Las protestas en Francia en contra de la nueva Ley de Primer Empleo (CPE) son una pesadilla para el Gobierno. Hace un año, cuando se desataron motines y disturbios en los suburbios de las principales ciudades francesas, el Gobierno creyó entender que el problema era el desempleo. En efecto, la desocupación entre los jóvenes de ese país toca el 22 por ciento de la fuerza de trabajo, y en los suburbios esa tasa asciende a más del 40 por ciento. Su respuesta fue la ley del CPE, pero ese instrumento transformó los disturbios del año pasado en una gigantesca movilización popular en la que participa de manera prominente la clase media al lado de los hijos de los trabajadores in-migrantes. El diagnóstico del Gobierno de Dominique de Villepin es que la flexibilidad laboral conducirá a incrementar el empleo, y el CPE es el primer paso en esa dirección. La ley del CPE estipula que los jóvenes menores de 26 años contra- tados por una empresa pueden ser despedidos a voluntad durante los primeros dos años. En ese esquema, los patrones pagarían contribuciones inferiores en cuotas del seguro social durante tres años en caso de que perdure la relación laboral. Se supone que con estas medidas aumentaría el empleo.
La economía francesa es la séptima del mundo (en paridad de poder de compra), pero su crecimiento ha sido mediocre en los últimos años (entre 2 y 3 por ciento anual). Las altas tasas de desempleo son crónicas en esa economía, cuya tasa general de desem- pleo es de 9,5 por ciento. El desempleo de la juventud alcanza el 22 por ciento y el 40 por ciento en algunos suburbios deprimidos. Casi todos los empleos nuevos que genera la economía francesa provienen del sector servicios (responsable de 72 por ciento del PIB).
El mito de que el desempleo es provocado por la rigidez laboral comúnmente es aceptado. Pero un número creciente de investigaciones sobre empleo, salarios y desigualdad con- cluye que el vínculo entre flexibilidad laboral y empleo es muy débil, por no decir inexistente. El análisis estadístico sobre salarios en todos los países de la OCDE revela que la hipótesis de una relación causal entre rigidez y desempleo no pasa las pruebas más elementales. En muchos casos, incluso, cuando hay mayor rigidez hay menor desempleo.
El caso estadunidense es interesante porque siempre se compara con Europa. Sin embargo, en Estados Unidos existe gran flexibilidad laboral y una tasa de desempleo para la población económicamente activa del 5,3 por ciento; entre los jóvenes de 16 a 24 años de edad la tasa es sorprendentemente alta (11,3 por ciento) y en la juventud afroestadunidense representa más del doble: 23,7%.
Durante años se comparó el desempleo en Estados Unidos con el de los países europeos con fuerte tradición de intervención pública en el llamado mercado laboral. Salarios mínimos, pensiones, una legislación que privilegiaba la estabilidad laboral, así como fuerte presión sindical fueron considerados los principales obstáculos en la generación de empleo. En este marco, la existencia de un salario mínimo era considerado como el principal escollo al ajuste en el mercado laboral. Se ignoraron sistemáticamente estudios como el de Alan Krueger y David Card (de Princeton y Berkeley, respectivamente), que mostraban que el aumento en el salario mínimo coexistía con caídas en el desempleo.
Pero el alto desempleo entre jóvenes no puede atribuirse a la regulación excesiva del mercado laboral ni a sus efectos sobre la formación de los salarios. En Estados Unidos el empleo temporal es práctica generalizada y los patrones pueden despedir a los jóvenes con la facilidad que ahora se pretende introducir en Francia. Y, sin embargo, las tasas de desempleo para ellos son dos veces superiores a la tasa de desempleo general.
La solución al problema del desempleo en Europa, y en Francia en particular, no pasa por la flexibilidad laboral. Lo que se requiere es una política macroeconómica más dirigida hacia el bienestar y menos hacia la estabilidad de precios, la restricción fiscal y el desvío de beneficios para la esfera financiera. También se necesita, y eso es quizás la enseñanza más importante de la experiencia de Alemania, una política educativa bien articulada con un esfuerzo de desarrollo tecnológico que favorezca la difusión de innovaciones y la inserción en empleos productivos para los jóvenes.
La idea de que existe un mercado laboral, donde la oferta y la demanda de trabajo se ajustan por un precio (el salario) es una quimera de los economistas. No existe un mercado laboral en el sentido convencional, como el de peras y manzanas. Existen diferentes segmentos en los que los contratos se determinan por factores institucionales, demográficos, tecnológicos y, sobre todo, el entorno macroeconómico. El mercado laboral sigue siendo, en la frase de James Galbraith, una metáfora peligrosa. -
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