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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-10-30
Aitziber Zearreta Garai - Miembro de Askagintza (Zornotza)
¿Qué es lo normal?

En el mundo de las asociaciones, profesionales, instituciones... que trabajamos en el ámbito de las drogodependencias estamos habituados a que periódicamente aparezcan términos milagro que definen no sólo líneas de intervención sino todo un corpus filosófico que las justifica. Curiosamente, todo el mundo creemos poseer y conocer las definiciones correctas de estos conceptos, aunque curiosamente sean cada una diferente de las demás. Nos referimos a la prevención, legalización, regularización, reducción de riesgos y daños... y últimamente a la normalización. Palabras vacías que cada cual llena en referencia a su ideología e interés. No es pues extraño que organismos tan diferentes como Askagintza o la Fundación Vivir Sin Drogas puedan hablar, no en los mismos términos, sino con las mismas palabras, sin referirnos a lo mismo. Es el caso del término normalización, sacrosanta palabra del diccionario de las drogodependencias, últimamente tan en boga.

Nosotros vemos la necesidad de socializar la definición que hacemos del término normalización, palabro mágico y oscuro que parece resolver todos los posibles problemas que existen en estos momentos en relación al consumo inadecuado de sustancias.

Normalización proviene de normal, es decir de habitual, de cotidiano, y hace referencia a algo que está integrado en nuestro universo diario, en nuestra cosmovisión, es decir en nuestra cultura. Al hablar de normalización de las drogodependencias nos estamos refiriendo a la relación normalizada con las sustancias. Hablamos de integrar las sustancias, tanto las legales como las ilegales, dentro de nuestra cotidianeidad como un elemento más de ella del que podamos echar mano cuando queramos o necesitemos, de forma responsable, controlada y racional. Concebimos las drogas como aquellas sustancias legalizadas o no que utilizamos como fuente de placer, terapéutica, pero también como generadora de problemas. El problema no es la sustancia, sino el consumo que se realiza. Estos pueden ser adecuados o no adecuados y/o problemáticos, según las dosis, el tipo de sustancia, la persona y los contextos de consumo. Hay que dedicarle un espacio mayor al contexto puesto que en la actualidad en nuestra sociedad existen infinidad de malestares y precariedades a diferentes niveles (social, económico, emocional, cultural, sexual...) en contextos de injusticia social.

Así pues, vivimos en un mundo con drogas y debemos ser capaces de construir una relación con éstas de una forma libre y saludable. Hablamos de personas adultas con capacidad para decidir los consumos, basándonos en el respeto de los diferentes derechos, confiando en la capacidad de las personas, su responsabilidad y racionalidad, para que esta relación pueda ser realmente libre y consciente, basada en la gestión de los riesgos y daños.

Pero un mundo donde exista una relación normalizada con las sustancias precisa también de límites, no para prohibir, sino para proteger a las personas menores, a quienes decidan no consumir o a los colectivos o individuos más vulnerables. A nivel legal planteamos la necesi- dad de una regularización progresiva de todas las drogas, teniendo en cuenta los usos terapéuticos y lúdicos, los derechos de las personas menores y terceros, y denunciando la promoción y publicidad de cualquier tipo de sustancia. Es necesario que existan normas para proteger y respetar los derechos de las personas. Todo ello respetando tanto los derechos individuales como colectivos que se deben complementar, teniendo en cuenta que en ocasiones deben primar los colectivos sobre los individuales.

Además es necesaria una estrategia comunitaria de trabajo en red con madres, padres, educadores, jóvenes, agentes sociales, mediadores... como agentes de preven- ción y desde su función social. En definitiva un proyecto de trabajo donde las personas sean sujetos de acción preventiva en su ámbito y desde su función, con una complementariedad de los colectivos sociales, institucionales, militancia social y profesionales. Esto posibilitaría una labor de educación para la salud basada en la capacitación y maduración de las personas para conocer, decidir y asumir sus relaciones con las drogas; desde una información integral, que reconozca los aspectos positivos y negativos en los diferentes consumos y sustancias. Desde una concepción de la prevención universal, selectiva e indicada, construyendo factores de protección y reducción de riesgos y daños. También hacemos referencia a la adecuación de los programas a las necesidades y posibilidades de las personas adictas como sujetos de sus procesos de tratamiento. No podemos olvidar, desde nuestra concepción, las denuncias populares y judiciales contra los intereses de las redes de distribución y las corrupciones existentes.

Si para que algo sea normal tenemos que construirlo y vivirlo como tal, es claro que la relación normalizada con las sustancias necesita una rápida y eficaz actuación para ello. Sólo de esta forma podremos acabar con mitos, errores y malos entendidos que dificulten nuestros contactos con las sustancias creando consumos inadecuados que producen dolor y malestar. Es decir, comenzar a construir un mundo con drogas pero sin drogodependencias. -


 
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