Iñaki Urdanibia - Profesor de Filosofía
Al hilo de un chiste
Leo en un periódico (4/XI/2006) de la capital del Reino
cuyo desenvolvimiento del nombre da lugar a la palabra «abecedario» (algunos se
dirán que qué cosas leo, mientras están leyendo un diario vasco, pero que muy,
que al fin y al cabo pertenece a la misma camada que el anterior, a pesar del
localismo que le redime de la maldición), pero a lo que iba, leo las palabras de
un chiste de un humorista de largo aliento y que siempre da muestras desde
hace años de tener mucha chispa, a la derecha, en sus logrados dibujos y en
sus nítidos mensajes, pues bien, leo: «Nunca les perdonaré a los nacionalistas
lo que me avergüenzo de mí mismo cada vez que siento el ridículo impulso de
hacerme nacionalista manchego». En el dibujo se ve a un señor aviserado que
es quien pronuncia la frase con rostro perplejo y como fondo unas
colinillas coronadas con molinos de viento y en el cielo una bandada de
pajarillos que no me atrevería a definir, quizá golondrinas... aquéllas que el
otro decía que volverán las oscuras (¡uyŠ que me parto de la risa!).
Pues bien, una simple y primaria asociación de ideas me
trae a la mente unas declaraciones que oí en RNE, sería como a comienzos de los
80 del siglo pasado, cuando con motivo de algo así como la presentación del
proyecto de autonomía de Extremadura, conectaron con un colegio de tal lugar y
sonsacaron la opinión de algunos profesores que, perplejos, absolutamente,
coincidían a la hora de venir a decir que allá nunca se había tenido un
sentimiento comunitario como para pensar en autonomías, o gaitas por el estilo,
vamos que la cosa era como muy forzada; a pesar de la perplejidad de los
entrevistadores o las declaraciones vociferantes, chusqueras y faltonas, de los
Rodríguez Ibarra que en el mundo son. ¡Pues eso!
Nada más claro que en aquellos tiempos de «café para
todos» se montaba todo el engendro autonómico para descafeinar las verdaderas
reclamaciones de aquellas nacionalidades que a lo largo de la historia habían
dado claras muestras de tener unos sentimientos identitarios y diferenciadores;
hoy en día parece rebrotar, ante los deseos de aumentar el techo de libertades
nacionales por parte, esencialmente de Catalunya y Euskadi, el reparto
de café (más bien parece «aguachirris») para todos con el fin de frenar la ola
de los países recién nombrados: ahí están las prisas para sacar adelante el
nuevo estatuto valenciano (¿Valencia no es parte de Els Països catalans? ¿O con
añadir la paternina ya está todo solucionado, y diferencia- do?), o el andaluz,
en el que creo haber leído que se llega a hablar de «nación» o «nacionalidad»
con absoluto desparpajo. Lo que en unos lados ni mentar, en otros sí y con
mayúsculas, y a mucha honra, ¡olé!
No viene al caso recurrir a la definición de qué es una
nación (aunque suene a trasnochado, y con perdón, quizá la más certera siga
siendo la de Stalin), subrayando esos aspectos que forman el sentimiento de
comunidad basado en algunos hechos diferenciales de índole cultural y/o
lingüístico, algunos lazos históricos y económicos, etc. Tampoco viene al caso
recordar aquellos años en los que los programas de los organismos que reunían a
la oposición al nunca bien ponderado caldillo, que diga Caudillo, la Plataforma
de Convergencia Democrática y la Junta Democrática, que luego fusionados dieron
lugar a la «Platajunta», reuniendo un amplísimo abanico que iba desde la extrema
izquierda a la democracia cristianaŠ como digo, sus programas coincidían en
reclamar, que recuerde, la disolución de los cuerpos represivos, referéndum para
decidir entre Monarquía y República, amnistía total, y autodeterminación para
las nacionalidades del Estado (¡eso sí, de pagar precios políticos nada de
nada!). Desde entonces ha llovido mucho, y los que entonces mantenían aquellos
postulados hoy los consideran presupuestos trasnochados, propios de resentidos
tercermundistas, o de nacionalistas (como cuando a nivel anecdótico Txiki
Benegas llevaba, henchido de fervor nacionalista, la pancarta pidiendo la
autodeterminación, creo que allá a finales de los 70). ¡Ay, pero adónde vas,
chico, callaŠ! ¿Será que me estoy haciendo mayorŠ? O tempora! O mores!, que
decía Cicerón. -
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