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Aitxus Iñarra Profesora de la UPV-EHU

La risa

Atributo de humanos y dioses, como la palabra y el llanto, la risa es expresión de multitud de sensaciones e intenciones, pero precede, junto al llanto, a la palabra, mediante la que el dios bíblico y patriarcal de Occidente creara el mundo, a diferencia de lo que otras mitologías muestran. La risa, observa la autora, es energía liberadora y no ofrece tanta capacidad para el engaño como la palabra. Sin embargo, la sociedad «mediatizada de la propaganda» ha normativizado la risa y estipula aquello sobre lo que no está permitido reírse. «El poder se muestra serio», advierte Iñarra, y permite pocas risas, o solo risas forzadas, y solo la risa desregulada, la que nace del caos, puede romper ese orden.

Los versos y el colofón con los que Rabelais encabezaba su edición del «Gargantua y Pantagruel» del año 1535 son el mejor preámbulo a esta reflexión sobre la risa. «Amigos lectores que este libro leéis,/ despojaos de toda afección/ y, leyéndolo, no os escandalicéis./ Él no contiene ni mal ni infección./ Verdad que tampoco guarda perfección./ Aprenderéis en él, al menos, a reír;/ otro argumento mi corazón no puede elegir./ Viendo la tristeza que os mina y reconcome,/ mejor es de risa que de lágrimas escribir, pues que la risa es propio del hombre. Vivid gozosos».

Explosión de vida, creadora y rompedora, gratuita y plena. La risa, sonrisa o carcajada llena de significados, tantos como el ser humano le atribuye desde su cultura a esta capacidad expresiva se muestra como exaltación, alegría, provocación, malevolencia, ternura, menosprecio...

Sin embargo nosotros, a diferencia de los animales, poseemos este atributo innato. La risa es, junto con la palabra y el llanto, un don que compartimos con los dioses, aunque el dios bíblico y patriarcal de Occidente se muestre obstinadamente más severo y solemne que riente y creara el mundo mediante la palabra, y no la risa: «En el principio era el Verbo... y el Verbo era Dios» (Juan, I). Algo que no comparten otras mitologías como la antigua expresión de la cultura egipcia en donde la risa de dios es el instrumento de su misma creación. Así se recoge en el himno hermético del papiro lugdunense:

«Dios rió y nacieron los siete dioses que gobiernan el mundo. Cuando la primera risa de dios estalló apareció la luz; al reír por segunda vez brotó el agua y al hacerlo por tercera apareció Hermes. Con la cuarta surgió Genna, quien sembró todo lo existente. Cuando rió por quinta vez apareció el Destino, con la sexta risa apareció la Oportunidad; y al escucharse la séptima carcajada apareció la Psique. Entonces todo se puso en movimiento». De modo que la risa creaba el universo físico y mental mientras la palabra (Génesis I.1-2.2) limitaba su poder al mundo físico.

La risa y el llanto preceden a la palabra en el ser humano. La risa sonoridad polifónica suave, sorda, jubilosa, desgarradora, estremecedora, estentórea, y al mismo tiempo polisémica, dotada de sentido grotesco, burla, sátira, jocosidad, escarnio o rebeldía, ha sido elemento sustancial en las fiestas populares y en el carnaval del medioevo expresando ese reír colectivo trasgresor de la estricta y temida moral oficial.

En el ceremonioso y solemne ámbito católico, aparece un fenómeno insólito que estuvo presente en la cultura europea durante siglos. M. C. Jacobelli en su libro «Risus Paschalis» recoge de V. J. Propp este hecho concretamente en la Alemania del siglo XVI. Durante la misa de Pascua el predicador decía y hacía auténticas indecencias sobre el altar, llegando al punto de mostrar los genitales para hacer reír a los fieles. Esta risa, es decir, la escena en que se evocaba, con sus motivos y efectos, es lo que recibía el nombre de risus paschalis. Sexo y risa se expresan así en un contexto de crisis y de amenaza de caos celebrando el retorno de la vida.

La risa es la energía que libera y deshace el miedo, muestra lo no amenazador, el aspecto amable. Siendo el anverso del llanto, emerge en el juego, lo cómico y la fiesta, destrona el dolor y la tristeza. Sin embargo, la risa fingida, impostada, no sentida, en comparación con la risa espontánea, no condicionada, ni intencionada, es más fácil de detectar que la sinceridad de la palabra. Esta se muestra más analítica, expresa realidades más complejas y posee más recursos para el fingimiento. En consecuencia, resulta más fácil engañar con ella. Aunque los humanos, contradictorios como somos, podemos reír llorando o llorar riendo.

La sociedad mediatizada de la propaganda y la impostura ha extinguido la alegría de la risa natural y ha oficializado la risa artificial, aprendida. La sonrisa de los políticos en los medios resulta ser gestos aprendidos para crear determinadas imágenes y conseguir fines precisos. Así, la sonrisa se vuelve aparente, enlatada y artificial. La risa natural está amordazada por la sociedad masificada de la distracción y el consumo. A diferencia de la vivencia de otras culturas en donde el placer y el dolor eran vividos colectivamente, ahora uno tiene que llevar su pesada carga individual para conectar personalmente con el otro, pues es poco frecuente que la alegría o tristeza sean compartidas colectivamente de manera natural.

Una sociedad jerarquizada anquilosa y normativiza la risa. Hay cosas sobre las que no está permitido reírse. El poder se muestra serio, habitualmente serio, solemne, imponente, y en tiempos de crisis y decadencia acentúa su entonación adusta y su ritmo monótono, ansioso y depresivo. Pretende imprimir una actitud lóbrega y de resignación en la sociedad o pueblo a los que se dirige. El sacrificio debe sustituir a la risa: se ríe poco o quizás forzadamente. Pero la risa desregulada, espontánea desbarata ese discurso, ese falso juego. Por ello esta forma de comunicación es el mejor antídoto contra todo mal y enfermedad, rompe el estrecho molde de la angustia, es antagónica a la pretensión de una cultura del control sobre el ser humano, representada por la ideología del capital y de sus interesados e injustos criterios morales. Ella sana al atribulado y afligido individuo, relativiza el mundo dictado, las convenciones establecidas y desdramatiza las relaciones burocratizadas.

No obstante, la risa se convierte en movimiento que acompaña a la vida cuando reírse ante lo irrevocable y lo inexorable rompe con la pauta que invita a estrellarse contra lo inamovible. Nos referimos, indudablemente, a la risa sentida, no colonizada, la irresistible risa que, a diferencia de la risa comercial, habla el mismo lenguaje en cualquier lugar. La risa que no nace de lo condicionado se nutre del caos, rompe la dinámica utilitaria. La risa, en definitiva, que pone término al aislamiento, la contención de las fronteras de la individualidad sometida, se abre al umbral de la relación lúdica fluyendo en la relación compartida. Es la belleza de la risa desconocida, enigmática rompedora de códigos, risa espontánea, expresión del momento, sin metas, gratuita. Menos dual que el logos, irrumpe más allá de la palabra, traspasa lo riguroso, empieza donde acaba lo razonado. Es el sonido espontáneo nacido del no lugar y el no tiempo. El puente que te arrebata del abismo de la seriedad, rompe el orden, te lleva al ámbito de lo indescifrable, y uniéndote con el otro más allá del pensamiento-palabra, se es entonces, sin límites, la misma gozosa risa.

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