Exprimo la cuenta en la sucursal bancaria tras introducir la tarjeta y en mi oído resuena un susurro. Un anciano comenta: Tengo suerte, no enciendo la luz por la noche, las farolas de la calle alumbran mi pasillo. La empleada mira ajena, casi con desdén; bastantes problemas tienen ella y su marido funcionario para llegar a fin de mes y pagar las letras del piso de Formigal... Y, encima, no nieva. Retiro el dinero que aferra la mano mecánica del cajero automático y salgo aturullado... Pienso en Dillinger.
Los casos se agolpan buscando responsables. Se estima que en vascongadas 120.000 personas viven en la pobreza; que la ausencia de bienestar afecta a un cuarto de la población; que un tercio de las familias están endeudadas y que el Euribor ha disparado las hipotecas. Alucinante, un 5,2% de los hogares vascos no tiene garantizada una comida al día y el gasto social de la CAV es el menor de Europa. Mientras, los beneficios financieros aumentan un 20%, el PIB y la inflación crecen y disminuyen los costes laborales. Todo aderezado con una política contributiva que recauda más mediante impuestos indirectos y grava el IRPF de los trabajadores pero no así el de los empresarios cuyo fraude ni se estima.
Marx y Gibson tienen razón. La ficción es científica. Ya no hay clase media, sólo un tapón funcionarial en el culo del Estado neoliberal. Las torres del olvido recuerdan cuán frágil es la posición social. Desregulación, Maastricht y fracaso de la estrategia de empleo de Lisboa. Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia. La deslocalización de las empresas amenaza con fugas hacia lugares rentables. Las multinacionales no tienen patria. En Europa se trabaja más... Se gana menos. Nuevo proletariado de trabajo eventual y precario. 35 horas, sindicatos y clase obrera... sus mitos. Mujeres con cargas familiares, jóvenes subempleados, inmigrantes y jubilados traspasan a trompicones el umbral de la pobreza, como proyectos de vida que se asoman al precipicio de la no ciudadanía. Los pobres son peligrosos, roban el dinero que, socialmente producido, debería revertir en el ciclo productivo del Capital. La sociedad se comba hacia los extremos.
Directiva Bolkstein: Desmantelamiento de los servicios públicos. La caridad instala en la política institucional la lógica de la contención social y de la defensa a ultranza de la propiedad privada, no así la de la integración. El límite lo marca la tolerancia de la seguridad ciudadana. Donde ya no hay Estado del Bienestar sólo queda Asistencia y Policía. La palabra miserable es una bisagra que encierra en sí el antagonismo social a quien padece la miseria y al que la provoca. -