ANALISIS | Resaca del Consejo Europeo
Todo confluye en 2014
Los gobiernos español e italiano y algunos medios conservadores de Alemania enfocaron las primeras reacciones al Consejo Europeo en términos de vencedores y perdedores, pero no siempre los deseos o las necesidades internas coinciden con la realidad. La supercumbre deja una hoja de ruta marcada por Berlín, un respiro para Madrid y Roma (y, quizás, para el euro) y demasiado por negociar todavía.Van Rompuy anunció la elaboración de un plan completo, de una hoja de ruta hasta 2014, año en el que tanto el Parlamento como la Comisión se renovarán; un año en el que arrancará el nuevo marco presupuestario plurianual y en el que, además, entrará plenamente en vigor el nuevo sistema de doble mayoría cualificada para la adopción de decisiones en el Consejo, lo que desterrará la opción del veto de la mayoría de las decisiones.
Josu JUARISTI
Herman Van Rompuy cerró el viernes su intervención ante los medios con una expresión sorprendente viniendo de alguien tan comedido: «I am a happy man» (Soy un hombre feliz). Tal expresión quizás se debiera a que la Unión Europea había salvado una «bola de partido» en el momento más delicado, seguramente, del euro y de la UE. Un «match ball», aunque no el partido. Queda mucho por jugar y la supercumbre del jueves y del viernes, con doce horas ininterrumpidas de intensa y a veces convulsa negociación hasta las 4 de la madrugada del viernes, no sirvió para cerrar todos los frentes, ni mucho menos.
Una de las características propias de este Consejo Europeo (de cierre de la Presidencia rotatoria semestral danesa de los consejos de ministros, aunque casi nadie se acuerde) ha sido la participación activa de dos figuras (casi) nuevas, François Hollande y Mario Monti (con el apoyo mucho más pasivo de Mariano Rajoy), con desigual suerte. Hollande había puesto en el eje de su campaña electoral la renegociación del Pacto Fiscal, y salió de Bruselas sin que Merkel cediera ni un ápice: el Pacto Fiscal, clave para Berlín, será ratificado en París sin que haya variado ni una coma del texto. Punto y set para Merkel. Monti ha jugado a dos bandas: no le interesaba enfadarse con Merkel (y a la canciller le viene fenomenal tenerlo como aliado y, de paso, salvar su Gobierno), pero contaba con el apoyo de un grande (Francia) y un mediano (España) para plantarse ante Alemania, Holanda y Finlandia con la exigencia de que sin respuesta inmediata ante sus urgencias y las del Estado español no podía cerrarse un acuerdo completo. Berlín cedió ante esas urgencias evidentes, aunque no es tan obvio que las ayudas a la banca en apuros vayan a ser inmediatas. También en este apartado les queda mucho por negociar y no hay plazos concretos prácticamente para nada. Aunque Mariano Rajoy y Mario Monti han ganado tiempo, a día de hoy es imposible predecir cómo van a reaccionar a medio plazo los mercados, cómo van a poder gestionar ambos gobiernos a corto sus agobios de deuda soberana y qué sucederá si las economías no comienzan a levantar cabeza, es decir, si la recesión se enquista o se agrava, aún más si cabe.
Seguramente, en función del interés general, del interés europeo por una vez, el resultado de esta cumbre haya resultado ser el mejor posible, quizás el único posible. También para Euskal Herria (al margen del debate sobre el modelo de Unión y la deriva general de su modelo socioeconómico y político), porque una caída libre del euro, con el Estado español en primera línea del abismo, tendría unas consecuencias aún más nefastas que las que su descalabro nos está acarreando ya.
Con la aprobación el 10 de junio del rescate a la banca española, la Unión Europea había ganado un tiempo precioso para tratar de esbozar un plan de futuro posible y creíble, una hoja de ruta no solo para salvar el euro, sino para readecuar, remodelar, transformar o implosionar una Unión a Veintisiete a la que la crisis ha retratado y desnudado. Y en el dibujo de esa hoja de ruta quien mejor colocado ha quedado es, sin ninguna duda, Alemania. No es que la UE tenga mucho tiempo para reaccionar, pero el Consejo Europeo de esta semana ha demostrado que aún no está totalmente preparada para un cambio de rumbo trascendental. El dibujo actual hace aguas, la cuestión es en qué se convertirá.
Nuevas cesiones de soberanía. Aunque el cambio con mayúsculas aún no está perfilado (al menos públicamente), esta supercumbre ha puesto los cimientos, aún débiles, de algunos cambios menores, pero muy relevantes. Por ejemplo, una de las contrapartidas que Berlín ha conseguido a cambio de ceder en las medidas de urgencia para tratar de sortear las turbulencias de España e Italia: el protagonismo del Banco Central Europeo que dará sentido al proyecto de unión bancaria y supondrá una cesión de soberanía hasta ahora fundamental para los estados miembros.
Hay un evidente proceso supranacionalizador en ciernes orientado a conseguir una «genuina unión económica y monetaria», pero ese proceso tendrá consecuencias directas en el conjunto de la arquitectura institucional de la Unión, no solo de la zona euro. Tendrá, desde luego, un impacto enorme en el Parlamento Europeo y, desde luego, en la Comisión. El viernes se escucharon nuevamente voces que se preguntaban cómo iba a adecuarse la Cámara Europea a esa integración reforzada en la eurozona y qué papel asumiría una Comisión Europea que en estos últimos años se había debilitado notablemente. El propio Hollande admitió que el Parlamento Europeo «podría tener que ser modificado», sugiriendo que primero sería «a 17», pero ni la crisis es a 17 ni sería fácil, ni viable, ni eficaz tener dos cámaras paralelas.
Los federalistas de siempre piden ya un «salto federal» (Gobierno, doble cámara...) y Merkel tiene una excelente oportunidad para recuperar la retórica de Kohl (en clave europea pero, sobre todo, en clave interna, donde la disputa es enconada a pesar de que el Bundestag aprobara el viernes con solvencia los mecanismos que consagran la austeridad en Europa) y aparecer, si se disipa definitivamente el actual huracán de categoría 3, como la salvadora del euro.
Berlín ha logrado fijar una hoja de ruta que, en teoría y a expensas de cómo transcurran las negociaciones pendientes (que aún son muchas tras el Consejo Europeo), es la suya. Merkel ha sacado adelante casi definitivamente su Pacto Fiscal, después de que Hollande accediera a no cambiar ni una coma a cambio de un plan de estímulo totalmente virtual a día de hoy, que no supondrá ni un euro de costo añadido para los contribuyentes alemanes. El camino hacia esa mayor integración económica y monetaria (con unión bancaria y fiscal y quién sabe qué nueva arquitectura institucional) tendrá que sortear todavía una negociación que, presumiblemente, concluirá en diciembre. Mientras todo ello no esté atado no se activarán plenamente las medidas de urgencia anunciadas y está por ver que lo previsto sea la potencia de fuego necesaria para salvar el euro en su actual configuración básica.
¿Reforma de los Tratados? Una de las claves, ahora mismo, radica en saber hasta dónde están dispuestos los 27 (o los 17, o...) a avanzar en la integración, hasta dónde cederán soberanía. En teoría, el BCE debería ser ya en octubre el supervisor bancario europeo y algunas de las decisiones restantes para avanzar hacia esa «genuina unión económica y monetaria» que algunos repiten ya como un mantra podrían aplicarse sin cambiar los tratados, pero no todas. No habrá avance integrador real sin tocar los tratados y eso anuncia una Conferencia Intergubernamental en toda regla (con o sin convención) cuando Lisboa aún no es una realidad plenamente instaurada. Van Rompuy trabajará codo con codo con la Comisión y el Parlamento, además de con los estados, obviamente, para cerrar la letra pequeña antes de fin de año y ver cómo quedan los tratados.
El presidente del Consejo Europeo dio una fecha, 2014, como horizonte para cerrar el dibujo y dar el salto. En 2014 habrá, además, elecciones al Parlamento Europeo y una nueva configuración y, quizás, competencias de la Comisión. Asimismo, marcará el inicio del nuevo marco presupuestario plurianual de la UE. Podría coincidir, además, con el relevo al frente del eurogrupo (Juncker mantendrá el cargo un año más, seguramente hasta que se despeje la arquitectura definitiva del mismo). Por si esto fuera poco, en 2014 entrará plenamente en vigor el nuevo sistema de doble mayoría cualificada para la adopción de las decisiones en el Consejo y el consiguiente retroceso de la unanimidad. 2014 está a la vuelta de la esquina; la UE, aún en crisis, busca reinventarse.