El principio de no discriminación entre mujeres y hombres está socialmente aceptado y reconocido como derecho en las legislaciones, pero todavía hoy no es una realidad social y esto tiene su reflejo en la escuela.Aunque se suscriben ideales de igualdad, la escuela continúa actuando como vehículo de la invisibilidad de las mujeres en las distintas áreas, tanto en las técnico-científicas como en las relacionadas con las lenguas y la historia. Todo esto está patente en muchos aspectos de la vida escolar, como son los libros de texto, no exentos de esquemas discriminantes. De ahí que exijamos la revisión e identificación de los prejuicios sexistas en los libros de texto ya que éstos figuran entre los más eficaces agentes de transmisión de las normas, valores e ideologías sexistas y patriarcales.
Virginia Woolf escribía con fina ironía en “Una habitación propia” (1929) acerca de la ausencia de la experiencia femenina en los libros de historia. Un siglo atrás, y en la misma Inglaterra, Jane Austen describía con hastío en “La abadía de Northanger” (1818) el recuento interminable de guerras y conflictos a que se reducían normalmente los libros de historia, en los que «los hombres me resultan casi siempre estúpidos y de las mujeres apenas se dice nada».
Es evidente que la exclusión de las mujeres en la narración histórica, su eliminación como sujetos históricos, era, al mismo tiempo, síntoma de la mar- ginación que se operaba en el ámbito de lo social. Así lo advertía, ya a comienzos del siglo XV la humanista Cristina de Pizan que, en “La ciudad de las damas” (1405), estableció toda una genealogía de mujeres valiosas como paso previo a su propósito principal: establecer modelos de comportamiento en los que las mujeres sabias podían mirarse y reconocerse como seres inteligentes y virtuosos.
El tiempo transcurrido hasta la actualidad nos habla de derechos conquistados, de igualdad jurídica establecida y, curiosamente, la perpetuación de los contenidos tradicionales es la tónica dominante en el conjunto del sistema educativo, en todas las materias: ciencias sociales, literatura, matemáticas, tecnología...
También curiosamente las diferentes regulaciones de la política educativa por medio de los diseños curriculares básicos han introducido instrucciones para la elaboración de material no sexista y el reforzamiento de la igualdad de oportunidades como un contenido transversal. Pero a la vista de los resultados queda patente que ha sido pura retórica que no se ha llevado a la práctica. Pese a las buenas intenciones de los textos legales (LOGSE 1990) de combatir el sexismo en la escuela, donde la coeducación se presentaba como un logro de nuestra democracia, los resultados no son halagüeños. Las últimas tendencias denuncian la uniformización en pro de un modelo masculinizante dominante, tomado como patrón óptimo en el que se diluye la diferencia femenina en la escuela simplemente mixta que no verdaderamente coeducadora.
Especial interés hay que prestar al análisis del sexismo en los libros de texto como herramientas para la transmisión de conocimiento, pero también de modelos, actitudes y valores que en la mayoría de los casos refuerzan los roles sexistas discriminando a la mitad de la ciudadanía, niñas, adolescentes y mujeres.
En la mayoría de los libros de texto hay una escasa presencia de personajes y colectivos femeninos, se utiliza el falso universal masculino, además de los inquietantes genéricos e indeterminados que no engloban a la especie humana al completo, así como la recurrencia de los temas tradicionales de historia política, bélica-heroica, donde los hombres son protagonistas y las mujeres escasean en el patrón del éxito, la ocultación de la actividad femenina en ámbitos como el trabajo, la cultura...
No sólo nos discriminan las palabras, también los iconos en los que no estamos en las ciencias y la tecnología, o estamos para representar papeles tradicionales: papel reproductivo, madres y cuidadoras, ayudantes de la especie masculina... o diciendo «las matemáticas son difíciles».
Se echa en falta una actuación determinante para afrontar el sexismo en los libros de texto, por eso vemos necesario que la administración forme equipos de especialistas encargados de reescribir la historia, de componer el manual no sexista que respete las manifestaciones que muchas mujeres han aportado desde la física, las matemáticas, la literatura, la tecnología, la filosofía... Desde las leyes de igualdad, es hora de pasar de la retórica y de lo políticamente correcto a poner en práctica todo lo que sabemos en aras de la igualdad.
Podríamos empezar por la formación de nuestro futuro profesorado, crear una docencia con afanes coeducativos. Pero parece que se margina esta posibilidad en la formación que hace que se perpetúe la minusvaloración de lo femenino en la educación de la ciudadanía.
Todas las leyes educativas, desde la LOGSE, pasando por la LOCE y la actual LOE, tienen como norma el principio de igualdad entre los sexos y el rechazo de cualquier discriminación. Sin embargo, no es una realidad en nuestros centros educativos. Los libros de texto mantienen los estereotipos de género, por lo que es casi imposible transformar la escuela, ya que éstos no hacen justicia al no introducir en ellos el saber de las mujeres. De nuevo, la ciencia, la literatura, la tecnología, la historia no tienen rostro de mujer. George Eliot, autora romántica, lo exponía en su novela “Middlemarch” (1871) con doloroso e inteligente sarcasmo: «las mujeres son dignas de estudios científicos (...) son el sexo débil (...) no son capaces de casi nada (...) son ligeras, inconstantes...».
Los pensadores jónicos de hace más de 2.500 años inventaron dos cosas fundamentales e, indisolublemente unidas, para el desarrollo del pensamiento: la ciencia y el ateísmo. En esta época nació Hypatia de Alejandría (S IV de nuestra era), en el cénit de la edad antigua y en el ocaso de la misma. Toda la sabiduría de la civilización antigua no murió de muerte natural, sino que fue asesinada. Sus asesinos tienen nombres, uno de ellos fue Cirilo, la encarnación de un movimiento oscurantista que sumió a Europa en uno de los períodos más funestos de su historia. La creación de las religiones y, en particular, del cristianismo ha sumido a la historia en un retroceso, especialmente peligroso para las mujeres.
Para mayor mal, las enciclopedias y las historias de la ciencia han sido escritas, en su mayoría, por hombres, quienes han partido del prejuicio misógino de que las mujeres nada tienen que hacer en el campo de las ciencias. A esto se añade que tendemos a considerar el desarrollo de las ciencias como la obra personal de unas cuantas figuras destacadas y no como la laboriosa actividad de millares de personas dedicadas a arrancar sus secretos al mundo que nos rodea. Pero incluso bajo este prisma deformado de la ciencia como producto de un puñado de personalidades ilustres, el nombre de Hypatia no tendría que brillar por su ausencia. Si esto ocurre es porque manos masculinas se han encargado de borrarlo de los anales.
El nombre de muchísimas mujeres poetas, filósofas, matemáticas, físicas... ha sido simplemente tachado de la historia.
Ha llegado el momento de hacer justicia y de exigir a las administraciones que la coeducación sea una realidad y que todo libro de texto que no introduzca el saber de las mujeres tenga que ser rechazado.
¿Será una oportunidad la nueva asignatura de Educación para la ciudadanía que plantea la LOE? Nuestro deseo es que mujeres como Hypatia, Clara Campoamor, Catalina de Erauso, Bizenta Mogel, Arantxa Urretabizkaia, MªAsun Landa, Maialen LujanbioŠ estén reconocidas y representadas como se les debe, que sean modelo para niñas y niños, para adolescentes y para las mujeres y hombres. -