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Gara > Idatzia > Ekonomia 28/10/2006
«Europa necesita trabajadores extranjeros si quiere competir»
El modelo social europeo está siendo un fracaso, según Naïr, debido a que atiende a los intereses de mercado, polo opuesto a la oportunidad social. Experto en emigración, considera que Europa «necesita trabajadores extranjeros para poder competir» y, sobre todo, porque la población envejece. No entiende las trabas excesivas a la emigración.

Sami Naïr, de origen argelino, pasó por Bilbo para cerrar las jornadas de BBK Solidarioa. Tiene una amplia carrera. Es filósofo, sociólogo, politólogo y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de París VIII y en la Universidad Carlos III, de Madrid.

Dirigió, junto a Simone de Beauvoir, la revista “Tiempos Modernos” en la década de los ochenta del siglo pasado y asesoró en materia de inmigración al gobierno francés de François Mitterrand. Desde 1995 ha publicado nueve libros. ›Y vendrán... las migraciones hostiles» es el último. Es un experto en temas de inmigración y de los efectos que produce sobre la economía y la vida social.

­Europa ha presumido de contar con un modelo social frente a Estados Unidos, ¿cree que se está perdiendo esa raíz?

El proceso de construcción europeo ha cambiado fundamentalmente a partir de los años ochenta. Antes era un proceso que tenía como objetivo no solamente la política de competencia, sino también la política de desarrollo en integración social. A partir del Acta Unica de 1986 y, sobre todo, a partir del Tratado de Maastricht, la reorientación de la construcción europea se hizo en función no de los intereses de los ciudadanos, sino fundamentalmente de los intereses del mercado liberalizado a escala europea.

­Quiere decir que se ha apostado por el mercado en vez del elemento social.

Cierto. Los objetivos de la Comisión de Bruselas son gestionar y asegurar la competencia leal entre los diversos polos de desarrollo económico a nivel europeo, dejando totalmente de lado el tema social. La consecuencia directa fue la constitución del Banco Central Europeo. Esta institución tiene sólamente la obsesión de contar con un euro fuerte en detrimento de los intereses ciudadanos.

­¿No le agrada tener un euro fuerte?

Nos han explicado durante años que se trataba de poner en marcha el euro para fortalecer la economía y competir en contra del dólar en el comercio internacional, pero hoy en día el comercio exterior de la UE está en crisis, el euro no sirve para nada en contra del dólar y tenemos unas crisis sociales muy profundas con más de 22 millones de parados.

­La competencia no sólo es externa, porque a nivel interno ya se produce con la mano de obra.

Es así, porque no solamente se compite entre los polos económicos, sino también entre los trabajadores europeos. Evidentemente cuando gente del Este o del Sur vienen aquí [al Estado español] pueden vender su fuerza de trabajo a un precio mucho más barato y entrar en competencia en contra de los trabajadores de los países de acogida. Eso no puede seguir así. Hay que cambiarlo, porque Europa no puede existir únicamente como mercado económico. A los ciudadanos, que son los que constituyen el tejido humano de la Unión Europea, no les interesa únicamente un mercado. Para ellos, la UE es un proyecto humano, social, culturalŠ algo que supera las divisiones tradicionales, pero que aporta algo a la gente, lo que no es el caso, desgraciadamente, de hoy en día.

­¿El Estado del Bienestar y la protección social están en crisis por culpa de esa liberalización del mercado?

Exactamente, el proceso de liberalización del mercado, lanzado con el Acta Unica y, sobre todo, con el Tratado de Maastricht, se configuró con unos criterios que se ponen en duda en la actualidad. Incluso Romano Prodi dice que ambos juegan ahora en contra del desarrollo económico de los europeos. Hay que cambiar los criterios. El del 3% del déficit presupuestario, el 60% de la deuda pública, y otros son elementos que hay que cambiar. Paralizan a los estados e impiden ayudar a los ciudadanos.

­¿Cree que Europa se encuentra sumida en una crisis?

Evidentemente. Se plantea una gran problema y significa, sobre todo, una crisis histórica para la UE, porque todos los sistemas sociales, absolutamente todos, van a transformarse con la lógica de la privatización generalizada que está en marcha hoy en día en Europa. La semana pasada ya han decidido privatizar todo el correo postal a partir de 2009. No se puede funcionar así. Los referéndum franceses y holandeses dejaron claro que hay caminos por los que no se puede seguir.

­¿Cómo se entiende que la población europea esté envejeciendo y se pongan trabas a la llegada de inmigrantes que pueden equilibrar el escenario de la protección social?

Es un problema, porque no sabemos exactamente lo que va a ocurrir. Hay un envejecimiento de la población. Europa necesita trabajadores extranjeros. Es absolutamente obvio. Si queremos competir, necesitamos mano de obra. Países como Alemania e Italia están hoy en día amenazados de desaparición demográfica, porque su población nativa está envejecida. Si queremos tener los mismos sistemas de financiación de las pensiones y las políticas sociales, necesitamos trabajadores.

­¿Cuál es el problema?

El problema es que cuando se trata de dejar la decisión al mercado, el mercado lo gestiona en función de su situación inmediata. Los empresarios no tienen una visión a medio plazo, a cuatro o cinco años. Lo que les interesa es el hoy. En Inglaterra se han regularizado en junio más de 500.000 personas ilegales, y esta semana decidieron cerrar las fronteras, porque el mercado no acepta más. Pido una política a corto, medio y largo plazo para la repoblación de la UE, que permita el desarrollo económico y social.

­¿No es contradictorio que quienes proclaman la liberalización del mercado y comercio en el mundo estén restringiendo el movimiento de personas?

Sí. Eso significa únicamente una cosa, quieren liberalizar los capitales y dominar a los trabajadores, como lo han hecho siempre. No hay nada nuevo.

­Algunos expertos explican que la emigración provoca pérdidas en la productividad; otros, sin embargo, consideran que permite que los emigrantes ocupen puestos que nadie quiere, ¿Qué opina usted de este tema?

La solución es sencilla. No depende de los emigrantes el tema de la productividad en el trabajo, sino del tejido económico global de una sociedad. Si esa sociedad cuenta con una política de innovación, de investigación y de construcción de un tejido industrial y tecnológico, puede competir, porque la productividad del trabajo puede llegar a ser importantísima. El problema no tiene nada que ver con la inmigración. Los inmigrantes intervienen en sectores muy particulares, pero la productividad está influida por las desigualdades de desarrollo económico entre los países europeos.

­En su último libro “Y Vendrán... Las migraciones en tiempos hostiles” cita a las multinacionales de la inmigración ¿Qué son, según usted?

Hay grupos que se aprovechan de la miseria del mundo y que están organizando unos tráficos humanos criminales de hombres y, sobre todo, de jóvenes mujeres. Con el mundial de fútbol en Alemania fue una vergüenza moral. Hacer llegar casi 300.000 mujeres y utilizarlas como mercancía me parece horroroso. Es producto de una organización multinacional, de mafias que se aprovechan de la miseria del mundo. Con los subsaharianos hay una correlación de esas mafias con grupos corruptos en los estados, no sólo en los de salida sino también de llegada. Es un asunto terrible.

­¿Se puede acabar con esa situación?

Cuando exista voluntad. Hasta la fecha no la hay, seguro.

­¿Qué opinión le merece la deslocalización de empresas, sobre todo, multinacionales?

Es un tema difícil. No quiero dar una respuesta demagógica. Es muy fácil decir que nos quitan el trabajo y eso es malo. En un mundo globalizado donde la ley es el liberalismo, estas empresas actúan en función de sus intereses y prefieren deslocalizar en Marruecos o en Senegal cuando encuentran una fuerza de trabajo más barata. Es un problema, pero para los trabajadores de Senegal o Bali es una ventaja.

­Sí, pero la historia no termina ahí, porque esas empresas trasladan allí la producción para pagar salarios más bajos y, a cambio, obtener más beneficios económicos para sus bolsillo.

Evidentemente. Depende de la capacidad de cada país, de los movimientos sociales y de las fuerzas sociales luchar para evitar esta situación.

­¿No sería más fructífero invertir en el desarrollo de esos países para que no se produzca esa situación de explotación?

Sí. Para invertir en desarrollo hay que comprobar primero la situación de los poderes políticos de esos países. Cuando se trata de invertir, sabemos de lo que se trata con los dirigentes de esos países. Hay que invertir, y la inversión depende, o del sector privado o del sector público. El sector público no puede hacer mucho, porque ni siquiera invierte en su propio país. En el Estado español, por ejemplo, la inversión pública es muy baja, por causas del liberalismo y de las políticas de competencia dictadas por Bruselas, pero la inversión privada se hace donde los mercados son solventes. Desgraciadamente, hoy en día los mercados de los países pobres no son solventes, lo que supone que Africa queda fuera de las inversiones. La ayuda pública debe crear condiciones de inversión y controlar las mismas, lo que no es nada fácil.

­El «codesarrollo» lo utiliza como un sinónimo de crecimiento a través de las remesas que envían los emigrantes a sus pueblos de origen, ¿son cantidades pequeñas?

No. Son importantísimas. Voy a dar un dato sobre Marruecos en 1991. Yo hice un informe en 1992 para la Comisión Europea sobre las remesas de los emigrantes marroquíes a nivel europeo. Quedó demostrado que las inversiones de las remesas representaban dos veces más que los ingresos procedentes del turismo y de la planta de fosfatos de Marruecos. Han aumentado de manera increíble, hasta el punto de que hoy en día los bancos norteamericanos están organizando redes para gestionar las remesas de los inmigrantes, porque son una fuente de financiación.

­¿Son una de las soluciones?

Es una de las más importantes salidas. Necesitamos superar problemas técnicos. Cuando fui delegado interministerial en Francia logré convenios para poder gestionar precisamente estos flujos y, la verdad, es que que funcionó bien. Cuando llegó el gobierno actual de derechas los modificó, aunque se oye en la actualidad que quieren retomarlos. Vuelven a aquella estrategia, ya que han pedido que se ponga en marcha una política de codesarrollo, a partir de de la gestión bancaria. -



«No creo en los cupos, sí en acciones de ida y vuelta para el inmigrante»
Para este experto en inmigración las soluciones pasan por la posibilidad de fomentar «la ida y vuelta» de los inmigrantes y, sobre todo, por lograr la «ciudadanía», como elemento integrador.

­Algunos países empiezan a hablar de permitir la llegada sólo de determinados cupos. ¿Está de acuerdo?

El presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, hizo una propuesta en ese sentido. No sé si en España la solución es la de los cupos. Personalmente no lo creo. Me parece muy difícil definir dos cosas: primero, las necesidades del mercado y, en segundo lugar, organizar los trámites para que haya una verdadera reactividad de los países de partida frente a las demandas del Estado español. Cuando un empresario necesita mano de obra pide al Gobierno los trámites y pueden pasar meses. Paraliza la actividad económica del empresario. Para que esos cupos puedan funcionar bien necesitarían, evidentemente, una receptividad inmediata.

­¿No cree en esa fórmula?

Es una concepción demasiado formal, prefiero aplicar la fórmula de Francia, que consiste en tener contratos y convenios con algunos países para sectores determinados y dejar abiertos los canales de inmigración. Introducir la movilidad de ida y vuelta entre algunos países para permitir flujos permanentes. Puede tener consecuencias positivas; primero, flexibilizar las relaciones y, segundo, permitir quedarse uno o dos años y volver a su país.

­Habla de adquirir la ciudadanía ¿qué sería necesario?

La política de ciudadanía, el desarrollo y la integración no tienen nada que ver con la economía o la política reducida a la conquista del poder, dependen de la integración social, de la construcción del vínculo social. Eso se debe conseguir para avanzar. -


 
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