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Txisko Fernández Periodista

Las ventanas del tren de la historia

En estos tiempos en los que, desde posiciones enfrentadas, se habla tanto de la alta velocidad ferroviaria, conviene más comprender de dónde venimos que entretenernos en apuestas estériles sobre cuántos minutos se puede «acortar» el trayecto, por ejemplo, entre Maltzaga y Altsasu.

El tren de la historia tiene etapas en las que parece ir a una velocidad de vértigo, mientras en otras ocasiones el tramo más corto se nos hace interminable. A estas alturas, quien más quien menos ha bajado del tren para estirar las piernas en una estación fría y solitaria, bajo un porche poco iluminado. Otros han aprovechado para cambiarse de asiento, ya fuera para mirar por la ventana hacia atrás en lugar de hacia delante, ya fuera para pasarse del lado derecho del pasillo al izquierdo.

Cuando la compañía, o la soledad, en la que nos encontrábamos nos desagradaba, también nos hemos cambiado de vagón, esperando que así el viaje fuera más llevadero. Incluso, hay quien ha optado por cambiar de destino en mitad del viaje y ha hecho transbordo, por ejemplo, en Lizarra o en Loiola.

Como este país es muy pequeño, si lo comparamos con Siberia, y esto no pretende ser el relato del correo del zar, va siendo hora de que lleguemos a nuestra estación término. Tras descender del tren, podremos compartir nuestras experiencias, el relato de cada cual.

Y debemos hacerlo sin reproches. En estas últimas semanas me entra cierto desasosiego cuando escucho vociferar a algunas personas intentando imponer su visión de este largo viaje. Como si pudiera reprocharse a alguien que, mientras echaba una cabezada en el vagón de cola, se perdió el impactante paisaje que se veía desde la locomotora; o que no tiene la suficiente perspectiva porque se subió en la tercera estación.

Mi relato es tan válido como el de cualquier otro, tan real que nadie me podrá convencer nunca de que las cosas sucedieron como él las vivió, las sufrió o las gozó si no iba a mi lado. Es hora de compartir, pero no hace falta llegar a un único relato.

Todas nuestras historias tienen que quedar registradas. Eso es lo único que todos debemos aceptar. Luego, llegarán otras generaciones que las analizarán con miradas distintas, desde ventanas que ahora ni siquiera están abiertas. Ese será nuestro legado.

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