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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-20
Martin GARITANO
Simón, de Santa Ana al hospital comarcal
La vida sigue igual (XXVIII)

La puerta de la ermita estaba abierta cuando llegó Simón. En su interior, dos agentes revisaban la parte trasera del altar, el sagrario y el pequeño retablo de madera tallada que presidía la capilla.

­Buenos días. Soy Simón Ugartetxea, el párroco. ¿Qué buscan?

Simón distinguió al comisario encargado de la investigación, al que conoció la madrugada en que apareció el cadáver de aquel joven.

­Encantado de saludarle otra vez. Hemos venido por orden del juez Cañizo en busca de alguna pista que oriente la investigación. Hasta ahora el caso no ha avanzado gran cosa y, sin embargo, hay elementos que nos mueven a pensar que parte de la solución está en esta ermita.

­¿Y eso...?

­Los análisis periciales han determinado que en las suelas de los zapatos que calzaba el muerto había una mezcla de polvo ­lo habitual­ y restos de toluol y clorato potásico.

­Sigo sin entender...

­Normal, es usted sacerdote y no químico. Le bastará con saber que esos dos elementos se emplean, entre otros, para procesar las hojas de coca hasta componer la pasta base de la cocaína y también se utilizan para la fabricación de material explosivo. Y lo que parece claro es que los zapatos habían estado en contacto con esos materiales poco antes del asesinato.

Simón notó que la cabeza le daba vueltas. ¿Cocaína? ¿Explosivos?

­¿Está usted bien? Se ha quedado blanco...

­Creo que me estoy...

Simón no concluyó la frase. Un sudor frío le empapaba la camisa cuando cayó desplomado y sin conocimiento.

Cuando llegó la ambulancia, el cura ya había recuperado el conocimiento y la noción del espacio.

­Ya estoy mejor. Ha sido sólo un mareo. No tienen ustedes que preocuparse.

­En cualquier caso será mejor que le traslademos al hospital y le hagan un chequeo. Tiene usted la tensión disparatada y puede darle un colapso en cualquier momento.

De mala gana Simón aceptó el consejo del sanitario. La noticia corrió como un reguero de pólvora en Uriondo.

A Huesitos le informó Kokoloko en el mismo momento de acceder al Gureak:

­¿Ya os habéis enterado?

­¿De qué nos tenemos que enterar?

­Pues que a Simón, el cura, le ha dado un pampurrio.

­¿Un qué?

­Pues eso, un pampurrio o un jamacuco. No sé, pero le han llevado en la ambulancia.

­Pero si yo le he dejado hace media hora en la parroquia... Ha dicho que atendía algún asunto y que vendría enseguida.

­Pues debía estar en Santa Ana con dos ertzainas, mirando no sé qué y ha caído sin conocimiento. El batacazo ha tenido que ser de aupa, porque con esa humanidad...

­No hagas bromas, ¡ostia! Eso es serio.

Mientras Huesitos abroncaba al camarero, Miren ya había empezado a marcar el número de teléfono del hospital comarcal.

­En efecto, Simón Ugartetxea ha ingresado hace unos minutos en Urgencias. Por el momento no podemos facilitar más información. Hasta que el doctor firme el parte médico no podemos adelantar nada. Lo siento.

­Pero, por favor, dígame algo. Soy familiar suyo...

La recepcionista del hospital, contraviniendo las normas y compadecida por la mentira que acababa de contar Miren, se ablandó:

­La verdad es que no le puedo decir gran cosa, pero uno de los ATS que le han atendido en Uriondo ha comentado que no parece grave. Una subida de tensión muy fuerte o algo así... En cualquier caso permanecerá ingresado, por lo menos, hasta mañana. Hoy por la tarde podrán visitarlo.

Frente a la barra del Gureak Gotzon, Huesitos, Xuxú, Miren y Mila discutían qué hacer.

­Lo primero ­terció Mila­ es avisar a Sergio. Me he cruzado con él hace una hora. Iba a la playa. Es posible que no se haya enterado.

Las dos mujeres se dirigieron a la pequeña playa de la localidad, a sólo unos centenares de metros del Gureak. Gotzon propuso comer todos en el K.O. y visitar por la tarde a Simón. Huesitos y Xuxú asintieron.

­Ahora no podemos hacer nada, así que vamos a seguir la ronda. Las chicas ya vendrán con el pibe.

En el trayecto hacia el Itsasalde, mientras Gotzon se detenía en el kiosco de Juanjosito a explicar lo ocurrido, Huesitos relató a Xuxú lo ocurrido aquella mañana.

­O sea que tienes las llaves de casa de Josefo. ¿Cuándo entramos?

­Teníamos pensado entrar esta noche, después de avisar a Sixto, pero ahora... no sé.

­Podemos entrar los tres. Después de comer me acercaré a la inspección y hablaré con Sixto. Seguro que le parece bien. Cuantos antes aclaremos el asunto mejor.

­Y cuanto menos metan la nariz los polis, mejor que mejor.

Miren, Mila y Sergio no tardaron en aparecer. Como había adelantado Mila, el muchacho no sabía nada de lo ocurrido y no podía disimular su nerviosismo.

­Estaté tranquilo, pibe. Ya te habrá dicho Miren que no parece gran cosa. La tensión... cosas que pasan de vez en cuando. Después de comer vamos a verle y seguro que le traemos con nosotros.

Huesitos trató de quitar hierro a la situación:

­Y mientras tanto, nos tomamos un par de potes, que todavía no es hora de comer.

La ronda concluyó antes de lo habitual y a las dos en punto los seis comensales discutían con Eusebio en el comedor del K.O.

­Que no. Que no se cambia el vino. Y si os parece malo, mejor. Así bebéis menos.

­Coño, que te estamos pidiendo que nos pongas del corriente y no éste, que es del año y no nos gusta.

­Pues no. Encima de que hago un esfuerzo para poner un vino un poco más decente en el menú del día, no me vais a poner ahora mala fama con ese Viña Arcada con el que os envenenáis.

Al final los comensales transigieron y dieron buena cuenta de un excelente menú del día. Las circunstancias no animaban al humor, pero Gotzon intentó animar un poco el ambiente:

­¿Ya sabéis ése que va por la calle y...?

­Joder, ya empezamos con chistes malos.

­...se encuentra con un amigo que le dice:

­Chico, ¿qué te pasa? Tienes mala cara

­Es que hay un tipo que me acaba de llamar ‘viejo cornudo’

­Bah, tonterías. No le hagas ni caso. Si no eres tan viejo...

(CONTINUARA)


 
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