Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
Mientes, consejero Balza
Estuve en el Parlamento el día de tu comparecencia y será difícil que yo vuelva otra vez allí. Salvo la estancia donde me acogieron, las demás hieden a corrupto. Tenerte tan cerca, oírte, ver tu cara tanto tiempo seguido y comprobar la calculada pleitesía que rindieron a tus falacias los partidos del Gobierno y la mayoría de los de la oposición, me produjeron una profunda náusea, consejero. Interpelado e interpelantes os enredasteis en disquisiciones cuyo único objetivo, me di cuenta enseguida, no era otro que eludir tu criminal responsabilidad en unos hechos sangrantes por repugnantes.Contemplé, impertérrito, cómo perdías el tiempo con datos, fechas, con presunciones, acusaciones, con descalificaciones y reproches, cómo te ponías nervioso y perdías los papeles ante las intervenciones de los que llamas radicales. Nada más entrar, diste al botón del ventilador y comenzaron a ondear las cabelleras de jueces que te ordenan detener sin que tú sepas por qué, de jueces que olvidan pedirte atestados comprometidos y de un Ararteko que ha cumplido con su obligación, y muy limpiamente por cierto. Hubo un momento en que, yo mismo, quedé arrobado con tu verbo hasta que comprobé que aquella parafernalia era más un lavado de cara que un debate clarificador, aunque la tuya ni con asperón. Lo confirmé cuando agradeciste, varias veces, a tu interpelante la solicitud de tu comparecencia. Por tratarse de un dato accesorio que nos desvía de lo fundamental y porque los estamentos judiciales me merecen la misma credibilidad que los policiales, no voy a entrar en si la petición del atestado por parte del juez se realizó o no, que seguro que sí, o si se hizo o no en las debidas condiciones, que seguro que también. En todo caso, es un tema a ser aclarado por ti, por los jueces que lo solicitaron y por nuestros abogados. Ahora, atiende y hazme el favor de bajar de las ramas, consejero. En tus dependencias policiales, reposa el atestado desde el 1 de enero del 2000. Dos años más tarde, a tres chavales, no a uno, a tres, les haces firmar, por separado, que, a la hora del accidente, el accidentado estaba lanzando petardos contra un cuartel de la Guardia Civil. Nunca sabré, porque no lo dirás, cuándo te percataste de la coincidencia ni me importa. Si lo sabías desde el principio, eres un miserable. Si lo supiste más tarde, eres tonto. Y no sé qué sea peor en el desempeño de un cargo como el tuyo. En todo caso, el ocultamiento de esta prueba, lo haya sido por maldad o por idiocia, nos ha supuesto un severo castigo y ha obstruido la correcta aplicación de la Justicia. Eso y no otra cosa es lo que te ha dicho el Ararteko. ¿Pisas suelo, consejero? No has dicho una verdad en tu vida. Es tu oficio. Mentiste cuando les imputaste acciones a sabiendas de no ser ellos los autores; mentiste a los medios cuando se lo comunicaste; y has mentido cuando has enviado a tus chicos a perjurar en los juicios. Mientes cuando niegas torturas en tus calabozos y no has dicho la verdad en la comparecencia. Y no sólo mientes, sino que lo haces prodigiosamente. Has sido capaz tú solo de obrar el milagro en el que un chaval carga con garrafas de gasolina y corre velozmente, justo recién operado de una rodilla y estando en el uso obligado de bastones ingleses, como testificó en juicio el médico especialista que le atendió. Has obrado el milagro de que el mismo muchacho pudiera estar a la vez en dos sitios lejanos entre sí, a la misma hora. Como prodigio, y grande, fue el hecho de que tu Policía encontrara de noche, doscientos metros monte adentro, sin acompañamiento, enterrado, cubierto de maleza, un bidón inexistente, con petardos inexistentes. Estas patrañas tuyas, por eso estoy aquí, están suponiendo cien años de condena firme para quienes, por no haber tenido la suerte de sufrir accidentes como nosotros, siguen todavía dentro. De esto hay que hablar, consejero. Todo lo demás son rosas de papel y trapo, chispas de fuegos de artificio. Al Ararteko le has tenido más de un año mareando con evasivas y, para colmo, va y le culpas de todo. Mostraste en tu comparecencia tus dos rostros: el vomitivo de leguleyo y el torvo de policía. Con medias verdades superficiales, intentaste ocultar verdades fundamentales. Nos dijiste, por ejemplo, que no tienes obligación de avisar a los padres de la detención de un hijo porque así lo exige la investigación. Y te creo. Pero que su madre se entere de madrugada porque se lo has dicho antes a un medio concreto de comunicación, aparte de contradictorio, no deja de ser una inmoral canallada. Dijiste, también, que un detenido puede inculpar a un amigo para librarse, para ganarse la confianza del fiscal o, porque entre tantas acciones, era factible el error en alguna. Y te creo que tú sí lo harás el día que logremos esposarte. Pero nuestros hijos, no. No tienen tu bajeza. Ellos inculparon y se autoinculparon porque los torturaste salvajemente. Dijiste, sin ruborizarte, que las denuncias de tortura son falsas porque están archivadas y la carcajada se oyó y, todavía, pulula en la frondosidad del cercano parque de La Florida. Todo lo que nos está ocurriendo ha tenido su origen en tus calabozos, consejero. Allí, en la impunidad que te confiere la incomunicación, distribuyes las ekintzas. No las construyen los chavales. Se las dais hechas. Ellos no tienen más que firmar. Por eso la mayoría de los detenidos está hoy en la calle. Porque la improvisación os hace caer en errores. Y, para sacar la pezuña, no te ha importado afirmar, a mí no, al Departamento de Justicia de tu propio Gobierno, que la imputación a nuestros chavales del ataque al cuartel de Galdakao lo realiza ¡la Guardia Civil! y no la Ertzaintza. Lo tengo por escrito. Sólo bajo tortura es posible que tres chavales, no uno, tres, en momentos diferentes pueden inculpar a alguien que no podía estar allí donde firmaron que estaba. Y eso lo sabemos todos. Y no voy a parar hasta que confieses. Dedicaré a este menester lo que me quede de vida. Tengo más medios para lograrlo que los que te figuras. Hay una solución. Hagamos un careo, consejero. A un lado, tú y el torturador del pañuelo en la muñeca, tú y el que le envió a la cárcel al chaval una venenosa felicitación navideña, tú y el que dibujó con un buril en mi coche dos esvásticas, una A mayúscula dentro de un círculo y un epíteto que cuadra más contigo que conmigo. Enfrente estaríamos los torturados con sus padres. Y juzgando a todos, un jurado popular. Y todo en el Parlamento, ante los electos. Si ganas, yo iré a gusto a la cárcel por calumnia. Pero habré por fin logrado desterrar de mi pensamiento aquellas terribles noches que tus chicos pasaron con los nuestros en Arkaute y que no puedo ahuyentarlas. A mí es ya muy difícil devolverme la salud que me has ido robando, pero aún tengo fuerzas. A pesar de tus doce fracasos, en vez de retirar acusaciones, sigues acosándonos. No perdonas que te hayamos desenmascarado. Hablaste en tu comparecencia, y con esto acabo, de una condena y de un juicio pendiente al que vas a aportar unas extrañas huellas dactilares. De ambos acontecimientos tendrás pronto noticias mías, si tienen los medios la amabilidad de publicarlas. Igual te llevas sorpresas como la del atestado. Aurrera, Iñigo. -
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