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Gara > Idatzia > Kultura 2007-01-11
La historica fabrica de txapelas se convierte en museo
Viaje al inicio de la Revolución Industrial
A orillas del río Cadagua, en el barrio El Peñueco de Balmaseda, nació en 1892 la fábrica textil de lana La Encartada, dedicada principalmente a la producción de txapelas. Cerrada en 1992, a partir de hoy vuelve a abrir sus puertas como museo, tras un largo proceso de restauración de su maquinaria e instalaciones.

BALMASEDA

Franquear la puerta de acceso al museo Boinas la Encartada es como realizar un viaje al comienzo de la Revolución Industrial. Enclavada en un verde paraje de Enkarterriak (Bizkaia), junto a la rivera del Cadagua, la fábrica mantiene intacta su hermosa arquitectura del siglo XIX, declarada monumento por el Gobierno de Lakua en 2002. El interior de sus enormes instalaciones permanece lleno de máquinas de tiempos pasados, con todo su sistema de poleas y correas y con la vieja turbina hidráulica con la que todavía hoy se produce electricidad que se vende a Iberdrola. Con la visita a este lugar es posible, por tanto, seguir todo el proceso de fabricación de txapelas, tal y como se hizo durante un siglo.

Historia

La fábrica La Encartada mantuvo hasta su cierre una línea de producción integral, que adquiría la materia prima en crudo y procedía al hilado de la misma, para después dedicarse a la confección de boinas, fundamentalmente, y durante una época también de mantas. La lana se traía al principio de Salamanca y Catalunya, pero pronto pasó a utilizarse solamente lana australiana, que se consideraba más suave al tacto y de mejor calidad que la merina. En su apogeo, la fábrica empleó a más de 130 operarios, en su mayoría mano de obra femenina, familiar y barata. La jornada laboral llegaba a las diez horas diarias, incluidos sábados, y durante la Guerra del 36, que fueron los años de mayor producción, hubo de habilitarse un tercer turno. En 1933, un tejedor cobraba 7 pesetas. Por el mismo trabajo, una tejedora tenía un salario de 4 pesetas. Muchos de estos obreros residían en unas viviendas que todavía existen dentro del mismo terreno de la fábrica. La transmisión de los oficios era en muchos casos familiar, produciéndose un relevo generacional en los puestos. La fábrica contaba también con su capilla, que hacía las funciones de escuela, y con grandes jardines. La zona verde está abierta al público, con columpios, bancos y zona de paseo por el meandro del río. La escuela-capilla y las viviendas obreras se restaurarán y en un futuro se dedicarán a uso hostelero dentro del complejo museístico.

La fábrica cerró sus puertas en 1992. La Diputación vizcaina y el Ayuntamiento de Balmaseda, a través de una fundación, emprendieron poco después un largo y complejo proceso de restauración cuya primera fase culminó ayer con la inauguración del museo. Las aportaciones de Diputación y Ayuntamiento al proyecto superan los 7 millones de euros y pretenden ser una inyección al despegue turístico de la comarca, donde se encuentran otros puntos etnográficos e históricos de interés, como la Ferrería del Pobal, el centro de interpretación El Carpín, o las cuevas de Pozalagua. En palabras de la directora del museo La Encartada, Begoña Ibarra, «estamos ante un museo único en Europa con estas características».

La planta baja del principal edificio acoge una exposición permanente con piezas de los talleres auxiliares, antiguos vehículos, primitivos vestigios del sistema de lavado de la lana, así como la turbina hidráulica. En esta planta se proyecta también un audiovisual en el que se incluyen testimonios de antiguos obreros.

En la planta superior están las oficinas, lo que era el despacho del director y las secciones relacionadas con la confección. Según los historiadores que han trabajado en la reforma, la mayor parte de las piezas expuestas en el museo son originales y de época, pero algunas, como la mula-selfactina ­una máquina de hilado que data de 1892 y procede de la casa Platt Brothers de Inglaterra­ es ya un ejemplar único en Europa. Junto a ella, y de procedencia también inglesa, hay que destacar el resto de ingenios originales (desmotadora, batuar, cardas, canilleros...), los de tecnología francesa (dinamo, cardas) y, en la sección de mantas, dos grandes telares jaquard (uno alemán y otro catalán). El resto de la maquinaria procede fundamentalmente de Bélgica. «Aunque con el tiempo se fue quedando obsoleto, en su día toda esta maquinaria fue puntera. Es un fiel reflejo de la primera Revolución Industrial», resaltó ayer el alcalde de Balmaseda, Joseba Zorrilla.

La otra joya de este museo es la centenaria turbina hidráulica, hoy de nuevo en funcionamiento, una francis de la casa Voith (1910), que sustituyó a la primera horizontal de 1892. En este viaje al pasado industrial se puede ver también el antiguo secadero de lana, la nave de hilatura, las áreas de confección de boinas y la espectacular nave de mantas y paños. En total hay 35 máquinas catalogadas como de «excepcional valor».

Desde hoy hasta el domingo, se podrá entrar gratis. Apartir del martes (los lunes cierra) la entrada costará 5 euros y las visitas al piso superior, donde se encuentra la mayor parte de la maquinaria, deben ser guiadas. Por ahora, no existe un transporte público, pero, según el diputado general, José Luis Bilbao, se está en conversaciones con FEVE para establecer un paquete único de tren más autobús. Es posible también que Bizkaibus ponga en marcha un servicio.



Cómo se fabrica una boina

BALMASEDA

En las instalaciones de La Encartada se llevaba a cabo el proceso completo del trabajo de la lana hasta que quedaba convertida en txapela.

Para empezar, la lana se lavaba para eliminar la grasa animal y se secaba extendida. Luego se pasaba al diablo, máquina que la abría, la cardaba y dividía en copos. Después se le daba la torsión adecuada en la selfactina. De ahí el hilo pasaba a las bobinadoras, que lo devaneaban en carretes. Los telares, entrelazando automáticamente el hilo, obtenían una malla triangular, base de la futura boina. La malla base pasaba a las máquinas de coser, donde se unían los dos extremos con costura invisible y se añadía el rabillo. En los batanes, el agua jabonosa y el golpe de los mazos iba apretando el tejido hasta darle la consistencia de paño, pasando después al tinte. Las boinas se colocaban entonces en hormas que las estiraban y moldeaban. Una vez secas, la percha, secaba el pelo del paño y la tundidora, máquina provista de cuchillas que giran, cortaba e igualaba el pelo de las txapelas. En el acabado se le añadían el forro y la badana.



«Ahora ya no se hacen txapelas como aquéllas»
Francisco BASTERRETXEA | Toda una vida en la fábrica

Francisco Basterretxea entró a trabajar en Boinas La Encartada con dieciséis años y allí permaneció hasta la jubilación. Hijo, a su vez, de una trabajadora de la fábrica, allí se enamoró y se caso con otra obrera que vivía en los barracones del interior de la fábrica. Uno de sus hijos también trabajó, como ayudante suyo, en esta empresa hasta que se cerró en 1992. «El trabajo corporal no era duro, porque la materia prima era la lana y la lana no pesa. Pero era muy constante, manual y artesano. Había que poner mucha atención. Las remalladoras, por ejemplo, tenían que ir punto por punto con muchísimo cuidado». Francisco conoce a la perfección, una a una, todas las máquinas y habla de ellas con nostalgia. «Yo era encargado de mantenimiento, con categoría de mayordomo textil. Son máquinas de cien años y no existían los recambios. Si se estropeaba un engrane, tenía que fabricar yo uno nuevo en el torno, con un sinfín de números. Cuando veo ahora como hacen los engranes...».

En aquel lugar grande y húmedo, pegado al río, se pasaba frío «hasta para exportar», según este operario. «La gente se calentaba con estufas de serrín. Yo era de los que menos frío pasaba, porque no paraba quieto un momento, siempre para arriba y para abajo».

Francisco Basterretxea, que usa txapela desde que tiene memoria, se queja de que ya no se encuentran boinas como la que fabricaba la Enkartada. «Aquí se hacían varias clases de boinas. Pero había una, la Australia Gruesa Suprema, que era inigualable, una joya. No hay boina como aquella. Y yo, que soy un sibarita del tema, ahora no sé dónde encontrar algo parecido...»


 
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