Cuando uno se mira en un espejo difícilmente se conforma con el resultado, siempre hay algo que nos provoca rechazo o inconformidad, nos cuesta aceptarnos tal y como somos.

Nos enseñan a vivir en un estado de insatisfacción por el resultado heredado o labrado a lo largo de la vida, como algo falsamente remediable, puesto que sobran los michelines y las arrugas, los pelos blancos, las ojeras o los callos, los pelillos de nariz u oreja y faltan en otros lados... siempre estamos dispuestos a rogar a un santo/santa imposible que nos ayude a ser el deseado del resto de la humanidad o como mínimo de los que nos interesa atraer.

Reconozco que es agotador vivir con un cuerpo en el que no se está a gusto o que te recuerden en anuncios y diariamente, por ejemplo de colonias, que tú estas lejos de lograr semejantes cuerpos del deseo, moverte con esa gracilidad atractiva o tener esa voz de susurro orgásmico, que son los primeros síntomas de que nos alejamos del mercado del deseo.

En ello, y de nuevo, los miopes tenemos suerte puesto que la lejanía y la imperfección de la visión, junto a la ilusión y optimismo añadido de algunos como yo, nos alegran a veces y nos llevan a ese estado de aceptación de así soy y me encuentro a gusto.

Los que no somos los hijos ideales de las madres y padres, por más que éstos se empeñen a ver a su hijo el más de lo más, sabemos lo que es intentar el cambio de una u otra forma, y dejar el empeño asumiendo esta realidad de «pese a todoŠ esto es lo que hay». Tal vez por ello desarrollamos la capacidad del verbo, la simpatía, la amabilidad o los otros dones que compensan de una u otra forma lo no logrado de forma natural y ¡qué leches!, además estamos al alcance de todos, asequibles como nadie.

Además siempre nos quedará la ilusión y la esperanza de la moda, saber que en una época larga y dorada los hoy modelos eran despreciados por su delgadez, que los gorditos tipo Botero éramos la admiración y objeto de monumentos y cuadros y que esa época fue más larga que la actual de tallas imposibles.

Que el botón del pantalón se rompa y salga disparado, aparte de una gracia, puede ser una forma de reivindicar la sana idea de querer seguir siendo como somos, porque a diferencia de la ropa y los buzos, nuestro cuerpo no lo podemos ni debemos cambiar para dar placer a los demás y menos si conlleva un sacrificio enfermizo en el que la mayoría de los ciudadanos podemos caer.

Saber que no me muevo como una gacela ni con empujones, pero que mi cuerpo tiene su gracia y que también lo quieren, pero que sobre todo lo quiero, es el mejor síntoma de que me siento realmente feliz, pese a que de vez en cuando me compare; a decir verdad estamos para untar pan. -