuvieron que enfrentarse a esta amenaza directamente no está de más recordar que los accidentes en aquellas décadas fueron innumerables; el de Chernóbil fue sin dudas el más conocido y dramático, con media Europa contaminada y millones de personas afectadas en diferentes grados por la fuga de apenas 27 kg de Cesio-137. Pero para amenaza basta una muestra y pocos saben que en La Haya, es decir a la vuelta de casa, se almacenan residuos nucleares que contienen 300 veces la cantidad que se escapó de Chernóbil, mientras siguen insistiendo para que me preocupe sólo por Irán o Corea del Norte.

Yo pertenezco a esa generación que consiguió paralizar la central nuclear de Lemoiz, y desde aquellos tiempos le guardo una terca y profunda desconfianza a la energía nuclear en sus versiones militares y de generación de energía. Me sigue pareciendo que la posesión de armas nucleares no sólo no garantiza la seguridad de nadie sino que su uso, en cualquier escala, sería el fin de la civilización sin más. Sigo pensando que el modelo de sociedad consumista, que requiere cantidades ingentes de energía barata, es insostenible y no serán las centrales nucleares las que resuelvan ese reto. El tiempo ha demostrado que los accidentes nucleares son numerosos, un peligro de incalculables consecuencias, y no remotas posi- bilidades, como nos quisieron vender. Por lo tanto, tenemos razones para alarmarnos y preocuparnos por la amenaza nuclear que vuelve a nuestras vidas, y como hace 30 años digo: ¿Nucleares? No, gracias. -


 
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