En momentos tan relevantes me pide el cuerpo brindar por ella. Precisamente porque estos días son de profundo calado político, elijo una evocación personal y simple. Que me libere, en cierto modo, de las declaraciones grandilocuentes y de los análisis minuciosos.
La Alicia por la que brindo no es un personaje imaginario. Es real como la vida misma. Aunque, en el contexto de estas líneas y de estos acontecimientos, le concedo un valor de paradigma y referencia. Símbolo de tantas personas generosas y anónimas que conforman la variopinta base social de la izquierda abertzale. Y que han sido artífices necesarias del novedoso escenario político y social que comienza a entreabrirse. Alicia es mujer mayor, ligera en carnes y entrada en canas. Sencilla en sus vestires y lenta en sus andares por culpa de los años. Con el corto equipaje de su misteriosa bolsita colgada del brazo, aparece siempre a la hora oportuna y en el momento preciso. Alicia y pienso ya en esas muchas «alicias» que dignifican nuestra causa lleva registro minucioso de las convocatorias reivindicativas y encuentra tiempo para secundarlas. Las gentes llanas en las que estoy pensando, no necesitan prolijos análisis para ubicarse en el lado correcto. Y les basta su lenguaje sencillo para asumir sin ambigüedades la defensa de los peor parados.
Personas que sintetizan el pasado, el presente y el futuro de nuestro pueblo. Han sido incansables empujadoras de la historia durante los años intensos que hemos vivido.
Gracias a ellas hemos resistido y avanzado. No se han dejado intimidar por la violencia represiva de las muchas policías a las que plantaron cara sin más defensa que sus razones. No les confundió la verborrea desmovilizadora de petulantes y eruditos. Soportaron serenamente las crudas descali- ficaciones que les dedicaba sin descanso la mega- fonía oficial. Nunca esperaron que los poderosos salieran a la calle para cobijarse a su sombra. Por el contrario, ¡cuántas veces los han desenmascarado con su silenciosa presencia! Militantes de pancarta y acera, sorprendentemente firmes, entrañablemente tercas.
En esos días de tertulias y comparecencias callan, sonríen y criban. Los medios han reproducido taimadas recopilaciones de los atentados para que la sociedad maldiga de sus autores. Empeño inútil. Las «alicias» de esta crónica respetan y quieren a una organización en la que militan como voluntarios familiares, amigos o compatrio- tas. Muchas veces tuvieron que oír que ETA estaba acabada. Hoy han podido comprobar la falacia de aquellas afirmaciones. ETA es la que ha abierto la puerta por la que pretenden entrar a trompicones sus muchos detractores. En estos días pare- ce obligado apelar a la esperanza como si fuese flor nueva de la recién estrenada primavera. Pero ¿no era la esperanza la que ha mantenido inquebrantable el compromiso de estas buenas gentes? O que ha llegado el tiempo de la implicación. Y les hacen tan pintoresca propuesta a quienes han hecho de la implicación una de las razones fundamentales de su vida.
Nos advierten que el futuro será largo, difícil y duro. ¿Cuándo ha conocido la lucha popular un futuro corto, fácil y llevadero? Los sectores populares saben mejor que nadie lo mucho que les ha costado cada pequeña conquista: largas e incontables caminatas, concentraciones a sol y a sombra, viajes agotadores, sacrificios económicosŠ Las cosas no van a cambiar en un día ni cambiarán solas. Se nos han abierto muchas posibilidades salpicadas de grandes riesgos. Pero, al menos en nuestro caso, afrontamos el nuevo reto con tranquilidad y experiencia. Una de las bases mejor ancladas de nuestro optimismo se asienta en ellas. En la abnegada aportación de todas estas personas a las que recuerdo con infinita ternura y entrañable gratitud.
Estoy completamente seguro de que seguirán en la brecha. Por eso, en estos días intensos, siento una necesidad casi irrefrenable de brindar por todas ellas. -