La reunión celebrada ayer en Gasteiz entre representantes institucionales, de la Corporación Mondragon y de Fagor concluyó con una noticia no inesperada pero tampoco deseada por nadie. Fagor presentará este viernes concurso de acreedores y posteriormente entrará en fase de liquidación. Tiempo habrá de analizar y reflexionar sobre el proceso de desaparición de esa cooperativa señera, reflexión que no servirá para paliar las consecuencias de esa mala noticia.

Porque se trata de una mala noticia para todos, para el tejido industrial vasco y la economía en general y, sobre todo, para los trabajadores eventuales y los de las empresas dependientes de Fagor, a quienes no afectará el compromiso de la Corporación Mondragon de aportar recursos para mantener la mayor cantidad posible de puestos de trabajo en las actividades actuales e intensificar otras actividades para compensar la pérdida de empleos. Por el contrario, los trabajadores de Edesa de Basauri tienen la esperanza de que su planta siga en funcionamiento, una esperanza fundamentada en la financiación de la Diputación de Bizkaia y que no será fácil -por muy deseable que sea- que se transforme en viabilidad. Al hilo de ese hecho, cabe la pregunta de por qué no se han salvado las demás plantas del concurso de acreedores. La respuesta más inmediata, y fácilmente comprensible, sería la dificultad de hacerlo debido al volumen de las mismas. Sin embargo, esa respuesta no debería hacer olvidar la cantidad, inmensamente mayor, destinada a los bancos. Puede que se trate de un ejercicio de demagogia, pero que no borra la realidad de que se prioriza la salvación de un sistema financiero corrupto sobre la apuesta por el tejido industrial y otros sectores.

Da la impresión de que se ha optado por una salida al uso, la de cuaquier empresa a la que no le cuadran las cuentas. Y esa salida no convence a casi nadie. Ciertamente, la solución no era sencilla, pero queda la duda de si todos han puesto de su parte lo que cabía esperar.