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Gara > Idatzia > Mundua 2006-10-28
Blanche PETRICH y Enrique MENDEZ
Maestras, guardianas en las barricadas
Sola a las tres de la madrugada, Teresa Ramírez toma su puesto en la guardia más cruda de todas, al lado de la barricada de costales en el cruce de avenida Guerrero y Fiallo.

A media cuadra, el irreconocible zócalo de cantera verde y el antiguo palacio de gobierno, hoy sede de uno de los campamentos de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). En otra dirección, a media calle también, las oficinas de la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Es un punto crítico en el sistema de barricadas que marcan el territorio apache de esta ciudad. Una defensa estratégica, resguardada el 90% de las noches y en proporción de un 90% por mujeres. Vaya, por maestras.

Teresa Ramírez se planta tensa, las piernas separadas. Ajusta la chamarra y afloja los brazos. Fija la vista en la esquina opuesta, donde se levanta una barrera sin luz ni fogata. El motor y las luces de una motocicleta la alertan. «Pinches motos, son las peores», masculla. Pero la moto llega y se va; el chavo que la tripula, de cachucha, tan tranquilo. «Bsss noches». Otras veces, por lo mismo hubo balazos. Y muertos. Antonio, Pánfilo, el arquitecto... baleados por las que Tere denomina «caravanas de la muerte», en noches de guardia, negras y solitarias como ésta. Son los nuevos paramilitares en la nómina del gobierno de Ulises Ruiz.

Teresa, que enseña a niños de primero a tercero de primaria en una escuela de Mitla, que sabe de muertes infantiles por enfermedades curables, de chicos que por hambre no aprenden las letras, de tripas de alumnos con lombrices y trenzas de niñas llenas de liendres, aulas con goteras y caciques panzones y sobrados. Son tantas las historias de ese turno de guardia, en esa misma barricada, que ya irremediablemente se le están borrando de la memoria, dice resignada la profesora. Y es que son ya cinco meses de tensión, de desgaste. No termina de pronunciar esas palabras cuando otras luces iluminan la misma esquina. Una camioneta Nissan, desmantelada y pintarrajeada, y el caparazón de un vocho patas arriba son la barricada.

El aire, a esas alturas de las estrellas, huele a basura quemada. La fogata se está apagando. Teresa Ramírez, que apenas pasa de los 30, dice con voz ronca: «Es bueno tener ideas, es bueno tener ideales, es bueno ser una mamá que sus hijas vean que lucha por algo. Pero ¡puta! Cómo cuesta». Tiene un timbre de decepción; trata de darse ánimos, porque el turno de guardia de 3 a 6 de la mañana es el más frío, el más solitario de todos. -

© “La Jornada”


 
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