El verdadero atractivo de este programa, que giraba en torno a la música del siglo XX, era la inclusión en el programa de “Octandre”, de Edgar Varèse, un autor fundamental en la evolución de los nuevos lenguajes compositivos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, pero que es enormemente difícil de escuchar en directo y, no digamos ya, en los escenarios de Euskal Herria. El octeto de instrumentistas abordó “Octandre”, cuyo título proviene de las flores con ocho estambres, con valor ­es muy compleja­, pero sin saber muy bien en qué consiste el mundo sonoro de Varèse. Por lo tanto “Octandre”, que es una obra que sólo seduce el oído cuando está muy bien expresada, se quedó a medio camino. Otro clásico del siglo XX fue “La creación del mundo”, de Milhaud, que tuvo momentos hermosos pero a la que en general le faltó intención y una penetración mayor en la personalidad musical del autor.

Las dos obras menos interesantes fueron, paradójicamente, las mejor interpretadas. El único interés que alberga el “Concierto para acordeón y orquesta” (1941), de Hugo Herrmann, romanticón y repetitivo, es su estatus como obra pionera en la utilización culta de este instrumento. Sin embargo el acordeonista, que no figuraba en el programa, se empeñó en tocarlo con toques folk. Como tocar Brahms con un violín irlandés, curioso pero ilógico. La obra más aburrida y anticuada, a pesar de ser de 1992, fue la “Misa”, de Dobrogosz, tonalismo muy sencillito con toques de minimalismo, jazz y musicales. La conjunción de los coros Ametsa Gazte y Pasaia Abesbatza funcionó con seguridad, a pesar del color un tanto monocromo. El joven director, Iker Sánchez Silva, hizo gala de un gesto claro y unas buenas aptitudes.

Mikel CHAMIZO