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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2007-01-26
Fermín Gongeta - Sociólogo
Carta virtual. Carta inútil

Carta virtual dirigida al señor presidente del Gobierno español, don José Luis Rodríguez:

Si, como dijo don Miguel de Cervantes, la primera condición para un buen consejero es que nuca asesore mientras no se le solicite, reconozco no ser uno de ellos. No obstante, señor, os digo lo que Maquiavelo a Lorenzo de Médici, en su ofrecimiento al consejo gratuito: «No puedo haceros ningún presente mejor que el de ofreceros la facultad de poder comprender, en brevísimo tiempo, todo cuanto yo, en tantos años y con tantas incomodidades y peligros, he conocido y aprendido». Así, también yo me atrevo.

Cuando en la vida política uno recurre a las acciones gloriosas de sus antepasados es que intenta añadir bondad política a la inseguridad de la eficacia de sus propias decisiones. Pero el quehacer político de los antepasados no creo que sirva en absoluto para organizar en democracia la vida de un país. Ilustrísimo señor, el final honroso de su abuelo el capitán Juan Rodríguez Lozano, asesinado por Franco en el 36, no le concede a usted una gloria política, independiente del éxito de sus propias acciones. De la misma manera que tampoco se enturbian vuestros éxitos, de haberlos, por el paso del capitán por Africa, conquistando la Cruz del Mérito Militar, ni por la toma de Rozón pacificando Asturias contra los revolucionarios del treinta y cuatro. «¡Cuántas cosas deben al momento propicio su propia alabanza y completa perfección».

Cuando el año pasado ­tras el alto al fuego permanente de ETA­ usted, como presidente del Gobierno del reino, afirmaba que «muchos de los objetivos y de las grandes aspiraciones [de la II República española] están en plena vigencia, gracias a las políticas impulsadas por su ejecutivo» no escuchaba a sus más fieles oponentes republicanos que le insistían en que «sigue faltando la plena normalización del tratamiento institucional». «Puede que para usted sea tan grato el canto del cuervo como el de la alondra».

Cuando al exceso de alabanza entre políticos ­PNV, PSOE­ se une el olvido y desprecio por los injustamente detenidos, torturados y juzgados, es que la pretendida democracia ha entrado en coma profundo, es que «la llama ha quemado la mariposa».

Cuando en una pretendida monarquía parlamentaria, el partido gobernante organiza una pública y clamorosa manifestación para sentirse apoyado en sus ideas, seleccionando descaradamente a quienes desea como compañeros de camino... ese partido político y sus responsables se sienten inseguros de sus actos. Necesitan del teatro y de la alabanza. Sus deseos son cla- ros, mantenerse en el poder a toda costa. No pueden admitir que las manifestaciones públicas no son cosas del Gobierno, sino de las pequeñas oposiciones. Pero parece evidente que «en la inseguridad y el miedo se busca la pública alabanza».

Cuando tras diez meses de escuchar a don José Luis Rodríguez, presidente del Gobierno español, que trabaja por conseguir la paz, la normalización y la estabilidad para Euskal Herria... y claro que también para España, a través del diálogo, uno sabe que los responsables políticos «son diez veces más veloces y ágiles en incumplir que en consumar sus pactos».

Cuando, tras atragantarse hablando sobre el diálogo y su necesidad para la normalización política de Euskal Herria, un dirigente y máximo responsable del PSOE, señala con vehemencia: «¡Si va Batasuna yo no voy!», además de su ridiculez infantil manifiesta claramente no tener diccionario donde encontrar el significado de las palabras que utiliza. «Su pasión y su vehemencia ahogan su hombría política».

Cuando un estadista y sus asesores, estando en el poder, no hacen sino polemizar y litigar con sus oponentes, ­el PP­ manifiesta de manera inequívoca que no tiene seguridad alguna en sus propios planteamientos y se convierten en peligro para la democracia. «Al canto del tordo se ponen a bailar».

Cuando reivindicaciones públicas, acompañadas por ciertos actos ilegales, son juzgados de manera absolutamente diferente, según sea la ideología del agente ­Kale borroka en Euskal Herria y gamberradas vandálicas en el resto del Estado­ es que los jueces encausan y castigan ideologías y no acciones, y se han convertido en moralizadores inquisitoriales. La pretendida justicia únicamente debe condenar acciones, jamás pensamientos o intenciones. Y, a pesar de ello, «la cabeza podrá dictar leyes contra la pasión, pero el ardor puede más que la frialdad de una sentencia».

Cuando ante las primeras dificultades del presunto pero inexistente caminar por las sendas del simulado e ilusorio diálogo, repleto de atrocidades policiales, políticas y jurídicas, usted, señor presidente, ha manifestado que «suspendía cual- quier iniciativa de diálogo», manifiesta claramente que no mira a su entorno. Es claro que usted escucha únicamente los cantos de sirenas de sus bien remunerados asesores, ministros y ejecutivos de partido ­Rojo, Blanco, Rubalcaba...­ y tan efectivos como taimados opo- sitores, ­Acebes, Rajoy, Zaplana...­. Así es como usted cree en la tan absoluta como infundada y absurda fe y esperanza de que el camino de la normalización se realizará él solo... sin acción alguna por su parte. Grave error. «Aunque pidas justicia, considera que nadie debiera buscar la salvación en el curso de la ley».

Cuando con insistencia tan cansina como inhumana reclaman de Batasuna la condena de la violencia... de ETA, ¿no le basta, señor presidente que la izquierda abertzale condene la violencia del Estado, dado que parece que todos los demás grupos políticos condenan ya a ETA? «¿O es que pretende añadir la humillación a la ansiada derrota?».

Permítame señor presidente, volver a utilizar el final de la Obra de Nicolás de Maquiavelo: «Tome, pues, la ilustre casa vuestra este asunto con aquel ánimo y con aquella esperanza con que se hacen propias las causas justas; para que bajo su enseña, este país se ennoblezca y bajo sus auspicios se hagan realidad las palabras de Petrarca: Virtud contra furor»...

Y, tenga en cuenta señor presidente que el preso donostiarra Iñaki de Juana está sufriendo los efectos del furor de unos jueces, hijos directos de la dictadura. Tal vez, para resolver con dignidad política y humana estos casos, es para lo que puede servir la experiencia personal, lo sufrido en propia carne, con el trágico final del Capitán Lozano. -


 
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