Glaciares en retroceso, testigos del cambio climático en el Pirineo
La reducción de los glaciares es uno de los indicadores que revelan que el calentamiento climático es una realidad y que afecta con gravedad al Pirineo. Para 2070 pueden ser historia si se mantiene el ritmo de retroceso actual. Para estudiar los efectos que el cambio climático va a tener en esta cordillera e intentar poner medios para reducir su impacto, expertos y cargos políticos se reunieron ayer en Iruñea.
Martxelo DÍAZ
El Coloquio Internacional sobre el Cambio Climático en Zonas de Montaña ha sido organizado por el Observatorio Pirenaico del Cambio Climático y la Comunidad de Trabajo de los Pirineos, que hoy celebra su plenario, en el que Nafarroa cederá su presidencia a Andorra hasta 2015.
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas prevé que las temperaturas aumenten entre 2,8 y 4 grados y que se registre una disminución de las precipitaciones entre el 10,7% y el 14,8%. Se espera que los efectos, particularmente sensibles en las zonas de montaña, sean más agudos en la vertiente sur que en la norte de la cordillera.
La biodiversidad es otro de los aspectos que se verán seriamente afectados por el cambio climático, ya que se considera que se pueden perder el 60% de las especies vegetales de montaña que existen actualmente en el Pirineo. La mutación más destacable del bosque de montaña en respuesta a los cambios climáticos será el movimiento de las capas de vegetación hacia zonas más altas de la montaña. De hecho, las especies forestales suben tres metros al año en el Pirineo desde hace más de 30 años.
Los glaciares son el elemento que más claramente muestra que el calentamiento climático es una realidad y que afecta seriamente al Pirineo. En 1870, los glaciares ocupaban 45 kilómetros cuadrados en esta cordillera; en 2000 suponen apenas cinco kilómetros cuadrados.
Actualmente, existen en el Pirineo 25 glaciares y heleros por encima de los 2.700 metros de altitud. El más grande de ellos es el glaciar del Aneto-Maladeta, que se fragmentó en dos partes en 2009 como consecuencia de la pérdida de espesor del hielo.
El calentamiento climático no tiene solo efectos medioambientales, sino también económicos. La prevista desaparición de los glaciares en 2070 tendrá un impacto significativo en los aportes de agua a los ríos y humedales, y por tanto en la agricultura, la capacidad de producción de energía hidroeléctrica y el turismo, según destacaron los organizadores del coloquio de ayer. Es decir, se ha encendido ya la alarma de que un recurso, el agua, que ha sido explotado hasta la saciedad en el Pirineo, y del que sus habitantes no se han beneficiado, puede ir agotándose.
El turismo es otro de los ámbitos que se verán afectados por esta transformación. Así, un aumento medio de dos grados provocaría, a partir los 1.500 metros, una disminución del número de días de nieve en el suelo equivalente a un mes, una tendencia que será más acusada en la vertiente sur del Pirineo central y oriental.
Concretamente, con el paso de tres a dos meses de días de nieve y con un aumento del límite de las condiciones de esquí satisfactorias de 150 metros por grado, las estaciones de media montaña podrían ver reducido su volumen de facturación en una cuarta parte, según datos del Observatorio Pirenaico del Cambio Climático.
Un verdadero problema para un país como Andorra, según reconoció su ministro de Exteriores, Gilbert Saboya, ya que el 60% del PIB del Estado pirenaico corresponde al turismo y el 40% está relacionado con el esquí. Por ello, ha sido necesario realizar inversiones para mantener esta actividad económica y preparar infraestructuras que garanticen una innivación artificial ante la constatación de que la natural no puede garantizar la apertura de las estaciones.
La palabra clave, empleada por Saboya y otros ponentes, es adaptación. Es necesario adaptarse a una realidad que no es un futuro más o menos próximo, sino que es ya el presente de la cordillera pirenaica. La receta andorrana es la desestacionalización del sector, con el fomento del turismo verde, los refugios y las casas rurales. Incluso se ha llegado a recuperar el cultivo de la viña, de la que existía constancia en Andorra desde el siglo XII pero que fue abandonada hace 300 años.
El reto del Pirineo, según Saboya, es «integrar las políticas medioambientales en el modelo económico».
El problema es si el modelo económico vigente actualmente es sostenible o si es necesario buscar alternativas. Con cambio climático o no. Eduardo Martínez de Pisón, catedrático emérito de Geografía Física de la Universidad Autónoma de Madrid, destacó que la montaña es un ente vivo y que está sometido a cambios permanentemente. La actividad humana y los cambios climáticos son un agente más. Pero la sacralización de la actividad turística ha supuesto una de las mayores agresiones para el medio ambiente de la cordillera.
Son significativas las imágenes que mostró Martínez de Pisón de las trágicas inundaciones registradas en Biescas en 1996, en las que se ve claramente que se han levantado edificaciones en el cauce del río, mientras las huertas tradicionales permanecían en un lugar elevado, al margen de la torrencialidad. Igual de impactantes que las imágenes de la Val d'Aran que muestran una señal de «Se vende solar» en medio de un terreno completamente inundado. El cambio climático puede contribuir a que las inundaciones sean más graves, pero no tiene la culpa de que se construya donde no se debe.