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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-03-13
Kepa Ibarra - Director de Gaitzerdi Teatro
La Europa «in-definida»

Hay una Europa solidaria, justa, de casas limpias y ocupación obligada. Es la Europa de las naciones, los juegos olímpicos fraternales y de miles de conciertos al aire libre, amor libre y greñas sospechosas. Es la Europa básica, antinuclear, el Brecht que no llora ni nos hace llorar y el Beckett que se pregunta sin poder contestar (buscando a Godot después de 50 años). La vieja Europa que siempre resucita tras la tragedia, conflictos mortíferos, hermanos reñidos, Norte-Sur poético.

Y es que prácticamente no hay una o dos europas, pienso que son miles de ellas las que se agolpan irregulares sobre el viejo continente, puerta irrebatible a unos y a otros, jalón de culturas dispares, límite a los confines polares y patio terminal al que llega del Sur hambriento. Soviética, republicana, islámica, católica y protestante, erasmista o calvinista, la sesentayochista francesa y la de los indios metropolitanos italianos, fiel al Sastre censurado y al Beolco olvidado. La Europa indefinida.

Sin embargo, y al hilo de los últimos acontecimientos acaecidos en la Palestina usurpada y limitada, me viene a reflexión esa otra Europa que no se cuenta por cientos, y que se resume en una, la única, la monolítica, la Europa de salón, la formal, la de una derecha contundente y aforada, unificada en criterios morales y estratégicos, al servicio de la gratuita y estudiada generalización, y la de una izquierda almibarada que se obstina en inclinarse hacia posiciones éticas y estéticas bajo un pretendido ideario progresista, zigzagueando entre aquella izquierda que se permite unificar bajo criterios blancos y apolíticos, y aquella otra donde el criterio diverso se disfraza de siglas, corrientes internas de opinión, entre lo legal y a la luz, y lo discreto-clandestino y residual.

Aquí se pierden los papeles y se hace retrospectiva. Triunfa Hamas y la convulsión se muestra torcida. Una organización terrorista, suicida, ilegal a los ojos del mundo bienpensante, visualizada en una lista negra, demonizada y generalizada, incluida dentro de una y mil listas de todo aquello que se mueve bajo sospecha, incluyendo ejércitos irregulares con sabor a matadero, grupos políticos sin comulgar no se sabe con qué, todo al socaire de lo que tiene sabor a complicidad popular, voto popular, carisma popular, y en este caso, hasta un refrendo político absoluto y definitivo.

Ante tamaña situación el despiste es general después de una primera tormenta, sacudiendo cancillerías, despachos varios y servicios secretos de todo pelaje. En un segunda toma, se revisan expedientes y se constata de forma discreta lo que todo el mundo sabía, que el pueblo palestino soberano es, mayoritariamente, terrorista, cainista, lobo feroz y abuelita asesina. Los papeles vuelan, las consultas se hacen interminables, e incluso se espera a que la oficialidad israelí y sobre todo la norteamericana dicte su decálogo, imponga sus condiciones y en ningún momento admita la elementalidad de una decisión refrendada a pie de urna, legítima y sobre todo sincera.

Mientras tanto la población palestina, acostumbrada a verlas venir, a esperar próximas concesiones pactadas con hilo fino, a vivir con el check point, el agua prestada y las acotaciones milimetradas, vive de los presupuestos internacionales, de las firmas obligadas, que dirán sí o no a partidas básicas para pagar a un funcionario o para mantener una infraestructura mínima para subsistir. Como una sangría que ya dura muchos años, limitando la supervivencia como pueblo a una partida correcta de dinero, pensando en si los niños de la intifada tendrán leche al día siguiente o si sus juegos todavía dependerán de una decisión que está a demasiados kilómetros de casa.

Es un despropósito que la misma Europa de chaqueta ha impulsado desde los orígenes del conflicto y que maquiavélicamente aprovecha para chantajear en forma de atentado oral a todo un territorio que ha marcado con contundencia cuáles son sus pretensiones y de qué modo quiere construir su futuro, que no pasa precisamente por hacer concesiones a quienes durante años se han aprovechado del poder para corromper, malversar y querer hacerse un hueco fraudulento en esta historia dramática.

Europa tiene una deuda pendiente con su propia historia y con otras historias compartidas que además necesitan de la solidaridad de este continente, que en su trayectoria histórica de sufrimientos y pérdidas irreparables parece no haber tomado ejemplo de que en el peor momento, en el momento más crítico en la vida de un pueblo, no valen prebendas vengativas, listas improvisadas construidas de oído ni ultimatums de segunda lectura, sino lo que se obliga es a seguir manteniendo lazos, ayudas y otros procedimientos técnicos que doten de funcionalidad a lo que de por sí asume carencias y un ahogo estructural endémico.

Pero si seguimos mirando de reojo el devenir democrático de un pueblo que ha decidido libremente, si damos la espalda a un proceso irreversible en su construcción interna, si alzamos una única voz política sin escuchar miles de voces solidarias, si alzamos una única voz política sin escuchar miles de voces solidarias, si condicionamos siglas y voluntades, la Europa oficial, la vieja Europa, tendrá una deuda obligada y letal con su propia responsabilidad y sus propios dilemas. No es un tiempo que acaba, es un tiempo que empieza, de ilusiones remarcadas y sin ambigüedades, fiel decisión de un pueblo que lo ha dicho bien claro para el que lo quiera interpretar. -


 
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